Por Henrique Mariño
El jueves llamé a unos amigos para tomar algo en casa, pero la noche terminó siendo un poco Project X, la película esa del chico que, aprovechando la ausencia de sus padres, monta una fiesta que se le termina yendo de las manos. Normalmente, cuando organizo algo, apenas viene un puñado de colegas, que a su vez traen a algunos desconocidos, pero esta vez alguien se fue de la lengua y las redes sociales hicieron el resto: el perro terminó dando tumbos en el castillo inflable; el coche, en la piscina; y un par de espontáneos que se estaban ensañando con la ficus benjamina del rellano, de patitas en la calle, porque coincidió que justo en ese momento había ido a cerrar la puerta.
Aún quedan restos de la batalla. Una lata por aquí, un condón por allá, una vomitona en el portal, y así. Me da que esto pasa porque los fiesteros, hoy en día, beben a morro del barril de cerveza mientras hacen el pino (se non é vero…), igual que esos lectores que van directamente del titular a los comentarios, con lo que debe de emborrachar eso. En fin, que yo quería aprovechar la velada para charlar sobre el examen de españolidad que deberá pasar un ciudadano extranjero para ser, valga la redundancia, español. Pero cuando me levanté horas después, resacoso perdido, comprendí que para algunos la bandera (cualquiera) es más que un trapo, con lo bien que me vendría ahora un paño así de grande para sacarle brillo al despropósito.
Los mensajes de felicitación resultaron igual de desconcertantes. Quise explicarles a los remitentes que se trataba de una metáfora, pero intuyo que lo habría complicado todavía más. El único que parecía haberlo entendido era el crítico cinematográfico Carlos Heredero, que lo interpretó como “una respuesta irónica frente a una iniciativa xenófoba y facha del Gobierno”. Yo simplemente proponía que, de paso, aprovechen también para hacerle la prueba de españolidad a los españoles, a ver qué sale de ahí… No sé, todo habría sido más sencillo si en su día explicasen bien lo que querían. Bastaría haber insertado un anuncio publicitario en las televisiones de esos mundos de dios: “España necesita un millón de esclavos que hayan leído el Quijote“. Necesitaba, claro…
La referencia al hombre de la Mancha se la he pedido prestada a David Torres, que escribió una estupenda columna al respecto. Pero no le critiquen por sugerir que los extranjeros deberían leerse el tocho de Cervantes para poder convertirse en unos españolazos de pies a cabeza. Aunque, ya puestos a malinterpretar, podría haber sido peor: imagínense que el partido neonazi Amanecer Dorado pide la pena de muerte para los “inmigrantes asesinos” y a mí me da por solicitarla para los asesinos en general, tengan o no el carné de identidad griego. En fin, keep calm and be ironic y tal.
El post de la discordia: Yo no quiero ser español.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
GRACIAS POR TU OPINION-THANKS FOR YOUR OPINION