Conflictos mundiales * Blog La cordura emprende la batalla


domingo, 13 de octubre de 2013

La Iglesia católica celebra hoy en Tarragona la mayor beatificación de la historia.

No todos los curas van al cielo




La Iglesia católica celebra hoy en Tarragona la mayor beatificación de la historia. Serán 522 religiosos asesinados durante la Guerra Civil los que subirán a los altares. Pero los obispos no se han acordado de los curas muertos por el bando franquista, entre los que se hallan los 16 que fueron asesinados en Euskadi por defender la legalidad de la República.



En el año 1936, tras la sublevación militar, los párrocos de muchos pueblos tomaron mayoritariamente partido por los sublevados, en quienes veían unos valedores que les iban a devolver el poder que detentaban antes de la llegada de la República. Bien sabían estos curas que el alzamiento era ilegal y que se estaba haciendo mediante el derramamiento de sangre inocente.

Prácticamente en todas las localidades, falangistas y guardias civiles desleales detenían a las autoridades legales, a los dirigentes sindicales, a los obreros significados, a sus mujeres y a sus familiares, y los sometían a tratos inhumanos, golpeando, violando, robando y asesinando a muchos de ellos.

Los curas tenían una gran autoridad moral. Allí donde se opusieron a los crímenes entre ambos bandos, éstos no se produjeron. Pero por desgracia para las víctimas, para sus familias, para los pueblos, la gran mayoría de ellos apoyaron decididamente el alzamiento y sus procedimientos sanguinarios, y a veces no solo intelectualmente o dando su bendición a los asesinos, sino también materialmente, con las armas en la mano.

Cegada por la posibilidad de ejercer su poder sobre la sociedad entera, la Iglesia católica se dedicó a forzar la voluntad de los ciudadanos que se habían salvado de la muerte obligándoles a casarse por la iglesia, a bautizar a los hijos de los que no eran católicos cambiándoles incluso el nombre si no estaba en el santoral, a penalizar a las personas que no asistían a misa, llevando al día la relación de los que no se confesaban o no comulgaban...

Daba igual que esas personas no fuesen creyentes o que profesasen otra religión. La iglesia católica reclamó para sí la obediencia debida de todos los ciudadanos y la obligatoriedad de las prácticas religiosas por las buenas o por las malas. La coacción, la amenaza, los malos informes que destruían la vida de la gente o el señalamiento de los que ellos denominaban "malos cristianos", fueron la seña de identidad de una iglesia inquisitorial, cuyos ministros causaron mucho daño y dolor con sus actos o su pasividad.




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