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sábado, 13 de abril de 2013

País salvaje * que cruzar la frontera para darse cuenta de que este es un país arrasado por una incultura y una dejadez que no es de ahora, de la crisis, sino que es de hace decadas



Cuando el PP publicó su proyecto de Ley de Costas se me vinieron a la cabeza los primeros versos de un poema de Salvador Espriu que a menudo me ronda la cabeza últimamente  y que comienza así: “¡Oh que cansado estoy/ de mi cobarde, vieja, tan salvaje tierra,/ y como me gustaría alejarme hacia el norte,/ donde dicen que la gente es limpia/ y noble, culta, rica, libre/ despierta y feliz”. Sí, qué cansada estoy de este pobre país asolado desde siempre por unos gobernantes pobres de espíritu, incultos, incapaces de ver más allá de su propia miseria moral, qué cansada estoy.


No hay más que cruzar la frontera para darse cuenta de que este es un país arrasado por una incultura y una dejadez que no es de ahora, de la crisis, sino que es de hace décadas; que nuestro paisaje urbano, nuestras ciudades y pueblos –muchas de ellas- son horribles, inhumanas e inhabitables, que están destrozadas por un urbanismo de cuarta categoría que no entiende más que de beneficio rápido;  que también es difícil encontrar en Europa los estropicios que aquí se han perpetrado contra muchos de nuestros paisajes naturales; lo que se hace dolorosamente evidente en el caso de un litoral, unas playas, que debieron ser muy hermosas.


Si la dictadura de Franco destrozó España, derribó monumentos para construir apartamentos, arrasó ciudades para hacer pisos baratos, se llevó por delante microclimas para “encajar” pantanos como fuera, permitió a las empresas contaminar ríos y lagos, la democracia sólo trajo una mínima protección que siempre estuvo muy por detrás de la que exige una democracia madura.


¡Cómo iba a protegerse nada en un país que lleva décadas enriqueciendo a unos pocos con la construcción desordenada e ilimitada! Este es un país en el que nuestros gobernantes han despreciado desde siempre la riqueza artística y medioambiental.  Aquí sólo se ha entendido de dinero y de riqueza privada; lo público no vale nada en este país, aun cuando la fortaleza de lo público y especialmente de lo común medioambiental y cultural sea un rasgo definitivo para considerar a un país rico, culto y democrático o pobre e inculto. Aznar convirtió todo el suelo en urbanizable y no sólo creó la burbuja inmobiliaria que nos ha llevado a la ruina, sino que contribuyó a arrasar aún más el paisaje natural, ese bien material que es también inmaterial, que es tierra pero que afecta a nuestro espíritu, a nuestra sensibilidad, a lo que somos; que es muy valioso pero muy frágil, muy fácil de destrozar y de muy difícil recuperación.


En esta España de nula cultura medioambiental, ningún  gobernante ha tenido respecto de las playas y del paisaje otra idea que la que no fuera dar rienda suelta a la más brutal especulación urbanística en busca del dinero rápido conseguido a cualquier precio con el argumento de que eso genera riqueza, cuando no es más que destrucción, cutrez, pobreza y promoción de un modelo insostenible que no deja tras sí más que eso: pobreza. Justo es reconocer que el PSOE  de Zapatero hizo esfuerzos por modernizar el país en ese sentido y por cuidarlo un poco; por conservar lo poco que queda de nuestras playas y por recuperar en lo posible lo que aun es recuperable de lo destrozado.


 Pero como están haciendo con todo,  el Partido Popular no podía dejar pasar esta oportunidad para demostrar que derecha y cultura, derecha y sensibilidad, derecha y medioambiente, son conceptos antitéticos. La nueva Ley de costas nos devuelve a la peor pesadilla: que no quede un solo metro de playa por llenar de ladrillo, que las playas puedan privatizarse, faltaría más.


La ley que permite que se destruya lo que queda del ya destrozado litoral español se llama “Proyecto de Ley de Protección y uso sostenible del litoral” y hace justo lo contrario de lo que su nombre indica. En conjunto tenemos uno de los litorales más feos y  más destrozados de Europa.  La ley que se va a aprobar permite continuar en ese camino, permite que los constructores y los especuladores hagan suyo el litoral y lo conviertan en la cloaca en la que se ha convertido en algunos tramos. No es que ellos no sepan apreciar lo bueno, no. La realidad es que después ellos se van de veraneo al Caribe o a otros lugares en donde los litorales están intactos y las playas son privadas y se ven limpias y sin edificaciones. Los demás nos vemos obligados a convivir con la fealdad,  que para eso somos pobres.


Y no perdamos de vista que para que la fealdad no nos parezca tan mal es conveniente que seamos ese pueblo inculto y zafio que la derecha ha procurado desde siempre que seamos; lo que tiene que ver con la educación que también nos están imponiendo.


En fin, puede que la crisis pase, puede que volvamos a vivir épocas de bonanza, puede que la ciudadanía volvamos a tener el control de la política, no lo sé. Lo que sí sé es que nuestros paisajes destrozados y nuestras playas arrasadas por la construcción no serán recuperables cuando esto acabe,  si es que acaba,  y que ahí quedarán para que éste siga siendo este desgraciado país que nos ha tocado en suerte.


Por cierto que el poema de Salvador Espriu termina así: “ (…) no he de realizar nunca mi sueño/ y aquí me quedaré hasta la muerte. //Pues soy también muy cobarde y salvaje/ y amo, además,/ con desesperado dolor, /a esta mi pobre,/ sucia, triste, desdichada patria”.


Beatriz Gimeno es escritora y expresidenta de la FELGT (Federación Española de Lesbianas, Gays y Transexuales)





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