José Manuel Durao Barroso
ES curioso, un
portugués que, haciendo gala de escasa memoria, no cree en la diversidad
europea; un dirigente europeo que no cree en la Unión Política Europea,
aunque vive de ella; un político que ejerce de fiel guardián de Estados
varios para, a través de un ejercicio antidemocrático de la libertad,
negar los derechos de los Pueblos de Europa.
En fin, un regalito este José Manuel Durao Barroso, que eso sí, sabe quién manda en la UE.
Sus últimas apariciones no tienen desperdicio. Así, el pasado
23 de enero, en la cumbre de Davos, mantuvo un interesante choque
dialéctico con el profesor Xavier Sala-i-Martín después de haber
realizado declaraciones afirmando que si Catalunya votara a favor de la
independencia de España, automáticamente quedaría fuera de la Unión
Europea.
Esto mereció una interesante e inteligente reacción, a modo de
preguntas públicas hacia él dirigidas, en la intervención de
Sala-i-Martín: "¿De verdad que la Europa democrática de la que usted se
siente tan orgulloso es una Europa que celebra la incorporación de
países que consiguen la independencia a través de cruentas guerras pero
amenaza con la expulsión a quien busca lo mismo a través de los votos?
¿No va siendo hora de que, como seres humanos libres y democráticos,
empecemos a rechazar las fronteras trazadas con sangre y violencia y a
aceptar las que se dibujan con los votos de los ciudadanos?".
Pero es Barroso persona inasequible al desaliento y el domingo 16 de febrero declaró en el programa político de la BBC, Andrew Marr Show, que considera "muy difícil, si no imposible", que una Escocia independiente pueda ser miembro de la Unión Europea.
La Unión Europea se encuentra hoy ante una disyuntiva radical:
seguir construyéndose desde el poder, cediendo más y más parcelas
políticas al mercado, o responder con energía garantizando los derechos
de las personas y de los pueblos. Pues bien, en esta disyuntiva,
Barroso, como hombre bien mandado, ya ha tomado posición, la equivocada, la primera.
Esto me hace recordar las proféticas palabras de nuestro
querido Javier de Landaburu, cuando decía: "Si el corazón está ausente,
la Europa no será más que una abstracción, aceptada por sociólogos y
políticos, pero indiferente a las masas". Y las más recientes de Edgar
Morin (2012) cuando afirmaba: "Europa está en crisis porque no hay
unidad política".
No, definitivamente no me gusta la Europa de Barroso. Una
Europa que no ha sustituido la voluntad de los Estados por la voluntad
europea, una Europa que amenaza a sus pueblos con quedar fuera de ella
en caso de que quieran democráticamente, a través de los votos, tener
una relación u otra con sus estados matriz. Una Europa que permite que
una de sus lenguas más antiguas -el euskera- no sea lengua oficial en la
UE.
Una Europa que rescata bancos y olvida a las personas, que trata a
la gente que viene a buscar un futuro entre nosotros como al ganado. Una
Europa que olvida que el desmantelamiento del Estado Social puede
suponer el olvido de la vieja Europa en el nuevo mundo, y que
nuestro papel futuro no estará tanto marcado por un mercado y una
moneda, como por demostrar al planeta que se puede mirar al mercado a
los ojos sin por ello dejar de mirar a los ojos de las personas.
La Europa sin Constitución votada por sus mujeres y hombres, y
cada vez más alejada de ellos. La Europa que falta al respeto a las
personas, a las culturas y a los pueblos porque se construye a sus
espaldas. Esta Europa, de la que tan orgulloso se siente Barroso, no es
mi Europa. Yo no quiero pertenecer a esa Europa, porque quiero a Europa
demasiado como para destruirla.
Qué razón tenía Jean Monnet, uno de los
padres fundadores de Europa, cuando superados unos años desde su
creación afirmaba: "Si hubiese que retomar desde el principio el proceso
de construcción europea, sería mejor empezar por la cultura".
Por cierto, no es solamente a mí, tampoco a Suiza -que está
pagando a la ciudadanía de la UE con la misma medicina con la que
nosotros estamos pagando a los hombres y mujeres de otros pueblos- ni a
Noruega y quien sabe a quién más en el futuro, les gusta la Europa de
Barroso.
Un Barroso al que le ha salido respondona la propia
vicepresidenta de la Comisión Europea, señora Viviane Reding, que en
Barcelona, el pasado domingo día 23 de febrero, apeló a los gobiernos
español y catalán "a negociar con mentalidad abierta y sin líneas
rojas" para a continuación -y al ser preguntada sobre el derecho de los
catalanes a decidir su futuro en una consulta- afirmar que "en la Unión
Europea nunca debería ser un problema que las personas se expresen".
Tiene razón la vicepresidenta Reding: el problema para la
Unión Europea es que las personas no se puedan expresar. No es un mal
comienzo; ya saben: "el apetito viene comiendo".
Por Juan José Ibarretxe Markuartu
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