Conflictos mundiales * Blog La cordura emprende la batalla


jueves, 31 de julio de 2014

Si olvidamos que todas las mujeres son personas, olvidaremos que todas las personas son personas.



Todas las mujeres lo son




Si olvidamos que todas las mujeres son personas, olvidaremos que todas las personas son personas. Y si olvidamos que las personas son personas, creeremos que nos deben algo y les quitaremos su capacidad de decisión. Les quitaremos su libertad. Les convertiremos en objetos de los que disponer y, en última instancia, a los que romper. Y entonces, perderemos nuestra dignidad como seres humanos. Nuestra dignidad como especie (Pedro Torrijos)




Álvaro Reyes se gana la vida escribiendo libros, grabando vídeos e impartiendo seminarios por todo el país, en los que explica a otros hombres las técnicas adecuadas para solucionar sus problemas de inseguridad y de acercamiento con las mujeres.

Los contenidos de sus clases se acercan peligrosamente, cuando no se asientan de lleno, en los territorios del acoso y la violencia de género: "No esperes su permiso. Siéntete con derecho para hacer lo que quieres. Pedir permiso es síntoma de inseguridad",  "tu reto es aprender qué es un 'NO' de verdad y qué es un 'NO' que significa 'SÍ'", son algunas de las frases de presentación.

Puede que estas actividades nos resulten sorprendentes en España, pero lo cierto es que los expertos en conquistas, o como les gusta llamarse a ellos, Pick Up Artists («artistas del ligue»), son un fenómeno razonablemente frecuente en la cultura anglosajona y especialmente en los Estados Unidos... Y casi todos ellos basan sus prácticas en la consideración de la mujer como mero objeto de conquista. Y al final, como mero objeto.

Hace dos años, la periodista Katie J. M. Baker destapaba en Jezebel la existencia de una peculiar subcultura de Anti-Pick Up Artists. Los miembros de esta comunidad son hombres resentidos tanto con las mujeres que no quieren estar con ellos, como con los gurús del ligue que les habían prometido éxito, pero que, en última instancia, no se lo han proporcionado. Se sienten estafados económica, pero también moralmente, por ellos.

De alguna manera, aciertan en la sintomatología —los gurús del ligue estafan a hombres—, pero se equivocan en el diagnóstico. Para ellos, las mujeres siguen siendo las enemigas que les niegan su 'legítimo' acceso al sexo o incluso al amor; y los gurús que les han engañado son, sencillamente, otros enemigos que se han aprovechado de su baja autoestima y su ingenuidad".

De lo que no se dan cuenta es de que es precisamente la objetificación de la mujer, el considerar que ellas no son nada más que un trofeo, lo que les ha llevado a creer a unos charlatanes que vieron en ellos las víctimas propiciatorias de su discurso falaz.

Me pregunto si los hombres ya estamos empezando a pagar por los milenios de una sociedad machista. Y si es el propio machismo el que nos lo está cobrando, aunque no nos demos cuenta.

Con cierta frecuencia se acusa a determinados anuncios televisivos de ser feministas, hembristas o feminazis. Sin duda, la imagen que proyectan de los hombres es la de unos incapaces, unos inútiles en lo que respecta a las labores domésticas. Ahora, ¿realmente creen que esa imagen estereotipada del hombre como palurdo doméstico es feminista? ¿Que es una contestación a los innumerables anuncios machistas que ha habido en el último siglo? No.

No lo es. Ese anuncio hace exactamente lo mismo que el anuncio de Ponche Caballero: discriminar qué cosa es de hombres y qué cosa es de mujeres. Y además perpetúa exactamente los mismos roles de género: los hombres no tienen que hacer el trabajo de la casa porque ese es un asunto mujeres.

Evidentemente, que la publicidad nos considere a los hombres como unos inútiles superficiales que solo estamos preocupados por el fútbol y los coches es una chorrada comparado con la discriminación laboral, la desigualdad salarial o la violencia sexual a la que se enfrentan muchas mujeres. Sin embargo, sin llegar a tanto, el machismo social también tiene algunas consecuencias graves para los hombres.

Los datos del Consejo General del Poder Judicial de 2012 dicen que, en situaciones de divorcio con hijos, la custodia de los mismos se otorga en un 84% a las madres, en un 9% compartidas y en un 7% a los padres u otros tutores. Las asociaciones de padres separados esgrimen estos datos para demostrar la desigualdad de las sentencias judiciales y la flagrante discriminación a favor de la mujer que ellos padecen. Como ocurre con los antigurús de la seducción, de nuevo aciertan en la sintomatología —las mujeres se benefician de una evidente discriminación positiva en el otorgamiento de custodias—, pero en este caso ni siquiera emiten un diagnóstico. Ellos tan solo quieren que desaparezca la discriminación para dar paso a una situación más igualitaria.

Y es que cuesta creer que los parámetros que debe tener en cuenta el juez a la hora de dictar su sentencia favorezcan a las mujeres en 84 de cada 100 pleitos; pero aún cuesta más creer que el juez haya decidido desatender estos parámetros de manera consciente para firmar así una resolución discriminatoria e injusta.

Lo que no cuesta nada creer es que, tras siglos de machismo social, la jueza o el juez no sean inconscientemente parciales. Porque si los roles de género han establecido durante eones que el hombre debe salir a trabajar y las mujeres deben quedarse en casa como encargadas del cuidado de los hijos, entonces es muy difícil que un juez, por muy imparcial que deba ser, no se vea influido dramáticamente por la sociedad en la que está inmerso.

Y no me malinterpreten, por supuesto que no hay nada malo en las labores domésticas ni en el cuidado de los hijos; es un trabajo a veces arduo pero a menudo muy satisfactorio y gratificante. Lo malo es establecer que solo a la mitad de la población le corresponde llevar a cabo ese trabajo arduo. Porque entonces, la gratificante satisfacción que suele conllevar también le corresponderá solo a esa mitad. Y es el machismo el que nos la quita a los hombres.

Pero el machismo es mucho peor, incomprensiblemente peor para las mujeres. Si son ustedes mujeres, es posible que le hayan pedido alguna vez a un hombre que les acompañe a la puerta de su casa para no ir sola. Cuando a los hombres nos piden dicha ayuda, la solemos ofrecer sin pensar en las implicaciones que tiene que una mujer, por firme y dura que sea, pida caminar acompañada. Y es que nosotros nunca sentiremos lo que sienten ellas cuando oyen pasos tras de sí en la noche. Nunca prestaremos especial atención a si nuestra ropa enseña demasiado los hombros o los muslos o la espalda.

Como dijo Neil Gaiman: "Todas estas situaciones son duras, tristes y terribles. Puedo empatizar con ellas y puedo intentar entenderlas, pero sé que nunca lo haré por completo". Porque jamás comprenderemos lo que significa ser una mujer.

Seguramente recuerden la polémica que se levantó durante las fiestas de San Fermín de 2013, en las que se vieron imágenes inexcusables y absolutamente inimaginables en cualquier otro ámbito. La discusión pública se concentró en dos puntos muy peligrosos: que algunas mujeres reían y disfrutaban con los tocamientos, y que si no querían que las tocasen, que no hubiesen enseñado las tetas e incluso que no hubiesen ido a San Fermín.

No, miren, las cosas no funcionan así. O mejor dicho, no deberían funcionar así. Que alguien enseñe las tetas no da derecho a que nadie se las toque, es el consentimiento de la poseedora de esas tetas el que nos lo concede. La responsabilidad del abuso es de quien abusa y solo de quien abusa.

Y no comprender esta clara división de las responsabilidades nos puede conducir a una asunción aún más terrible: que las mujeres no pueden disfrutar en paz de una fiesta. Y que es culpa suya.

El Ministerio del Interior no parece tener claro quién debe asumir las responsabilidades de una agresión, y hace apenas unas semanas, ha publicado en su web unos consejos para la 'Prevención de la violación' . Entre estos consejos incluye no hacer autostop, no transitar por calles oscuras y solitarias o no poner el nombre de pila en el buzón de correos si la mujer vive sola.

Esto se llama terror. Porque genera un estado de miedo constante y sostenido, y transmite una desconfianza universal al identificar a todos los hombres como potenciales agresores. Pero sobre todo, porque los consejos van dirigidos solo a las mujeres, haciéndolas responsables de las posibles agresiones que puedan sufrir si no los siguen. Y además, estos consejos limitan libertades esenciales: si eres mujer no puedes caminar sola, no puedes subirte a un autobús casi vacío y tienes que renunciar a tu nombre de pila. Por si acaso.

Lo siguiente sería limitar las agresiones sexuales impidiendo que las mujeres vistan con minifalda o con tacones. O incluso obligándolas a no salir de casa. Ya saben, la mejor manera de que no te roben un coche es no sacarlo jamás del garaje. Pero, ¿saben cómo se reducirían las violaciones a una mínima expresión? Enseñando a los hombres a no violar.

Por supuesto, la sociedad nunca se verá completamente libre de violaciones, como nunca dejará de haber asesinatos o robos. Pero si la cultura social deja de jalear y de alentar los comportamientos abusivos y discriminatorios, si se responsabiliza a los verdaderos agresores y se rechazan sus actuaciones desde todos los ámbitos, incluyendo los privados, entonces créanme, las mujeres —todas las mujeres, incluso las que nunca han sufrido ni sufrirán agresiones— serán más felices y la sociedad —toda la sociedad, los hombres y las mujeres— vivirá en igualdad y en libertad. Vivirá en paz.

Este es el vídeo que el joven de veintidós años Elliot Rodger subió a YouTube la mañana del pasado 23 de mayo. Al cabo de una hora había matado a seis personas y herido a otras trece. Regó de cadáveres el campus de Santa Bárbara de la Universidad de California en Isla Vista. Después se suicidó.

El vídeo se llama 'Elliot Rodger’s Retribution' (la represalia de Elliot Rodger). En él, el joven acusa a todas las mujeres que no le han correspondido, a todas las mujeres que, según él, le han condenado a seguir virgen. Y también a los hombres, a los chicos populares que sí han tenido éxito con ellas. Y les advierte de que van a pagar por ello.

Elliot Rodger formó parte de la comunidad Pick Up Artists y, en vista de su «fracaso», acabó en la Anti-Pick Up Artist. Su vídeo y su diario estaban salpicados con frases de resentimiento y odio misógino: "¡Cómo se atreven todas esas chicas a evitarme así! ¡Cómo se atreven a insultarme así! Merecen un castigo y se lo voy a dar", "¿Por qué las chicas me odian tanto?", "le di a todo el género femenino una última oportunidad para concederme los placeres que yo merecía".

Si olvidamos que todas las mujeres son personas, olvidaremos que todas las personas son personas. Y por supuesto que hay mujeres cuyos actos u opiniones no merecerán nuestro respeto, pero precisamente por sus actos y opiniones, no por el hecho de ser una mujer. Exactamente igual que debemos hacer con los hombres.

Y si olvidamos que las personas son personas, creeremos que nos deben algo y les quitaremos su capacidad de decisión. Les quitaremos su libertad. Les convertiremos en objetos de los que disponer y, en última instancia, a los que romper. Y entonces, perderemos nuestra dignidad como seres humanos. Nuestra dignidad como especie.

Así que permítanme cerrar el artículo con una recomendación. Una recomendación a toda aquella persona que, aun después de leerlo, todavía esté pensando en tomar una represalia violenta contra esa otra persona que le abandonó. Esa persona que prefirió a otro o a otra, quizá más alto o más guapa o más rica o más feo o más simpática o más grosera o más limpio o más pobre o más sucia. Esa persona que no le correspondió y no se dio cuenta de lo romántico o lo divertida que es. De lo buen tipo o lo buena chica que es.

Si lo han meditado bien y el rencor que sienten hacia esa persona no les deja más alternativa que castigarla, si solo se ven capaces de aliviar su dolor inflingiendo aún más dolor y luego planean suicidarse; entonces les sugiero que inviertan el orden de las acciones. Les recomiendo que sigan los pasos de ese otro gran exponente del Romanticismo que fue Mariano José de Larra, que cuando no pudo soportar más el desamor de Dolores Armijo, decidió matarse.


Artículo de Pedro Torrijos (extracto)






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