Conflictos mundiales * Blog La cordura emprende la batalla


sábado, 1 de marzo de 2014

El miedo como instrumento de control de los trabajadores

El miedo se ha convertido hoy, más que nunca, en una herramienta fundamental para el control de los trabajadores. Prueba de ello es el caso aquí relatado de una empresa con beneficios que decide echar a uno de sus empleados tan sólo para demostrar quién manda.


Se trate de crisis o de estafa, lo cierto es que estamos inmersos en una época donde la seguridad en el empleo ha desaparecido. Muchos de los trabajadores de antaño hoy son precarios o, directamente, parados. Es el drama de una sociedad que no alcanza aún a entender que el espejismo del estado del bienestar era precisamente eso. La tradicional protección de la que disfrutábamos los trabajadores ha ido mermando a base de reformas labores y recortes. El derecho al trabajo queda en papel mojado desde el momento en que prima la flexibilidad laboral por encima de este derecho fundamental. Si bien muchas empresas cierran por falta de financiación o el descenso de ventas, muchas otras están aprovechándose de la coyuntura actual para aligerar sus plantillas y ahorrar así en masa salarial, pero también para imponer un ambiente de miedo e inseguridad entre sus empleados que los haga más manejables, más dóciles y, sobre todo, menos conflictivos.


Resonando aún el caso de Coca-Cola y el despido masivo de trabajadores en el centro de la Península, es necesario llamar la atención de que esta forma de proceder no es sólo coto de multinacionales con grandes beneficios, sino de pequeñas y medianas empresas también rentables que deciden echar a sus trabajadores sin más razones que las meramente especulativas. Al respecto, hace unos días un buen amigo fue despedido de la compañía en la que ha trabajado durante más de tres años. Se trataba de una empresa del sector de la ingeniería informática, cuyo principales clientes son administraciones públicas y grandes corporaciones, a las cuales cede sus trabajadores a precio de saldo.
 
 
 A nivel de cuentas, sus beneficios para el 2013 estaban alrededor de los 20 millones de euros, nada mal para una empresa que no llega a los doscientos trabajadores. Una empresa que, tal como me contaba este amigo, se sostiene gracias a una red clientelar que le asegura contratos a medio y largo plazo y la participación en suculentos proyectos financiados por la Unión Europea, de esos en los que lamentablemente parece resultar tan sencillo falsear horas de trabajo ante posibles auditorías.


La historia que nos ocupa comienza el día en que el departamento de Recursos Humanos se reúne con cada uno de los trabajadores de la plantilla para anunciar las subidas salariales para el año entrante. Es una práctica habitual en muchas empresas aplicar el consabido "divide y vencerás" a base de poner frente a cada empleado a los lacayos más insensibles, gente que no tendrán reparos en contar las mismas milongas de siempre para finalmente soltar una cifra que ya estaba más premeditada y, por supuesto, recordar la suerte que tiene con seguir trabajando. Sin embargo, en el caso de esta persona, no fue así. Directamente le comunicaron que iba a ser despedido.


En comparación, el resto de la plantilla no salió mal parada, tan sólo les congelaron el sueldo. Esta persona en particular no se esperaba en absoluto que lo fuesen a echar de la empresa, pues durante 2013 había hecho un buen trabajo, refrendado por sus responsables directos; incluso había hecho gala de ese eufemismo tan actual como es el compromiso con la empresa, que viene a ser más o menos trabajar más horas de las contratadas de manera gratuita para la empresa. Sin embargo, durante la fatal entrevista, le anunciaron su despido de modo fulminante. A pesar de no ser tratado con la mayor de las cortesías, los entrevistadores le aclararon que lo echaban exclusivamente por cuestiones económicas, pues habían estado muy satisfechos con su trabajo. Incluso le dijeron que lo tratarían como despido improcedente, pagándole la indemnización pertinente, y que podía marcharse a su casa de inmediato.


Está claro que, cuando echan a gente, que te congelen el sueldo es un mal menor. El efecto se había conseguido entre casi dos centenares de trabajadores que tendrían que estar maldiciendo a la empresa por ese 0% de subida. No hubo ni una sola protesta, ni tan siquiera para apoyar al compañero despedido. Es la doctrina del miedo, la aplicada por inhumanos gestores para quienes las personas sólo somos números. Un comportamiento así, por parte de una empresa que tiene beneficios, sólo puede entenderse desde el más básico sentido común, que quizás apurada por el deseo de sus dueños e inversores de ganar aún más, decide aprovechar la coyuntura actual para congelar salarios y, para evitar posibles protestas, decide someter a la plantilla al shock de enterarse que despiden a un buen compañero.


Días después, unos de los jefes reuniría a la plantilla para repetir una vez más aquella litúrgica arenga acerca de que "vosotros sois nuestro principal activo". De lo importante, sobre el reciente despido, no dijo nada; tampoco nadie se atrevería a preguntar. Es el papel reservado a esa minoría bien pagada de trabajadores poco productivos que cobra por controlar al resto. Esos gestores, directivos, jefes de medio pelo que, a modo de capataces, comprenden que en la fuerza de trabajo de los empleados está el beneficio de los dueños e inversores de la empresa, y a ella se deben.
 
 
 Los mismos que niegan subidas a sus subordinados, les escatiman gastos en dietas y kilometraje o infraestructura, pero les exigen lealtad hacia la empresa; los mismos que ante cualquier atisbo de protesta no dudan en sacar pecho y decir aquello de "si no estás de acuerdo ya sabes lo que hay"; que sin embargo no dudan en hacer uso de la VISA oro facilitada por la empresa para invitar a potenciales clientes a los más caros restaurantes o cualquier otro centro lúdico que sea menester. Cuán crecidos están ante la actual situación coyuntural, en la que saben que los trabajadores estamos más desprotegidos que nunca, sin capacidad organizativa, sin apenas voluntad para la movilización.



Es hora de que la sociedad española se plantee que la cuestión laboral no es sólo tener un puesto de trabajo, sino la necesidad de asegurar por ley que las empresas respeten la dignidad de sus trabajadores de modo efectivo, asegurando la calidad del trabajo, que cada hora trabajada sea remunerada, que cualquier despido tenga que ser perfectamente justificado y que, en caso de tratarse de empresas con beneficios, la indemnización sea relativa a aquéllos, como modo de prevenir despidos como el aquí descrito. No obstante, ha de quedar claro que ningún gobierno va a legislar para dignificar el derecho al trabajo de motu proprio, sino que tendrá que ser el clamor social quien lo exija. Utópico, quizás, pero con la situación actual cualquiera que ahora mismo tenga un puesto de trabajo puede ser el siguiente en sufrir un despido arbitrario como medio de control del resto de la plantilla.
 
 
 
 

 

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