Está siendo un verano
lleno de sorpresas. Por ejemplo, las agencias de información
mediáticamente mundiales han empezado a hablar con cierta normalidad de
la existencia de un Estado Islámico, al parecer sin fronteras definidas
(aunque podrían ser muy amplias). Pocas noticias oficiales había hasta
ahora de dicho Estado, aunque no hay duda de que es ilegal, como
enfatizan esas mismas agencias, investidas de la más completa legalidad
legal legalizada. Parece desprenderse de esas mismas noticias la idea de
que algunas fronteras se agrandan, mientras otras se achican, como está
sucediendo desde hace tiempo con los territorios de Palestina, sin que
podamos hacer nada para comprenderlo ni evitarlo, so pena de que un dron
nos sobrevuele legalmente y descargue sobre nosotros algo más que
ideas.
¿Será porque la
industria militar armamentística globalizada ha acumulado demasiado
material en vías de envejecimiento tecnológico y está buscando donde
usarlo, descargarlo, evacuarlo o eyacularlo, suponiendo que algunos
conciban los bombardeos como una forma de generar nueva vida, a modo de regeneración salvadora de las ideas más nobles de la Humanidad? Nunca me gustaron las religiones. Por eso tampoco me gustan las guerras.
Otro ejemplo de las
sorpresas de este verano: la economía europea, ¿crece, se estanca,
retrocede, o depende de cómo se mire y quién lo mida? Al parecer, ese es
un misterio tan indescifrable y difuso como los ojos del Guadiana en
periodo de sequía. Parece que el PIB de la UE emerge y luego se sumerge,
ora en Alemania, otrora en Italia, no se sabe si en Francia, aunque sí
existe la certeza muy cierta de que “Spain is different”, porque así lo
ponen de manifiesto los datos que manejanuestro gobierno. De
tal magnitud será en breve nuestro crecimiento económico, según
pronostica el gobierno, que cualquier día volveremos a ser la locomotora
de Europa. Eso sí, una locomotora cargada de desempleados, emigrantes
en ciernes y empresarios encarcelados (o escondidos debajo de las
piedras porque es verano,porque buscan sitio en el consejo de
administración de una petrolera o porque intentan asociarse con alguna
empresa especializada en combatir mareas negras, si es que existen y no
son también una ficción).
No obstante, en este
acontecer estival el ejemplo que más perplejo me ha dejado ha sido
encontrarme a un alcalde en mi ascensor. Sin mediar saludos ni palabra
alguna, se bajó los pantalones delante de mí y nada más abrirse la
puerta del ascensor empezó a gritar como un poseso: “¡Me quieren aplicar
la elección directa! ¡La elección directa!”.
“Ufff, menos mal”, pensé
yo, convencido como estaba de que con su grito iba a acusarme de
intentar violarlo, o algo parecido, dado que el muy bribón aprovechó el
fragor de su batalla imaginaria para rasgarse la ropa interior, cual
fariseo exhibiéndose a las puertas de un templo o en un reality show.
Y es que, ya no te
puedes fiar ni de tu alcalde, ni de una jueza por legal que sea y
parezca, ni de las supuestas ventajas del turismo como fuente de divisas
para la economía española. Porque, donde menos te lo esperas puede
brotar el turismo de botellón. O puedes constatar que el sistema
judicial es un bombo de la lotería navideña, dado que los jueces ya no
levitan para impartir justicia, como sería su deber. Y lo que es peor:
te pueden sorprender acusándote de violación solo por usar un ascensor
sin comprobar quién va dentro, ni qué hora es, ni cuáles son las
intenciones reales del alcalde o alcaldesa. Lamentablemente, de
continuar la tendencia de este verano, nuestros regidores municipales
podrán ser elegidos algún día en contra de la voluntad de la mayoría de
los ciudadanos, por sorprendente que parezca, si es que algo puede
sorprendernos ya.
Esperemos que el gobierno no perpetre su idea de reformar el método de
elección de los alcaldes, porque un cambio de esa magnitud solo debería
contemplarse como parte de una verdadera reforma integral del sistema
electoral de nuestro país. Actuar como propone el PP supondría depositar
toda la confianza en la lámpara de Aladino, de la que siempre saldría
el candidato más deseado, dependiendo de cómo se frotara la lámpara (o
la botella). Prescindir de los pactos y alianzas típicos de la
democracia, aunque muchas veces estén destinados de antemano a
incumplirse, supone un retroceso más en el sistema de normas que
deberían tener como objetivo mejorar nuestra forma de vida, aunque no
siempre lo consigan. El sistema electoral español es manifiestamente
mejorable. Pero parece que algunos se empeñan en lo contrario.
Mientras, tendremos que
seguir vigilando con desconfianza los males incurables de la economía
europea, aunque algunos vuelvan a insistir en que “España va bien”. Y
con respecto a la información de más amplio alcance sobre la situación
mundial, quizá sea mejor no prestar demasiada atención a las agencias
oficiales de noticias, e indagar sobre lo que no dicen y sobre el fondo y la forma de lo que dicen, sin decirlo. Si hacemos caso a esas agencias, malo. Y si no hacemos caso, ¿peor?
José Antonio Nieto Solís
Profesor de Economía, escritor y miembro de econoNuestra
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