Desencajados
Es peligroso sacar dinero por las noches en los cajeros automáticos
instalados en calles poco transitadas. Muchas veces escuché esta
advertencia en boca de personas sensatas y en una ocasión tuve que
negociar, a las dos de la mañana, con un yonqui que esgrimía, sin mucho
oficio, una navaja de considerables dimensiones (tal vez no fuera más
que un cortaplumas pero el miedo es libre). Los dos estábamos igual de
nerviosos. Me dijo el de la navaja que era primerizo. Para mí también
era la primera vez. Nos faltaba soltura, desparpajo para interpretar
nuestros respectivos papeles.
Al final, el atracador se conformó con diez euros, pidió perdón por la chapuza y nos despedimos casi como amigos. Ambos necesitábamos asesoramiento. Consejo de esos consejeros profesionales que saben cómo desvalijar un cajero, robar en ventanilla o efectuar lucrativas operaciones de intercambio de cromos que simulan acciones y bonos y otros subproductos financieros. Cajeros y consejeros, ladrones de guante blanco y tarjeta negra que fueron en su infancia grandes jugadores de monopoly, los que siempre acaparaban la tarjeta para salir de la cárcel, ejecutaban drásticamente sus hipotecas y en cualquier descuido metían mano en la caja.
La banda del ‘Blesa’, una ramificación del clan de los genoveses apadrinada por José María Aznar, había tejido una red de complicidades piráticas, repartiendo el botín para cubrirse las espaldas entre una recua de asentidores que cobraban por aplaudir, votar al jefe y mirar para otro lado. Politicuchos y politicastros, Polichinelas movidos por los hilos dorados de la corrupción mafiosa. Licencia para robar dentro de la legalidad más abyecta, para saquear sus propias cajas engrosadas por los pequeños ahorros, por los pequeños impositores, de unas entidades acreditadas en otros tiempos por su presunta labor social y convertidas en refugio de malhechores, cueva de ladrones, covacha de usureros y madriguera de roedores.
Favorecidos por el padrino Blesa, consejeros de derechas y de izquierdas, sindicalistas obreristas y empresarios intermediarios aceptaron, se supone que agradecidos, las tarjetas regalo de los ‘capos’ sin escrúpulo ético alguno, sin contradicciones, sin sospechas, caballos regalados que se tornaron caballos de Troya. Para que Blesa pudiera coleccionar trofeos abatiendo mamíferos en peligro de extinción como los grandes bwanas blancos, sus consejeros, gran parte de sus consejeros, brindaban a su salud con selectísimos vinos y se alimentaban en lujosos pesebres.
Compraban joyas, entraban a saco en las tiendas de lujo, hacían cruceros, fumaban habanos, frecuentaban los burdeles más caros, facturaban tratamientos de belleza o compraban Arte Sacro para expiar sus pecados. Pero sobre todo comían y bebían, carpe diem, hasta que se acabase el chollo.
Comer y beber, pan para hoy y rancho carcelario para mañana.
Tal vez mañana Arturo Fernández se ocupe del catering de Soto del Real, Blesa presida la ‘Hermandad Aria’ para defender la supremacía blanca en los presidios y Rodrigo Rato y Bárcenas sean ya presos de confianza.
Moncho Alpuente
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