Mariano Rajoy recuerda a mister Chance, el último
papel de Peter Sellers. Es un tipo con una vis cómica que sus críticos
no reconocen. Da risa aunque el papel sea serio. Al salir al escenario,
en directo, diferido o vía plasma, el público se predispone de tal
manera a la carcajada que diga lo que diga resulta gracioso. Es algo que
está al alcance de los más grandes: Carmen Sevilla (en Telecupón y Cine
de Barrio) y Mariló Montero (casi a diario).
Hay que tener mucho
talento cómico para afirmar que a la economía española es la locomotora
de Europa, que tira de Alemania y Francia gracias al éxito de sus
reformas. Y mucha suerte para que no te ingresen en un manicomio o te
llueva una tomatina.
Pese a sus talentos, nuestro
personaje tiene un problema de guión, de contexto: su trabajo no se
desarrolla en la comedia como él cree, sino que fluctúa del drama a la
tragedia, a la tragedia de los demás, se entiende. Recuerda al Sellers
de la película ‘Being There’ (Estando allí), que en España se tituló
‘Bienvenido Mister Chance’ por misterios insoldables que afectan al
doblaje y a las traducciones, capaces de bautizar ‘Con faldas y a lo
loco’ la película de Billy Wilder que el mundo civilizado conoce como
‘Some Like It Hot’ (A algunos les gusta caliente). Peor fue en América
Latina, que se tradujo por ‘Una Eva y dos Adanes’. Somos un país que no
conoce la voz de Marilyn Monroe. Así nos va.
Mariano
Sellers Chance es un personaje ambiguo. Se hizo nacer en Galicia con la
esperanza de tener cobertura cultural, una excusa inapelable y perenne:
"¡Es que es gallego! Pero de gallego tiene poco. Hacerse el longuis no
es suficiente. Tiene el nacimiento, eso sí, y los estudios, los veranos
en Sanxenxo y el marisco a dos carrillos. No sé si ya aprendió el
idioma, pero en la época del Prestige iba justito: ‘O meu xastre é
rico’, que en el lenguaje de Ana Botella significa ‘My Taylor is Rich’.
Mariano vive pegado a un mando a distancia. Lo lleva siempre entre las
manos o en el bolsillo derecho del pantalón. Él no se rasca la huevera
como los demás machos alfa, él se acomoda el mando como Di María.
Lo
pone encima de la mesa del Consejo de Ministros y en las ruedas de
prensa lo esconde en el atril entre papeles con una letra, la suya, que
no entiende. Cada vez que un periodista formula una pregunta, él cambia
de canal o presiona el botón de ‘pause’ y ahí se queda, pausado durante
un tiempo, a veces días, hasta que le despiertan.
Como Chance, el jardinero de la película de Sellers, Rajoy llegó a la
cúspide de la política nacional por hablar poco, saber sonreír, decir
‘sí’ a su jefe (antes Aznar; hoy Angela Merkel) y soltar frases
elípticas sin sentido que sus fieles interpretan como un oráculo
mariano: "Quien me ha impedido cumplir con mi programa es la realidad".
Su exégetas en el Gabinete y en el partido, los ‘spin doctors’ patrios,
acuden raudos a las televisiones a traducir el enigma, a dar sentido
práctico al oráculo del I Ching, que lo mismo te dice una cosa que su
contraria. Para Floriano, que ya llegará a esta sección, la frase se
traduce: "La culpa de todo la tiene Zapatero". Si careces de dones, lo
mejor es la reiteración dialéctica.
Nuestro personaje
tiene un problema de control muscular. Neurocirujanos de gran prestigio
trabajan en buscar soluciones a sus tics, sobre todo cejas y párpados,
que suelen dispararse cuando el presidente no dice la verdad. Esto es un
contratiempo serio en campaña electoral porque el presidente, a tenor
de sus incumplimientos de programa, miente mucho.
Los recortes en
investigación y Sanidad impulsados por su Gobierno juegan en contra.
Llevará tantos años dar con la solución que sus médicos le recomiendan
que aprenda a decir la verdad.
Aunque no sea fluido
en el idioma gallego, Mariano lanza galleguismos de primera, seguramente
copiados en You Tube. Este es uno de los más célebres: "La reforma
laboral puede suponer abaratar el despido o no". Es tan bueno que podría
pasar por un berrismo, entiéndase una de las ocurrencias de Yogi Berra,
ex jugador, ex entrenador y alma carismática del equipo de béisbol
Yankees de Nueva York.
Sus dislates se consideran brotes de genialidad
propios de Groucho Marx.
Si allí es donde quiere
llegar nuestro Mariano debe esmerarse en construir frases más cortas y
rotundas. Mientras que Berra afirma "en realidad no he dicho todo lo que
dije", Mariano se lía: "Todo lo que se refiere a mí y a los compañeros
del partido no es cierto, salvo alguna cosa que han publicado los
medios". Ambos tienen su Wikiquote.
De los berrismos, los hay soberbios,
destaco uno: "No puedo concentrarme mientras pienso". A Rajoy le pasa
lo contrario: no puede pensar cuando se concentra.
Mariano nunca dice nada, no se moja, parece un melindroso, un Gerald
Ford, el presidente que perdonó a Nixon y se cayó por la escalerilla del
avión a los pies de Brezhnev, el gran enemigo. En las reuniones en las
que se tratan problemas que deben resolverse urgentemente, dice: "Bueno,
voy a darle una pensadita", y se muda de sala para ver tranquilo un
partido de fútbol. Si es del Real Madrid, mejor.
Todo
es una impostura, una tapadera del verdadero líder. Un plan ideado por
los servicios secretos. Detrás, o dentro de él, habita un peligrosísimo
Cyborg, un killer capaz de matar sin mover un músculo, ni siquiera un
tic. Sus armas son la cuerda y la paciencia. Mariano no olvida una
afrenta, una cara. Su dicho favorito es el de siéntate a esperar a que
pase el cadáver de tu enemigo. Le gusta porque es el dicho que requiere
menos esfuerzo. Mariano es el Cyborg más vago del universo, nada que ver
con Arnold Schwarzenegger al que deberían dar una plaza en Madrid.
Cuerda la que le dio al pobre (8.500 euros vitalicios al mes) Alberto
Ruiz Gallardón para que se ahorcara él solito. Se ahorcó sin verdugos,
que con tanto recorte no hay matarifes y la pena capital se ha
convertido en un hágaselo usted mismo.
Nuestro héroe
superó el 14M, aquella dramática comparecencia para recordarnos a todos
que él era Mariano Rajoy. Mantuvo la teoría de la conspiración, la de ha
sido ETA, a sabiendas de que era falsa con la esperanza de no perder
votos. Se sobrepuso a dos derrotas y a los desprecios del hombrecillo
insufrible (al que también ha dado cuerda; dos: una para él y otra para
ella). Mariano se enfrenta ahora al más temible de los desafíos
intergalácticos: el del malvadísimo sir Artur Mas, que pretende
separarse sin su permiso de la Vía Láctea.
Para luchar contra él ha
nombrado a la implacable princesa Soraya jefa de banderas y símbolos
patrios. El mus, la siesta, el tapeo, la bandera de Colón y el dedo
medio incorrupto de Rouco Varela parecen a salvo. La guerra no ha hecho
más que empezar.
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