A través de anécdotas distorsionadas de boca en boca, el concepto general de las sexoservidoras se ha apropiado de mitos acerca de su realidad.
Por: María José CA -
Prostituta, loca, piruja, coscolina,
puta, zorra, mujerzuela, perra, callejera, niña de la calle, ramera, son
algunos de sus nombres. Son palabras fuertes, y hasta incómodas. Y sin
comprender realmente su significado, aquellas expresiones se han
convertido en una connotación de insulto de las sexoservidoras dentro de
un sistema conceptual que fingimos entender.
A través de anécdotas distorsionadas de
boca en boca, el concepto general de estas mujeres se ha apropiado de
mitos acerca de su realidad. A lo largo de su vida, ellas no paran de
recibir insultos o adulaciones negligentes. E incluso, cuando su cuerpo
alcanza los rasgos de la vejez, llegan a desvanecerse de la vista de su
clientela. ¿Qué sucede realmente con estas personas?
Conforme estas mujeres exhiben los
cambios físicos y psicológicos característicos de la adultez mayor,
concepto antrópicosocial que comienza a partir de los 60 años de edad,
su mundo empieza a convulsionar hasta estallar en mil pedazos. Aprenden a
sobrevivir en la calle; hasta que, de pronto, la clientela empieza a
disminuir conforme sus cuerpos envejecen; pierden cierta autonomía e
independencia cuando su memoria comienza a fallar; surge la sensación de
inutilidad y estorbo, aislándolas del único mundo que conocen. Y hasta
ese momento, se dan cuenta que es un deber y una necesidad dedicar una
seria atención a sí mismas.
Fue así que nació la Casa Xochiquétzal,
un hogar para las trabajadoras sexuales de la tercera edad. Fundada en
2006 por Carmen Nuñez quien se dedicó a buscar apoyo de figuras
públicas, como Martha Lamas, Elena Poniatowska y Jesusa Rodríguez, para
solucionar la problemática de las condiciones precarias en las que
vivían las sexoservidoras. Tras instaurar un sistema gubernamental que
proporcionara una vida digna a estas mujeres, el Gobierno del Distrito
Federal autorizó el préstamo de un inmueble en el Centro Histórico para
habilitarlo y fungir como albergue de atención integral.
El objetivo del albergue es rendir honor a su nombre, Xochiquétzal;
el cual se refiere a la diosa azteca de la actividad erótica y las
relaciones sexuales ilícitas. Por ello, las ocupaciones asociadas a esta
diosa eran aquellas de las prostitutas, cuya finalidad no era la
procreación. (N. Quezada). Enfocándose en este tipo de trabajadoras,
esta casa pretende ser un hogar de estas mujeres. Al ofrecerles cuidados
médicos, apoyo económico y alimenticio, ellas se apropian de la casa a
la que deben mantener, dentro de sus capacidades, arreglada; preparar
sus alimentos y lavar los trastes que cada una utilizó; además,
disfrutar de la libertad de pasear o laborar en su especialidad.
¿Cómo viven su vejez?
Durante la vejez, la actividad sexual
disminuye debido a los cambios físicos y hormonales que los individuos
experimentan. En el caso de las mujeres, cuando perciben el climaterio,
se altera la producción de hormonas, como el estrógeno; en consecuencia,
las paredes vaginales se adelgazan, se encogen y pierden elasticidad,
provocando que el sexo sea doloroso. Sin embargo, en la actualidad,
existen tratamientos para evitar el malestar. Incluso, una de las
habitantes, y continua asidua de su profesión, confiesa: “Mientras que
el cuerpo aguante y me sigan pelando, para qué desperdicio, ¿verdad?,
de todos modos el cuerpo se lo van a comer los gusanos, mejor que se lo
coman los cristianos.”
Por ello encontramos a cuantiosas
mujeres de la tercera edad ofreciendo sus servicios en zonas aledañas a
la Merced, en la ciudad de México. De hecho, muchas de estas figuras
cansadas y coquetas, quienes se desnudan ante el dinero (y continúan
recibiéndolo), habitan en la casa Xochiquétzal.
¿Cuál fue la vida de estas mujeres?
Actualmente, muchas personas aún
visualizan la libertad de la sexualidad como un problema moral y
psicológico; situación que se agrava cuando se trata de la expresión
erótica durante la vejez. De hecho, desde hace siglos, estas mujeres han
recibido fuertes críticas en función de su profesión y de su edad.
La escritora e investigadora del
Manicomio General La Castañeda, Cristina Rivera Garza, explica que, en
1910, las prácticas sexuales fuera del matrimonio eran consideradas como
señal distintiva de una locura moral (una enfermedad mental
característica de las mujeres que no se conformaban con los modelos de
domesticidad femenina). Por consiguiente, prostitutas e indecentes,
aquellas sexualmente activas fuera del lazo nupcial, eran confinadas a
esta inspección sanitaria. El hospital se encargaba de diagnosticarlas
como “pervertidas que podían distinguir entre el bien y el mal, pero
decidían ceder a sus deseos morbosos”. El objetivo era mantener, a toda
costa, el progreso del país alejando cualquier factor de desorden y
enfermedad mental.
No obstante, gracias a los avances
médicos y tecnológicos, se han logrado descubrimientos importantes
relativos a dichos temas. Por ejemplo, en el caso de la prostitución,
una investigación de Rodman y Clum (2001) puntualizó cómo la mayoría de
esos casos estaba relacionado con una alta incidencia de abuso sexual en
la infancia. Incluso, en otro estudio, se reportó que las mujeres
abusadas sexualmente en la infancia, habían experimentado una violación
(o intento) en años posteriores. De ese modo, se concluyó que los
efectos del trauma infantil resulta ser un factor de riesgo para
situaciones similares en un futuro.
De hecho, las mujeres de la casa
Xochiquétzal no fueron la excepción: una había sido vendida por su
marido; otra, abusada tanto por su padre como hermanos, también vivió la
misma suerte en años posteriores; en ocasiones, ellas eran sólo una
mercancía inocente para los padres o el novio; entre otras.
Psicólogos especialistas en trauma
infantil explican que, cuando un niño o una niña están expuestos
recurrentemente a situaciones de abuso, su única reacción de adaptación o
defensa ante el estímulo de peligro es la disociación. Es decir, dado
que no tienen la fuerza física ni psíquica para defenderse, imponen
cierto distanciamiento continuo con la realidad para tratar de dominar o
tolerar el estrés del peligro. Separan los elementos inaceptables (como
el miedo), negándolos de la conciencia. En ocasiones, el fenómeno puede
resultar en el impedimento de funciones corporales aunque no haya un
daño orgánico; en otras, se generan estrategias (inconscientes) para
enfrentar el estímulo estresor, como congelarse, someterse ante la
situación o, incluso, seducir para evitar un daño más doloroso. “Su
cuerpo no puede enfrentar al agresor ni tampoco puede huir de la
amenaza; así que la única opción es estar sin estar” (Castillo I.,
2014).
Es así que la mayoría de las
sexoservidoras, aquellas que sufrieron abusos sexuales por parte de
familiares o esposos, escogieron continuar con esa profesión “estando
sin estar”, actuando de la única manera en la cual consideran que no
serán lastimadas: seduciendo a través del “caliche”, ese arte de
hablarle bonito a la vida; congelándose y sometiéndose ante algún factor
estresante, defendiéndose con mordidas y uñas. Muchos dicen: “Después
de todo, toda su vida han aprendido a reaccionar de ese modo. ¿Cuál es
el punto de cambiar ahora?”
Sin embargo, la casa Xochiquétzal
responde de manera contundente y segura a través del apoyo de
voluntarios, donadores y trabajadores sociales. A pesar de la diversidad
de personalidades que habitan en el albergue, ese sitio está marcado
por la experiencia de sonreírle al dolor. Y como si la vida fuera un
estímulo decadente, ellas deciden seducirla a través de las palabras
bonitas y sus risas coquetas. La cautivan de la única manera que
conocen: haciéndole el amor. Es así que “[L]a experiencia no es lo que
te sucede, sino lo que haces con lo que te sucede.” Aldous Huxley.
Twitter de la autora: @deixismj
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