
Si la apología es delito habrá que encarcelar a muchos políticos
¡Ya está bien!, ya se han cruzado todas las líneas de todos los colores, y esto apesta como el fascismo más descarnado, pero peor, porque además es un nuevo tipo de fascismo camuflado y más cobarde. España no es hoy una democracia ni en las fotografías. Pero una buena parte de la sociedad tragamos y aceptamos por responsabilidad, aunque si esto sigue así al final se acabará la paciencia.
Tras infinidad de casos en los que la justicia ha sido unidireccional, y
el presunto delito solo lo ha sido cuando se dirigía contra el poder
establecido y enquistado, ayer nos llega información de otro caso más, y
nos enteramos de la detención de un chaval de 19 años de Tavernes de
Valldigna (Valencia) por expresar el producto de su rabia o su
impotencia en una red social. No voy a entrar a valorar sus mensajes, ya
sobran voceros para demonizarlo.
Y no lo voy a hacer porque quizá mareados por el intenso hedor del sistema parece que olvidamos voluntariamente el principio de causalidad (lo que en ciencia equivaldría a la Tercera Ley de Newton). No hay efecto sin causa, no hay manifestación sin angustia, ni reproche sin acto, ni reivindicación sin ausencia. Nada suele hacerse porque sí, especialmente si requiere confrontación o esfuerzo y con ello no se obtiene una recompensa individual.
Ya no me indigna ni el agravio comparativo, sé que gobiernan fascistas y no voy a quejarme de que cuando la apología es de los suyos no se tome en consideración, y que mucho menos actúe la justicia de oficio. No acabo de caerme de un guindo y no espero nada. ¿Para qué iba a hacerlo si ni siquiera se actúa ante delitos mucho menos ambiguos como los de amenazas e injurias cuando las profieren los de su cuerda? Que se lo pregunten, por ejemplo, a Pilar Manjón, a la que han amenazado de muerte en infinidad de ocasiones sin que nadie haga nada incluso denunciándolo.
Pero si no voy a quejarme es especialmente
porque la propia tipificación de la ‘apología’ como delito me parece
una degeneración de la inteligencia y un insulto totalitario. Al margen
de los de calumnias, injurias y amenazas, ya existe para el caso un
supuesto de incitación, y otro de inducción al delito que son más que
suficientes para cubrir legalmente la penalización de los tipos de
expresiones y tendencias que pudieran suponer un riesgo.
Especialmente cuando el Código Penal español es efectivamente uno de los más duros y restrictivos del mundo. Y es que por si no fuera suficiente, aceptar la apología como hecho delictivo supone también aceptar la declaración de debilidad intelectual de una parte de la población desde otra parte que asume su condición de magistrado impermeable y omnisciente.
O dicho de otra forma, es aceptar la interpretación subjetiva ajena, y en este caso la de un actor ejecutivo al que no se puede revocar en el desempeño de sus funciones. Pero sobre todo es poner coto a la libertad de expresión, y eso es inaceptable.
En este nuevo caso se ha detenido a un chaval por decir entre otras cosas que (ahora solo falta que maten a):
Ara sols falta que maten a Rajoy, a Soraya Saez de Santa Maria, a Aguirre, a Aznar, a Fabra, a Paqito Camps, a Rita Barberà, a Cospedal...
No ha dicho en este ni en otros comentarios que él vaya a matarlos, sino que expresa un anhelo. No hay amenaza directa ni inducción. Y esto puede parecernos bien, regular, mal o despiadado, o repugnante, o demente, o puede incluso herir nuestra delicada sensibilidad. Pero no deja de ser un comentario, un sentimiento pasado a texto, o una idea, o una simple pulsión.
Pero nos parezca lo que nos parezca, en esta dimensión los deseos y las intenciones no matan sin ponerlas en práctica, ni el resto somos nadie para condenar las palabras con algo que no sean palabras.
Y si ya me parecería cuestionable simplemente que se le denunciase y se le impusiera una sanción económica, el que esta persona haya sido detenida en su casa, y que en la “operación tuitterrorista” se anuncie que se le han “incautado” unos alarmantes discos duros, unos amenazantes pendrives, un teléfono lanzador de SMS’s y una torre de tuiteación masiva, y que esté ahora mismo en un calabozo por haber escrito lo que siente, por infame que sea, no es solo que me parezca repugnante; es que significa volver a recorrer un camino muy peligroso.
¿Vamos ahora también a prohibir ciertas novelas y ensayos, por ejemplo y por no ser parcial, el Mein Kampf?, ¿y cuando lo hagamos, qué será lo siguiente?
Si el gobierno puede ordenar detenciones (como en este caso) por expresar un sentimiento, y lo consentimos, estamos perdidos. Nadie puede detener a alguien por sus ideas ni por sus deseos, y ‘nadie’ incluye especialmente a quienes en virtud de esa propensión ya deberían haber sido condenados por discursos y apologías con resultados luctuosos, como los de ese austericidio que ellos no se aplican pese al agravante de vivir del erario público.
A mí, el que alguien que no ve salida a su situación diga que habría que matar a los que considera culpables de su desdicha, no me afecta lo más mínimo. Y no estoy de acuerdo con el que desea la muerte de otro, porque la violencia jamás es la solución, pero no lo tomo como otra cosa que como lo que es: un comentario. Y ahí se acaba la interpretación, porque en uno de los países con menor criminalidad del mundo, los que suelen asesinar son los de arriba, y por ejemplo, en el caso que ha motivado la persecución de este joven, la asesina confesa era la esposa de un comisario jefe que muy probablemente no ‘tuiteaba’ nunca.
Me parece mucho más preocupante y delictivo que alguien reforme la Constitución para poner por delante de las necesidades de la población intereses bastardos del gran capital sin consultar a los afectados. Me parece mucho más punible el que alguien imponga recortes y medidas antisociales contra quienes no tienen nada, y que deje sin la más mínima prestación de supervivencia a millones de personas que rozan la indigencia. Y por si fuera poco, que al mismo tiempo con el dinero de esos damnificados se adjudique salarios, complementos y dietas, por encima de los cien mil euros anuales.
¿Cómo pretenden que no haya quien les desee la muerte, siendo como son, personas absolutamente despreciables?
Con todo, no se trata de justificar una reacción concreta, porque incluso prescindiendo del hecho causal, y aunque no pudiera comprenderse el motivo de un comentario, no podemos caer en la tentación de dejarnos llevar por la intransigencia cuando el corazón aprieta. Y aunque fuera el exabrupto de nuestro antagonista, hay que seguir sintiendo y diciendo aquello que se le atribuye a Voltaire: “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo”.
Y habrá que hacerlo porque con ello no se defiende a nadie en particular, se defiende algo más importante: la proporcionalidad, la justicia, el derecho y la libertad.
Creo que no nos estamos dando cuenta, o mejor, no del todo… pero estamos viviendo tiempos muy oscuros.
Extraordinariamente oscuros.
Paco Bello - 16/05/2014
Y no lo voy a hacer porque quizá mareados por el intenso hedor del sistema parece que olvidamos voluntariamente el principio de causalidad (lo que en ciencia equivaldría a la Tercera Ley de Newton). No hay efecto sin causa, no hay manifestación sin angustia, ni reproche sin acto, ni reivindicación sin ausencia. Nada suele hacerse porque sí, especialmente si requiere confrontación o esfuerzo y con ello no se obtiene una recompensa individual.
Ya no me indigna ni el agravio comparativo, sé que gobiernan fascistas y no voy a quejarme de que cuando la apología es de los suyos no se tome en consideración, y que mucho menos actúe la justicia de oficio. No acabo de caerme de un guindo y no espero nada. ¿Para qué iba a hacerlo si ni siquiera se actúa ante delitos mucho menos ambiguos como los de amenazas e injurias cuando las profieren los de su cuerda? Que se lo pregunten, por ejemplo, a Pilar Manjón, a la que han amenazado de muerte en infinidad de ocasiones sin que nadie haga nada incluso denunciándolo.

Especialmente cuando el Código Penal español es efectivamente uno de los más duros y restrictivos del mundo. Y es que por si no fuera suficiente, aceptar la apología como hecho delictivo supone también aceptar la declaración de debilidad intelectual de una parte de la población desde otra parte que asume su condición de magistrado impermeable y omnisciente.
O dicho de otra forma, es aceptar la interpretación subjetiva ajena, y en este caso la de un actor ejecutivo al que no se puede revocar en el desempeño de sus funciones. Pero sobre todo es poner coto a la libertad de expresión, y eso es inaceptable.
En este nuevo caso se ha detenido a un chaval por decir entre otras cosas que (ahora solo falta que maten a):
Ara sols falta que maten a Rajoy, a Soraya Saez de Santa Maria, a Aguirre, a Aznar, a Fabra, a Paqito Camps, a Rita Barberà, a Cospedal...
No ha dicho en este ni en otros comentarios que él vaya a matarlos, sino que expresa un anhelo. No hay amenaza directa ni inducción. Y esto puede parecernos bien, regular, mal o despiadado, o repugnante, o demente, o puede incluso herir nuestra delicada sensibilidad. Pero no deja de ser un comentario, un sentimiento pasado a texto, o una idea, o una simple pulsión.
Pero nos parezca lo que nos parezca, en esta dimensión los deseos y las intenciones no matan sin ponerlas en práctica, ni el resto somos nadie para condenar las palabras con algo que no sean palabras.
Y si ya me parecería cuestionable simplemente que se le denunciase y se le impusiera una sanción económica, el que esta persona haya sido detenida en su casa, y que en la “operación tuitterrorista” se anuncie que se le han “incautado” unos alarmantes discos duros, unos amenazantes pendrives, un teléfono lanzador de SMS’s y una torre de tuiteación masiva, y que esté ahora mismo en un calabozo por haber escrito lo que siente, por infame que sea, no es solo que me parezca repugnante; es que significa volver a recorrer un camino muy peligroso.
¿Vamos ahora también a prohibir ciertas novelas y ensayos, por ejemplo y por no ser parcial, el Mein Kampf?, ¿y cuando lo hagamos, qué será lo siguiente?
Si el gobierno puede ordenar detenciones (como en este caso) por expresar un sentimiento, y lo consentimos, estamos perdidos. Nadie puede detener a alguien por sus ideas ni por sus deseos, y ‘nadie’ incluye especialmente a quienes en virtud de esa propensión ya deberían haber sido condenados por discursos y apologías con resultados luctuosos, como los de ese austericidio que ellos no se aplican pese al agravante de vivir del erario público.
A mí, el que alguien que no ve salida a su situación diga que habría que matar a los que considera culpables de su desdicha, no me afecta lo más mínimo. Y no estoy de acuerdo con el que desea la muerte de otro, porque la violencia jamás es la solución, pero no lo tomo como otra cosa que como lo que es: un comentario. Y ahí se acaba la interpretación, porque en uno de los países con menor criminalidad del mundo, los que suelen asesinar son los de arriba, y por ejemplo, en el caso que ha motivado la persecución de este joven, la asesina confesa era la esposa de un comisario jefe que muy probablemente no ‘tuiteaba’ nunca.
Me parece mucho más preocupante y delictivo que alguien reforme la Constitución para poner por delante de las necesidades de la población intereses bastardos del gran capital sin consultar a los afectados. Me parece mucho más punible el que alguien imponga recortes y medidas antisociales contra quienes no tienen nada, y que deje sin la más mínima prestación de supervivencia a millones de personas que rozan la indigencia. Y por si fuera poco, que al mismo tiempo con el dinero de esos damnificados se adjudique salarios, complementos y dietas, por encima de los cien mil euros anuales.
¿Cómo pretenden que no haya quien les desee la muerte, siendo como son, personas absolutamente despreciables?
Con todo, no se trata de justificar una reacción concreta, porque incluso prescindiendo del hecho causal, y aunque no pudiera comprenderse el motivo de un comentario, no podemos caer en la tentación de dejarnos llevar por la intransigencia cuando el corazón aprieta. Y aunque fuera el exabrupto de nuestro antagonista, hay que seguir sintiendo y diciendo aquello que se le atribuye a Voltaire: “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo”.
Y habrá que hacerlo porque con ello no se defiende a nadie en particular, se defiende algo más importante: la proporcionalidad, la justicia, el derecho y la libertad.
Creo que no nos estamos dando cuenta, o mejor, no del todo… pero estamos viviendo tiempos muy oscuros.
Extraordinariamente oscuros.
Paco Bello - 16/05/2014
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