Por JUAN CARLOS ESCUDIER
Uno de los grandes errores que cometen los analistas políticos en las
entrevistas de Rajoy es el de intentar determinar su sinceridad
observando los gestos de su cara. Se trata de una misión imposible
porque el presidente tiene más tics que un reloj de cuco y nunca se
puede estar seguro de si miente cuando dice, guiñando el ojo, que
procurará mucho consenso para su ley del aborto o si es verdad su
proclama de que está muy contento con sus ministros mientras entorna de
nuevo el párpado. No parece que el presidente tenga un único patrón de
conducta sino un ojo travieso.
De manera que si uno es capaz de resistirlos bostezos por el láudano
que destila lo preferible es observar sus manos, que en algún momento
han de traicionarle. Con sus manos, Rajoy ha desafiado a la suerte y a
los elementos, hasta el punto de que sus ordalías constituyen ya una
tradición. Rajoy ha puesto la mano en el fuego por Bárcenas, por los
primeros imputados del PP en el caso Gürtel, por Francisco Camps porque
“somos parecidos”, por Esperanza Aguirre y hasta por su propia honradez
sin aparentes daños en los tejidos.
El milagro de la mano intacta es más insólito que el del brazo
incorrupto de Santa Teresa, al punto de que el propio Rajoy desconfía
con cada nuevo envite, y es incapaz de resistirse a contemplar su
extremidad por si urge aplicar pomada tras el enésimo encuentro con las
brasas. Ayer repitió experimento con la hija del Rey, de cuya inocencia
se mostró convencidísimo, y a la que aconsejó no renunciar a lo tonto a
sus derechos sucesorios. No hubo combustión espontánea pese al
inconfundible olor a carne quemada.
No fue el único milagro que deparó la entrevista televisiva del nuevo
líder planetario descubierto por Obama, si es que el hecho de que el
presidente se deje hacer preguntas no constituye en sí mismo un prodigio
de la naturaleza. Rajoy consiguió nuevamente no hablar de nada o, para
ser exactos, no decir prácticamente nada de cada tema al que se refería,
más allá de esa desesperante visita a los lugares comunes que tanto
aprecia.
Desgranemos la perorata. ¿La corrupción generalizada? Muy lamentable.
¿Bárcenas? Un error. ¿Cataluña? Muy bonita, tanto que trabajará (otro
milagro) para aumentar los lazos que la unen con España. ¿Independencia?
Por encima de su cadáver. ¿El IRPF? Bajará. ¿El paro? También. ¿La
reforma laboral? Estupenda. ¿La crisis? ¿Qué crisis? No obstante, fue al
mencionar del Rey cuando coronó la cima de lo obvio: “Es una persona,
un ser humano”. Acabáramos.
Rajoy ha conseguido que la política, que en tiempos fue un arte, se haya convertido en un déjà vu. A
un registrador de la propiedad no se le puede pedir esperanza porque va
y te hace una nota simple. Tan simple que da hasta miedo.

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