Artículo de colaboración para Borroka Garaia da!. Autor: P. Barreno
Ikurriña que fue inicialmente diseñada -un bosquejo- por los hermanos Arana en el cafe Iruña de la Plaza del Castillo. Es decir, en la ciudad que la hicieron, un siglo después sigue siendo clandestina
Me revienta cuando algunos ‘navarros’ me dicen aquello de que ‘yo soy navarro’ pero no ‘vasco’, aunque puede que reconozcan que hay ‘navarros’ que si son ‘vascos’ pero otros no. Es que me revienta porque nada de esto había hace cien años, cincuenta o siquiera treinta años atrás.
Igual de vasco es un tudelano, que otro de Lesaka, aunque en el de Tudela no se haya hablado euskara en las últimas 20 generaciones antecesoras de su familia. ‘Los vascos’ son el pueblo, los de abajo, los descendientes de todas las películas haciendo de bulto. Porque los de abajo, por proveniana de las comunidades campesinas marginales, si hubieran sido de las clase pudientes terminan hablando el idioma dominante. A los euskaldunes les prohibieron durante siglos, desde el siglo XI, avecindarse en villas, comerciar en mercados, tan solo lo podían hacer en algún idioma romanzado. Así lograron extirpar el euskara de Lerida en los siglos XII y XIII, en Huesca en el siglo XIV, o en la Ribera por época similar.
Esa es la ikurriña, eso lo que representa, muchísimo más de lo que pensaron sus creadores circunstanciales, o el partido político bilbaíno que fundaron. La ikurriña que estuvo volando al viento en el 36, que hasta la fusilaban los fascistas y toda la derechona requeté (que no solo eran navarros, sino de todos los demás herrialdes también, que fachos en Euskal Herria los tenemos a manos llenas), siempre ha estado en Nafarroa, y donde más debería de ondear.
En los sesenta y hasta bien entrados los setenta, nos hinchamos a colgarla de las torres de los campanarios, de muros y árboles, hasta de los cables de alta tensión, o en la alambrada superior de los frontones. Ir al monte, era todo un delito (ecológico), no había piedra o roca que no estuviera pintada, tanto en el Gorbeia, como en Belagua, subiendo a Ori o bajando por Aizpegi o subiendo para el Saioa. Recuerdo a gente de la Ribera, con más valentía que nadie , ditribuyéndola pueblo a pueblo, con la benemérita por detrás.
En plan recordatorio de la mula Francis, cómo era aquel sistema para colgar en los cables de alta tensión, Se tiraba una cuerda fina con una piedra que lo pasara por encima al cable, luego tirando de esa cuerda se subía el sistema que constaba de un tubo abierto por uno de los lados y del cual colgaba la pancarta, pero que además en su centro contaba con un pesitillo un poco afilado. Subido todo el artilugio, asentado y ajustado en el cable a unos cuantos metros de altura, se tiraba de la cuerda para romperla y soltarla, y que el pestillo del tubo clavara el cable eléctrico, así de alguna manera se electrificaba la pancarta o la bandera., Total, que si querían quitarla, tenían que montar un cacao del copón, cortar el suministro de la zona, parar la circulación, traer alguna grua, pedir especialistas en alturas, etc, por una simple pancarta con ikurriña. Si seguía colgando varios días, era acojonante, les jodía mogollón, que una ikurriña o una pancarta estuviera en el horizonte, ¡eso les quema el higadillo!.
La odian, les revuelve el estómago a todos los falangistas, fascistones, tradicionalistas, requetés y demás caterva reaccionaria. La ven, y les sale el veneno miserable que llevan dentro. Por algo es tan importante que en Nafarroa ondee la ikurriña, por todos lados, aunque tenga que hacerlo en la clandestinidad, para amargarles el día a la cacicada.
El poder siempre utiliza el recurso del olvido, para imponer su discurso y su lógica, la aceptación de su dominio….
Transcribo la sección correspondiente a ‘La ikurriña en el balcón’, del libro de Jose M. Esparza, Cien razones por las que deje de ser español, Edit. Txalaparta. Tafalla, 2006.
Respecto al tema, a la ikurriña y Nafarroa, el texto siguiente hará refrescar algunos datos muy elocuentes:
La ikurriña en el balcón
Dicen que fue diseñada en el café Iruña, en 1894, en plena tormenta de la Gamazada. Luis Arana Goiri plasmó las ideas de su hermano en un boceto. Aquella bicrucífera, emula de la cruz de San Andres carlista, fue tejida a toda prisa por Juana Irujo, para estrenarla en el acto patriótico de Castejon donde toda Navarra recibía a la Diputación Foral. Nació, pues, en Navarra. Fotos antiguas la muestran presidiendo fiestas y romerías, antes de hacerse humo en la hoguera del 36. Durante el franquismo estuvo oculta y presente. Se la veía, o imaginaba, en los mástiles desnudos de los barcos o de los grupos de danzas; en enigmáticas espadas cruzadas; en los colores combinados de los vestidos o en las coronas florales de los velorios… Luego se hizo pegatina, afiche, estandarte de manifestaciones y entierros, y en cuatro días pasó a los balcones consistoriales.
El 16 de enero de 1977, el Grupo de Alcaldes Vascos reunidos en Etxarri-Aranaz conminó al Gobierno a su legalización, y amenazó con dimitir en caso contrario. “Antes pasarán por encima de mi cadaver”, había advertido Fraga Iribarne. Tres días después el Gobierno cedió. El país se inundó de ikurriñas artesanas hasta que llegaron las industriales, encargadas a una empresa textil catalana por Idoia Estornés, la gran editora navarra, en esta ocasión en serigrafía.
Pamplona fue la primera capital vasca que la izó oficialmente. “Espero que nunca olvidéis el momento que estamos viviendo”, dijo el alcalde Erice al gentío que abarrotaba la plaza antes de ser barrida a porrazos por los grises. Ya estaba colocada en Etxarri, Huarte y Lesaka; luego siguieron Estella, Tafalla, Villafranca, Larraga… En todos los ayuntamientos navarros donde los franquistas habían quedado en minoría, la ikurriña llegaba como esperanzador icono democrático. La calles, las peñas, txokos, sociedades, todo era tricolor. Algunos pueblos como Aoiz y Villaba, desconfiados, sometieron el tema a referendúm y lo ganaron ampliamente. Por supuesto, nadie orilló la bandera de Navarra, hecha del mismo tejido patrio, y tampoco se quito la española, como si se dejara a todo el mundo en igualdad de oportunidades ante la nueva andadura.
Alguien ordenó parar. Había que apear a Navarra del carro autonómico vasco y a la ikurriña de los balcones consistoriales. El proceso sería largo y costoso. En ningún pueblo se aceptó hacer consultas a los vecinos; Navarra no podía votar nada ajeno al modelo autonómico, ya decidido con los militares en Madrid. Históricos concejales del PSOE que se negaban a cambiar su voto fueron expulsados; grupos folclóricos disueltos, subvenciones negadas, cargas policiales….
Sólo en Etxarri Aranaz, la ikurriña fue retirada por los guardias y repuesta por los vecinos y concejales en 50 ocasiones. Veinticinco años más tarde seguía ondeando en muchos ayuntamientos navarros hasta que la ola autoritaria del Gobierno de Aznar animó a la derecha navarra a expurgarla hasta del último rincón. La Ley de Símbolos castigaba severamente a los alcaldes y ayuntamientos que la colocasen, aunque hubiera sido aprobada en referéndum. Franquismo otra vez.
Todavía en el año 2003 la Guardia Civil elaboró un informe y señalaba que ocho ayuntamientos navarros seguían utilizando la ikurriña contrariando la Ley de Símbolos. Pero el malintencionado informe policial tenía un curiosa y significativa segunda parte: reconocía que de los 266 municipios navarros tan sólo 20, colocaban la bandera española. El 92% no colocaba ningún tipo de bandera. La Navarra oficial y la real seguían caminos dispares. Ante esto, nuevo edicto: uso obligatorio de las banderas oficiales, sobre todo para evitar la verguenza pública de que la enseña española solo luzca en los cuarteles de la Guardia Civil.
Queda la picaresca: si no se puede en el balcón la pondremos en la plaza dicen los ayuntamientos. Mientras, sigue ondeando en la calle y en los corazones, esperando que cambie la dirección del viento. Asentada ya oficialmente en la Comunidad Autónoma y en Iparralde, los navarros son, sin duda, los grandes consumidores de ikurriñas populares en los textiles catalanes. Aquí los cincuentones seguimos, como a los catorce años, mezclando colorines, hasta que, de puro tercos, se reconozca nuestra obvia diversidad.
¿Por qué cuesta tanto ser vasco en Navarra?. Sencillamente porque aquí ser español es excluyente, corta raíces, persigue símbolos y rompe lazos ancestrales. Admitidas por la generalidad las banderas de Europa y de Navarra, la ley de Símbolos sólo ha tenido la finalidad de imponer la rojigualda en pueblos donde nadie la demandaba y arriar la vasca donde se demanda. Y lo que ganan en la guerra de las banderas lo pierden en españolidad: ellos nos han convencido de que son incompatibles.
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