Lo que pasó el sábado en Madrid es un gravísimo punto de inflexión
en la ya intolerable represión del derecho a la protesta y a la
manifestación.
Disparar pelotas de goma en una plaza con miles de
personas, muchas de las cuales son ancianos y niños, se parece demasiado
a una declaración de guerra.
Los antidisturbios cargaron violentamente el sábado
contra la Marcha por la Dignidad cuando aún no eran las 9 de la noche
(hora hasta la que estaba autorizada la manifestación), el coro de la
Solfónica cantaba en un escenario abarrotado y la plaza de Colón, el
paseo de Recoletos y las calles aledañas estaban llenas de miles de
personas, entre ellas numerosos niños y personas mayores.
Lanzaron gases
lacrimógenos, apalearon con sus porras de metal recubierto, retorcieron
brazos con brutalidad, dieron patadas y dispararon sus asquerosas
pelotas de goma, que podrían haber dejado tuerto a alguien o matado a
uno de esos niños.
La versión oficial asegura que
todo empezó porque alguien lanzó objetos a los agentes. Pero los
portavoces oficiales no tienen, desde luego, la más mínima autoridad
moral para que creamos su versión. Si el Gobierno miente por sistema. Si
el Ministerio del Interior miente por sistema. Si han mentido sobre los
muertos de Melilla ante todos los medios de comunicación, ante los
observadores internacionales y en el mismísimo Congreso de los
Diputados, ¿cómo pretenden que creamos que la agresividad de los
antidisturbios no fue una provocación preparada con antelación?
No nos creemos la versión oficial porque el hecho de haber dispuesto
1.700 efectivos de la Unidad de Intervención Policial ya era una
declaración de intenciones: sabíamos que semejante e innecesario
despliegue significaba que iban a cargar. ¿Por qué, si no, tantos
antidisturbios para una convocatoria que, según Telemadrid (la misma
fuente oficial, a fin de cuentas), solo congregó a 4.000 personas? ¿Por
qué se produjeron los enfrentamientos justo a tiempo de enviar imágenes
violentas a los telediarios de la noche? ¿Por qué se produjeron a una
hora en la que la Marcha no había terminado pero al Ministerio del
Interior le daba tiempo de preparar un enlace con fotos y enviarlo a la
prensa para su publicación?
No nos creemos la versión
oficial porque ya hemos visto otras veces a sus esbirros infiltrados
entre los manifestantes para provocar unos enfrentamientos que interesan
al Gobierno. El sábado les interesaban especialmente, pues el Gobierno
necesitaba desvirtuar con violencia el éxito de la Marcha por la
Dignidad, que fue multitudinaria, unida en la diversidad y pacífica.
Tenían una poderosa razón para llevar a cabo esas bestiales cargas: si
no la lían ellos mismos, las fotos que habrían quedado serían solo las
de esa imponente masa de indignados. Ahora tenemos las de los destrozos y
las de unos encapuchados que parecen manifestantes violentos pero
ayudan a los antidisturbios a esposar a uno en el suelo (mientras, por
cierto, le aplastan la cabeza con un escudo policial).
No nos creemos la versión oficial porque, dos días antes, el presidente
de la Comunidad de Madrid, ese Ignacio González puesto a dedo a pesar
de estar relacionado con diversos delitos y de dedicarse a perseguir
periodistas, había comparado el contenido del manifiesto de la Marcha
por la Dignidad con el ideario político de los neonazis griegos de
Amanecer Dorado y había deseado que el sábado no se produjeran lesiones
“para nadie” ni contra “el patrimonio de todos”.
Ante tal don visionario
y ante un análisis político de tal calado (que ayudó a enriquecer el
portavoz de su Gobierno, Salvador Victoria, catalogando las mareas como
“izquierda extrema” y diciendo que los sindicalistas andaluces “van a
Venezuela en business”), no nos sorprende que los suyos tuvieran
previsto reventar, sin más, la fuerza movilizadora de trabajadores,
parados, desahuciados y otros cientos de miles de ciudadanos indignados.
No nos creemos la versión oficial porque Cristina Cifuentes ya había
advertido en Twitter: “Acampar en Madrid está prohibido fuera de las
zonas habilitadas específicamente para ello, y las Fuerzas de Seguridad
harán cumplir la ley”. Es decir, tenía a sus huestes aleccionadas para
cargar en cuanto hubiera el más mínimo indicio de acampada, como así
fue: cuando los antidisturbios arremetieron contra la multitud, se había
empezado a levantar un campamento en Recoletos, previsto para
permanecer allí hasta el martes, pero unos minutos antes de que
empezaran las cargas, decenas de furgones policiales ya se habían
acercado a la zona donde se montaban las lonas.
Cabe señalar la obviedad
de que una acampada, esté o no prohibida, no constituye en sí misma un
acto violento. Pero Cifuentes quiere demostrar al PP que tiene la mano
suficientemente dura para liderar el Ayuntamiento o la Comunidad de
Madrid como su partido considera que hay que hacerlo: a lo tonto, como
Botella; a lo mafioso, como González; o a lo bestia, como ella.
No nos creemos la versión oficial porque, aún en el caso de que fueran
alborotadores quienes comenzaron los enfrentamientos, los agentes
antidisturbios están ahí (les pagamos por ello) precisamente para
proteger el curso pacífico de la marcha y la seguridad de los
manifestantes, y no, al contrario, para poner en grave peligro su
integridad física y su vida. ¿Cómo pretenden que los creamos después de
enterarnos de que el hijo del golpista Tejero dirigía una unidad de
antidisturbios de la Guardia Civil hasta ser destituido por celebrar en
el cuartel el aniversario del 23F? Teniendo en cuenta que esa es la
clase de jefes que tienen los distintos grupos de “control de masas”,
encaja a la perfección el comportamiento violento de la policía
antidisturbios, a quienes el sábado en Colón uno de sus mandos jaleó al
tejeril grito de “vamos a por ellos, coño”.
No nos
creemos la versión oficial porque es el ministro Fernández Díaz, ese
ministro, el de la “ley mordaza”, el de las vallas de Melilla, el de las
mentiras sobre los inmigrantes ahogados mientras recibían disparos de
pelotas de goma, ese ministro, el que defiende la actuación de los
antidisturbios en Madrid y acusa a los manifestantes de atacarlos. ¿Es
que piensa que le resta un mínimo de credibilidad?
Lo
que pasó el sábado en Madrid es un gravísimo punto de inflexión en la
ya intolerable represión del derecho a la protesta y a la manifestación.
Es el peligroso estiramiento de la tensión entre una ciudadanía
pacífica y un Gobierno de creciente sesgo dictatorial, tensión que no se
ha vuelto definitivamente insostenible gracias al aguante, a la
resistencia, a la templanza y a la responsabilidad de esta ciudadanía.
Pero disparar pelotas de goma en una plaza con miles de personas, muchas
de las cuales son ancianos y niños, se parece demasiado a una
declaración de guerra.
Viene a decir: “Podéis ser más de un millón y ser
pacíficos.
Nosotros diremos que sois violentos y que no pasáis de
4.000. Pero eso no es todo: vamos a disparar y podemos dar en la cara a
vuestros hijos. Así que os lo pensáis antes de volver a la calle. Porque
vamos a por vosotros, coño”.
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