Sobre las 20:15 h de la noche del 22 de
marzo las cargas policiales pusieron fin a la mayor manifestación
ciudadana que ha conocido la España postfranquista.
El reloj de la
historia marcó sus campanadas al son de los disparos y delimitó la línea
de los que están y los que no están en la lucha. La hora de la
definición y el posicionamiento llegó a su fin, y por el camino se
fueron desangrando, al ritmo de las consignas, de los gritos y las
voces, de las palabras cargadas de política y sed de justicia surgidas
de las gargantas de centenares de miles de mujeres y hombres humildes y
decididos, las retóricas huecas y los conceptos abstractos y melifluos
de esa parte de la izquierda que hoy, días después del 22 M, aparece
alineada muy a la derecha de los millones de espíritus rebeldes que
poblaron Madrid en cuerpo o en alma.
Tras el imponente cortejo formado por
más de un millón de almas portadoras de los cinco estandartes de
dignidad, cabe preguntarse dónde estaban aquellos otrora representantes
de la clase trabajadora. En qué lugar de Neptuno o Cibeles, a qué altura
del Paseo del Prado o de Recoletos se encontraban los sindicatos
mayoritarios. Cabe preguntarse, quizás ingenuamente, dónde estaban sus
líderes sindicales y sus cuadros.
Pero quizás por la misma ingenuidad de
la pregunta, la respuesta a ésta es igual de simple. Sencillamente no
estaban porque no podían estar. No estaban porque no se les esperaba. No
se les esperaba porque esa misma masa revolucionaria que tomó Madrid
estaba harta y hastiada de esperarlos sistemáticamente a lo largo de
décadas de abandono y traición. No estaban porque su temor, su
indefinición y su indignidad no cabían en las anchas avenidas que nos
llevaron hasta Colón.
No se les esperaba por la misma razón
por la que no se espera, desde tiempos remotos, a esos que osan llamarse
socialistas y viven a cuerpo de Rey y a costa de la clase trabajadora.
No podían estar porque desmerecen marchar al son de los tambores de la
dignidad, pues sus andanzas van de la mano de los Rajoy, Bañez o Rosell,
y lo que para nosotros fue Colón el 22 de marzo, para ellos fue La
Moncloa el 18 del mismo mes. No estaban porque sus gargantas no están
hechas para gritar contra el pago de la deuda ilegítima o contra el
paro, pues se postran una y otra vez a los intereses del capital
firmando despidos colectivos tras despidos colectivos y asumiendo el
dogal de la deuda como un hecho divino.
No estaban no por falta de ganas
de representar otra mascarada, si no porque su indignidad les impide
reclamar un trabajo digno tras ser los testaferros de gobiernos y
patronal para descarnar los derechos del trabajador y contribuir, vez
tras vez, a mermar las condiciones laborales y salariales de una clase,
la trabajadora, que hoy les es totalmente ajena. No estaban ni se les
esperaba porque a base de traicionar y defraudar a aquellos que se deben
se han convertido en un órgano alienado y alineado con los intereses
del capital.
No podían estar, bajo ningún precepto, pues las leyes de la
física y las de la ética les impiden representar el don de la
ubicuidad, ya que a esa misma hora y en las sucesivas, y en la misma
ciudad, ellos estaban del lado de la oficialidad vestida de luto por la
muerte de la marioneta hoy convertida en prócer franquista de la patria.
No estaban ni estarán porque la misma palabra corrupción se ha
convertido en moneda de uso común dentro de estas élites sindicales,
apoltronadas en sus chanchullos y tejemanejes.
Así, el 22 de marzo sirve, entre otras
cosas, para clarificar la línea que divide a unos y a otros, para
delimitar el espacio compartido entre compañeros de lucha, y el espacio
asignado al que está enfrente. Nos ha servido para visionar que, más
allá del enemigo visible y evidente que supone para la clase trabajadora
el gobierno del PP, las políticas neoliberales, la Troika, el FMI y las
instituciones europeas, así como la oposición socialista, existe otro
enemigo cuya invisibilidad ha pasado a mejor vida: la clase dirigente de
las dos grandes empresas sindicales – C.C.O.O y U.G.T - de éste país.
Y es que no se les podía ni quería
esperar, no queríamos verlos pasear a nuestro lado, gritando nuestros
gritos y representado otra farsa ya harto repetida. Su espacio, que no
el nuestro, su lucha, que no la nuestra, se representa en los salones de
La Moncloa y no en las avenidas de las ciudades españolas; sus
compañeros y camaradas, los Rajoy, Bañez, Rosell, Botín, González, Roig y
demás compinches, son nuestro enemigo.
El 22 M es del pueblo que tomó Madrid a
las cinco de la tarde, es de los miles de personas que anduvieron los
caminos mostrando a pecho descubierto su dignidad, es de todas aquellas
personas que, aunque no pudieran acompañarnos por los senderos que
llevaron a Madrid tenían su alma y su espíritu es la misma lucha; el 22 M
es de todos aquellos parados, precarizados, estudiantes y jubilados, de
los mayores los jóvenes y no tan jóvenes que asumieron su papel en la
historia y decidieron enfrentarse como clase organizada al poder
fáctico; el 22 M es de todas esas organizaciones que con recursos
mínimos pusieron su empeño y su férrea voluntad para mover las ruedas de
la historia; es de aquellos sindicatos y partidos políticos que
entendieron la urgencia de un país que se desangra vivo, y que
entendieron que sus intereses eran los de ese pueblo que sufre y se
rebela.
El 18 de Marzo, con sus funerales
nacionales, con sus crespones y lutos, con toda su hipocresía y su farsa
democrática es vuestro, camaradas líderes de CCOO y UGT. Esa es vuestra
trinchera. Esta, nuestra lucha.
Colectivo Prometeo. Frente Cívico Somos Mayoría
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