Hemos
orientado el trabajo con la intención de que, por una parte, se mejore
el entorno, el trato, la atención y los cuidados que requieren los
ancianos. Por otra parte deseamos que el propio ser humano sea
consciente de que se encamina hacia la vejez, y que necesita reflexionar
y formarse espiritualmente para encarar las dificultades que se
presentan en esta etapa de la vida. Nuestro objetivo es conseguir
que las personas mayores vivan en plenitud, sean ellas mismas quienes
promuevan su propia salud y se mantengan activas.
El conocimiento espiritual transmite a la sociedad, a todos los grupos de edad, una imagen real de la vejez y de las personas mayores, esto es, una imagen más positiva y realista, y contribuye a que se acepte sin prejuicios lo que es propio de la vejez. Sólo el conocimiento que surge de la consciencia y de la reflexión puede producir un cambio humano y social. Es patrimonio de las personas mayores la plenitud, la actividad y la salud, pero éstas sólo pueden surgir de una vida espiritual.
La espiritualidad, que es sencillamente ser consciente y obrar apropiadamente, transforma al ser humano y le hace participar en su sociedad y cambiar el entorno, creando para las personas mayores (y para todos) espacios físicos y sociales en los que se anima al conocimiento propio, a la reflexión y al obrar apropiado. Las personas mayores se implican allí en actividades sociales, físicas e intelectuales, y, al hacer un mundo mejor, se sienten verdaderamente felices.
Aunque la generación actual de personas mayores tiene, en general, poco conocimiento espiritual, poseer este saber debe ser un objetivo de todo el proceso vital. De esta forma muchos millones de personas, que ya son mayores o que están llegando a una edad avanzada, podrán decidir cómo desean que sea la vida de la humanidad en esta tierra, cómo vivir sus futuros años y beneficiar a toda la humanidad de sus conocimientos y experiencia.
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