¡Alegría, alegría!
En la calle
de la alegría económica, esa que brota del corazón neocon y que combina
el todo y la nada monetaria como si fuera un canapé, la gente se pasea
ya porque hace buen tiempo y exhibe su poderío como los niños de antaño,
que lamían más a gusto el polo de limón si otro le estaba mirando.
En esa
calle, digo, el canapé -que hastío, paso, que estoy a dieta- se va al
cubo de la basura de diseño del restaurante de moda que da de comer al
estirado hambriento, al sediento pudiente le da vino y al que no sabe
cómo comer, le recuerda el derecho de admisión. La alegría se ve en la
calle, es un ir y venir de moños y zapatillas de colores para patear las
avenidas llenas de escaparates que se traspasan y te traspasan las
retinas. Debajo de cada cartel, una ruina, debajo de cada ruina, un par
de caras tristes, o dos pares, vaya usted a saber. El caso es que se
alquila por cese y en mitad del jolgorio callejero se distingue a malas
penas la pena del que tiene la negra sin comerlo ni beberlo. Literal.
Digo yo, que
en algunas calles, la felicidad visible, eso que se llama alegría, irá
saltando a la pata coja, cantando y tirando confeti con empuje de cinco
años. La cosa está en saber cuánto le durará la cosa, si le leerán la
cartilla o no hará falta. Son nuestros niños muy listos y captan deprisa
las nubes que se posan en las cejas de las madres amenazando tormenta.
En la frente de unos padres se puede hacer una tesis de economía global,
sin porcentajes ni cálculos. Basta sumar surcos y sacar el factor común
que se repite. A veces un suspiro, un bufido que vacía los entresijos,
un arrastrar los pies, un tomar carrerilla. Si el elemento se repite, ya
has encontrado la variable que explicará por qué las calles están
alegres a medias, o por qué no hay ni media calle llena de gente alegre,
salvo acontecimientos planetarios, narcóticos o ambas cosas.
Cuando
alguien dice que hay más alegría en las calles, un gatito se eriza, un
enano de jardín saca la motosierra y millones de personas se indignan
haciéndose propósito de no dar razones para la represión, convencidas de
que merecen mejores representantes, pero sin dar coartadas a nadie. Me
intriga saber si nuestros protegidos saben lo que pensamos de su falta
de nivel y cómo lo hacen para poder tragarse esa píldora y seguir
actuando como si no hubiese pasado nada. Misterios.


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