Y anteanoche volvió. Buena jugada: ausencia, expectación, retorno. Jorge Javier Vázquez la entrevistó en Sálvame de luxe (Telecinco) para documentar su heroicidad: está dejando la droga, acude a terapia con una psiquiatra, ha regulado sus horarios, atiende a los estudios de su hija, ha reorientado su nariz, ha retocado sus orejas, ha aprendido a coser en punto de cruz, ha engordado dieciséis kilos y se ha divorciado de su marido. "Si yo puedo, ¡todos podéis!", ha clamado Belén Esteban, mirando a cámara.
Ha contado también cómo habla con los vecinos de su pueblo y con su familia, cómo va a comprar en bicicleta el pan y la ropa y, sobre todo, que ahora lleva faja: "¡Llevo faja, me hace ilusión decir que llevo faja!". O sea, que todo cambie para que nada cambie. Se trata de que esta mujer, de cuya vida lo sabemos todo de todo, siga rindiendo beneficios a la cadena y a sí misma.
Y así será. El programa cebó el reencuentro con Kiko Hernández, el que fue su mejor amigo y con el que tuvo la bronca más gorda: funcionó, dramáticamente hablando. Beso, abrazo, lágrima. La televisión es el teatro de nuestro tiempo, el teatro del pueblo: Shakespeare envidiaría Sálvame de luxe y se admiraría de su astuta administración de pasiones, de la gestión de las emociones, de la escenografía del sentimiento.
Un personaje principal de esta comedia se ha rediseñado para seguir dando juego (lo confesó: lo que más temía era perder el favor del pueblo que mira la tele), y la función continúa. El personaje ha sabido realimentar la expectación: el telespectador querrá saber ahora hasta qué punto Belén Esteban se ha redimido de sus pulsiones o volverá por sus viejos fueros.
La psiquiatra le ha dado el alta para volver a la tele. ¿Resistirá la presión cotidiana del plató? Por eso la gente seguirá mirando. Esa incertidumbre es el petróleo de su cotización televisiva. No hay mayor tesoro para el espectáculo televisivo que alguna dosis de incertidumbre. ¿Cuándo volverá a estallar, a llorar, a hundirse, a reír, a gritar?
Lo dicho: todo ha cambiado para que nada cambie, porque lo que no puede cambiar es la rentabilidad televisiva.
Victor M. Amela critico, la VANGUARDIA
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