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domingo, 25 de mayo de 2014

Jornada de reflexión, con Bill Evans



Ayer, día de reflexión electoral, decidí levantarme temprano, y tras el preceptivo desayuno, me senté en el sillón donde suelo meditar cuando algo importante se avecina. Previamente había puesto en mi equipo de sonido un disco –Conversations with my self– que a veces me sirve de ayuda antes de tomar decisiones. Se trata de una obra maestra del intimista Bill Evans, en la que el pianista conversa consigo mismo a través del piano, lanzando sugerencias en forma de melodías a las que él mismo responde en una segunda grabación. 



El resultado del ensamblaje de ambas pistas dio lugar en 1963 a un magistral e hipnotizante diálogo, hoy considerado como unos de hitos discográficos de la historia del jazz.



Mientras Bill Evans flotaba en el ambiente de mi salón, me puse en la tarea de repasar el contenido de un montoncito de sobres –casi doce centímetros apilaban para mi sorpresa– que había acumulado las dos últimas semanas conforme llegaban a mi buzón durante la campaña electoral.


Apenas habían transcurrido diez minutos cuando di por concluida mi tarea, al tiempo que experimentaba tres profundas decepciones que me impulsaron a tirar los sobres y su contenido –excepto una solitaria papeleta– al cubo de reciclaje de papel y cartón de mi cocina.


La primera decepción fue comprobar que los partidos políticos conocían perfectamente mi nombre y mi dirección y me pedían que que les votase cuando durante años, entre campaña y campaña electoral, me ignoraban por completo.


La segunda surgió al caer en la cuenta del inmenso gasto que habrá supuesto tan gran dispendio en papel y en esfuerzos, sólo para incitar a los más débiles a que tomen una decisión de voto que nuca debería surgir del contenido de un buzón de correos y, para más inri, mezclada con cartas de bancos y alguna oferta de comida china a domicilio.

La tercera decepción fue mas bien anecdótica, pues conforme abría los sobres enviados por el Partido Popular –olvidaba decir que cada partido depositó en mi buzón varios sobres con papeletas, todos a mi nombre como si pudiera votar varias veces– no negaré que albergaba la ilusión de encontrar en su interior un fajito de billetes de quinientos euros, anhelo que al final quedó en nada como era de suponer.


Dejo constancia de que hoy pienso ir a votar, aunque sólo sea por cumplir con la ilusión de poder botar algún día a quienes viven del cuento, en gran parte, gracias a los millones de desencantados que nunca votan.

Buenos días electorales, y buena y democrática suerte a todos.



Alberto Soler Montagud
Médico y escritor

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