Fotograma coloreado a mano de la película ‘Metrópolis’.
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La editorial Gallo Nero recupera la novela Metrópolis, versión literaria de la película homónima estrenada en 1927.
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Su autora, Thea von Harbou, se afilió al Partido Nacionalsocialista Obrero pocos años después de su publicación.
Vuelve a las librerías españolas Metrópolis, novela
hermana del clásico cinematográfico dirigido por Fritz Lang. Ambas
obras fueron escritas por Thea von Harbou, antigua actriz reconvertida
en escritora e importante guionista que trabajó con Lang (su entonces
marido), F. W. Murnau y C. T. Dreyer.
Esta patriota prusiana defendió cambios
legislativos progresistas en materia de igualdad sexual. Posteriormente
fue seducida por el nazismo, se afilió al Partido Nacionalsocialista
Obrero en 1932 y lideró el colectivo de guionistas alemanes durante el
Tercer Reich. Con todo, nunca llegó al nivel de compromiso mostrado por
Leni Riefenstahl, la cineasta que convirtió los desfiles de masas
hitlerianos en objeto estético (y propagandístico) mediante El triunfo de la voluntad.
El auge y caída de Hitler provocó que
estudiosos como Siegfried Kracauer buscasen signos tempranos de nazismo
en la cultura de la República de Weimar. Y Metrópolis fue
señalada como una obra con mensaje totalitario. Seguramente influyó en
su creación el contexto de crisis económica: Weimar estaba hundida en el
desempleo y la hiperinflación, ambos relacionados con su enorme deuda
externa.
Caer en la miseria para pagar la factura
de la Gran Guerra era una humillación más, y otro caldo de cultivo para
extremismos nacionalistas. Ese difícil presente inspiró a Von Harbou
una ciudad futurista partida en dos: una élite habita la superficie,
mientras que una masa esclava vive en construcciones subterráneas.
Fritz y Thea trabajan en ‘Metrópolis’.
Pesadillas de desigualdad
Metrópolis está gobernada sin piedad por
Joh Fredersen, arquitecto y especulador bursátil. Su hijo Freder, en
cambio, comienza a empatizar con los obreros tras ser concienciado por
una joven virginal. Esta última, María, tranquiliza a los trabajadores
más revolucionarios anunciándoles la llegada de un salvador.
Partiendo de este elenco de personajes,
Von Harbou explica una tesis repetida a lo largo de la obra: “El
mediador entre el cerebro y las manos ha de ser el corazón”. El mismo
Freder sería la persona destinada a facilitar un pacto entre élite y
esclavos. Pero este planteamiento, aparentemente bienintencionado y
fraternal, legitimaría a cualquier dictador mínimamente compasivo. Y
desactivaría la movilización social: la caridad del pudiente volvería a
imponerse a los derechos ciudadanos.
Von Harbou imaginó un mundo con graves
conflictos sociales.
Pero en un contexto de descrédito de lo
parlamentario, de golpes de Estado y estallidos populistas, inventó una
respuesta que parece estar fuera de la política convencional. Respaldó
la espera resignada de mejoras sociales, recurriendo además a personajes
con aires bíblicos, y esto puede recordar al conservadurismo clásico.
Sin embargo, su deseo de unidad social
con jerarquías muy marcadas remite a los fascismos. Al fin y al cabo, la
autora parece asumir los terribles conceptos de Joh Fredersen, sólo que
matizados por la misericordia de Freder. Los obreros “están donde deben
estar, son lo que deben ser”. Sus vidas han de ser mejoradas, y ahí
entra la piedad cristiana, pero nunca se habla de proporcionarles
educación.
El sistema explotador se suaviza al
proponer un retorno a lo humano. La Máquina Corazón, alimentada por la
fuerza de los trabajadores, sería sustituida simbólicamente por el
corazón biológico del mediador. Pero de producirse cambios en ese modelo
clasista y autoritario, vendrían desde dentro de ese modelo y
dependerían de la generosidad de los poderosos, de la sinceridad de Joh
Fredersen cuando afirma que la preocupación por su hijo le ha cambiado.
El desenlace causa estupefacción: los
esclavos siguen dispuestos a obedecer a su amo aunque este había
planeado su genocidio. Y Freder, valiente pero ingenuo, acaba actuando
como un delegado de sindicato vertical nepotista. El parecido entre ese
2026 de ficción y nuestro año 2014 muestra una terrible regresión a
escenarios de principios del siglo XX, cuando apenas existían
contrapesos al poder del patrón.
La danza maldita de ‘Metrópolis’.
Una novela sentimental
Más allá de las interpretaciones ideológicas, Metrópolis ha
sido estudiada… y cuestionada. Esto último no debe sorprender:
disfrutar este relato de amores ideales y discursos sublimes exige dejar
de lado la incredulidad. La escritora ya había mostrado su gusto por
ficciones populares en La tumba india o el guión de El doctor Mabuse y, a la vez, su atracción por clásicos como el poema épico ‘Cantar de los nibelungos’.
Con Metrópolis tuvo en cuenta La Eva futura del simbolista Auguste Villiers de l’Isle-Adam.
Pero optó por una emotividad casi romántica combinada con alegorías
religiosas, y ambos aspectos son tan llamativos que roban protagonismo a
la propuesta intelectual. Su enfoque evocador, poético, puede desarmar.
Pero también adquiere tintes inquietantes a causa del contexto y el
mensaje de la obra: el conjunto desprende algo de ese irracionalismo
que, en opinión de Kracauer, fue explorado por el régimen nazi.
El escritor H. G. Wells, que imaginó otros futuros en Cuando el durmiente despierta o en La máquina del tiempo, echó en falta más detalles de organización económica y logística en laMetrópolis cinematográfica.
La versión literaria no proporciona muchos datos añadidos, y también
tiende a la abstracción. Pero su crítica parece injusta, porque Von
Harbou no perseguía la verosimilitud, sino la emoción y la impresión
estética: incluyó delirios y visiones, dioses paganos, robots, magos y
pasadizos subterráneos. Mientras insistía, también, en la exposición de
una tesis.
Sea como sea, los más cinéfilos podrán
acercarse a una novela que zurce algunos descosidos de la película,
eliminando alguna casualidad especialmente increíble y dotando de más
profundidad a su inmaduro protagonista. Von Harbou apeló a las pasiones
del público, y lo hizo apasionadamente. En su despliegue de referencias
culturales, en la fuerza y el riesgo de algunas descripciones, fue más
allá de lo estrictamente funcional. De cada lector dependerá si goza de
sus historias de amor y sacrificio, y si examina los hilos de fascismo
(intencionados o inconscientes) que estas pueden incluir.
Fuente: http://www.eldiario.es/cultura/libros/Metropolis_0_223977987.html
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