Al enemigo, ni arena. El Imperio Británico amplía sus posesiones coloniales
con arena de las doradas playas españolas. “¡Hasta aquí podíamos llegar!”,
exclama el patriota en su rincón y maldice a los empresarios vendepatrias, en la
absoluta literalidad del término, que nos quitan la tierra sobre la que
asentamos nuestros pies y se la dan al enemigo, a la siempre pérfida Albión y a
sus piratas ultra periféricos.
El patriota se está convirtiendo en fiel devoto
de García Margallo, gallito de cresta roja que ha comenzado a sacar los
espolones, ya veremos lo que pasa si le da también por sacarlos a Morenés que
anda muy preocupado con esa idea de la Comunidad Europea de embargar los envíos
de armas a Egipto cuyo ejército es uno de los clientes más fieles de la
industria española de armamento, del propio Morenés y de sus colegas.
Ya le han
puesto coto al contrabando de arena, menos da una piedra, y ahora los
gibraltareños importan rocas para su roca emblemática y polémica .
(Si me permiten la digresión, me viene a la cabeza un chiste polaco de la
guerra fría. En un colegio de Varsovia el maestro pregunta: Vamos a ver niños,
¿Qué ocurriría si mañana se impusiera un régimen como el nuestro en el desierto
del Sáhara?… Que tendrían que importar arena de la Unión Soviética contesta el
más espabilado de la clase que pocos años después se convertiría seguramente en
líder de la disidencia)
Estábamos con lo de “Al enemigo ni arena” a no ser que sean arenas movedizas
para que se hundan. Más se perdió en Trafalgar. Los patriotas no tienen sentido
de la medida y menos cuando se ponen a divagar, que es libre, y este patriota
desvelado se consuela imaginando soluciones radicales y patrióticas, hazañas
bélicas y acciones de comandos asaltando el Peñón de la discordia. ¿Asaltar?
Y
por qué no volarlo, desmenuzar esa roca que nos oprime y humilla. El Peñón, a él
ya se lo contaron en el colegio, está casi hueco y alberga en su seno
secretísimas bases e instalaciones militares de la Royal Navy…
Entonces Morenés
se saca de la manga unas cuantas toneladas de explosivos sobrantes desde que La
ONU prohibiera las bombas de racimo y otras delicatessen elaboradas con muy mala
leche en fábricas españolas…Volamos el Peñón y…el patriota queda en suspenso, si
vuelan el Peñón es posible que sus restos acaben diseminándose por la bahía y
creando un archipiélago de islotes británicos, los enormes fragmentos de roca se
convertirán en pequeños gibraltares sin necesidad de recurrir a los bloques de
hormigón con pinchos…
El ensueño se vuelve pesadilla que se muerde la cola y el patriota cae en un
bucle de patrióticas gestas y sublimes gestos. “Más vale honra sin barcos que
barcos sin honra” que dijo un almirante español momentos antes de perder los
barcos, la honra y unas cuantas posesiones coloniales. “No hemos mandado a
nuestra escuadra a luchar contra los elementos”… Pues deberíamos haberla mandado
porque salir a los mares del norte sin prever tormentas y temporales, amparados
por el signo de la Cruz es tentar a la suerte, a los dioses y al Destino que no
aguanta muchas bromas… El patriota se está poniendo derrotista: “Vinieron los
sarracenos/ y nos molieron a palos/ que Dios apoya a los malos/ cuando son más
que los buenos”…El patriota también se está poniendo nostálgico y rememora
viejas salmodias patrióticas que recitaban de viva voz en el colegio, pero le
salen, heroicas pero desesperadas lamentaciones, las grandiosas combustiones de
Sagunto y de Numancia, la Armada Invencible, la cabeza de Viriato traicionado…
Y
a mucha honra, muchísima honra, sangre de mártires y de héroes fecundando la
tierra: “Ínclitas razas ubérrimas/ sangre de Hispania fecunda”… ni el verso
optimista y colorista de Rubén Darío sirve para aliviar la depresión
pospatriótica…
Al patriota le duele España de tanto comulgar con tan patrióticas
ruedas de molino. A veces no sabe si realmente le duele España o solo es la
próstata: “Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar a la mar…
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