Viñeta: Bohigues. Domingo, 24 de junio de 2018
Las trabas legales y cortapisas que
algunos poderes fácticos están preparando para tratar de frenar el
traslado de los restos de Franco fuera del Valle de los Caídos
demuestran lo que le está costando a este país romper con el franquismo.
Produce estupor pensar que cuarenta años después de la muerte del
caudillo genocida todavía haya grupos empeñados en honrar su memoria.
Entre esos grupos, poderosos sin duda, están partidos ultras de nuevo
cuño y buena parte del PP (simpatizantes
del fascismo travestidos de demócratas), medios de comunicación de la
derecha más vetusta y apolillada, organizaciones ultracatólicas como el
Opus Dei (más cierto sector duro de la Iglesia), entidades financieras y
grandes empresarios, además de unos cuantos millones de españoles que,
no nos engañemos, aún sienten nostalgia de la dictadura y defienden sin
rubor la obra del generalote gallego.
Toda esa gente que forma lo que se
ha dado en llamar el “franquismo sociológico” y a la que a menudo
escuchamos soltar sentencias tan chirriantes como que “Franco hizo cosas
buenas por el país”.
Por eso
no le resultará nada fácil a Pedro Sánchez llevar a cabo su
bienintencionado proyecto de conversión del Valle de los Caídos en
memorial de la guerra civil. Y sin embargo, nunca una ley fue tan
necesaria, urgente y de justicia.
Mientras no exhumemos los restos de
aquel señor con mala leche y voz de vieja que sumió al país en la noche
más oscura de su historia, mientras no desenterremos el esqueleto de ese
fantasma que aún nos asusta con su susurro de ultratumba, no podremos
decir con sinceridad que hemos hecho la verdadera transición, la
catarsis como pueblo y como país auténticamente democrático.
Mientras él
siga allí, en el altar, a modo de divinidad venerada en una Basílica,
seguiremos siendo rehenes de aquel que un día infame secuestró a todo un
país.
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