“¿Y si me mata?”, pensé un instante,
mientras intentaba soltarme del tipo que se restregaba entre mis piernas
e intentaba besarme, mientras me susurraba al oído “Que me digas que
no, me excita más”. No lo había reflexionado antes, tal vez por lo
traumático de la situación y el tiempo que me ha tomado recordar los
detalles.
La posibilidad real de ser asesinada me
heló la sangre, pero lo sabía. Lo sé porque he investigado y escrito
sobre feminicidios desde hace más de dos años y porque las cifras lo
confirman: cada día matan un promedio de 6 mujeres en México. Esto de
acuerdo con el Observatorio Nacional del Feminicidio. Su investigación también señala que entre 2012 y 2013 hubo 2 mil 999 feminicidios en el país.
En el contexto de violencia nacional,
actualmente se habla más y más de las desapariciones forzadas y las
ejecuciones. Sin embargo, y de manera terrible, el tema del feminicidio
ha comenzado a normalizarse. Hace unas pocas semanas visité el
campamento de las madres de mujeres asesinadas por feminicidio en Ciudad
Juárez, que pasó alrededor de dos semanas en huelga de hambre para
exigir justicia para sus hijas. En las dos visitas que pude realizar no
hubo más de 20 personas reunidas.
Ahora leo que madres de mujeres desaparecidas en el Estado de México fueron agredidas,
las atacan porque quieren encontrar a sus hijas… Cabe destacar que el
Estado de México es la entidad más peligrosa para las mujeres y que
entre 2005 y 2011 se registraron 1003 asesinatos de mujeres. [1]
Las cifras por entidad son espeluznantes. En Oaxaca, por ejemplo, en lo que va de 2014 se han registrado 93 feminicidios. En Puebla van 7 asesinatos de mujeres en lo que va de este mes. Entre 2012 y 2013 se reportaron 74 feminicidios en el Distrito Federal. Entre 2006 y 2012 se hizo un conteo de 4 mil 419 mujeres y niñas asesinadas de manera dolosa en todo el país.
Hay que destacar un par de puntos con
respecto a este tema. En primer lugar, hablamos de mujeres de todas las
edades. Desde infantes recién nacidas hasta mujeres de la tercera edad.
En segundo lugar, que la mayor parte de los feminicidios se cometen con
violencia extrema: violación, golpes, estrangulamiento, mutilaciones,
quemaduras, mordidas, etcétera.
¿Quién mata a las mujeres? Hay una
especie de creencia en la que sólo los desconocidos psicópatas que se
arrastran en la obscuridad de la noche son feminicidas o agresores en
general. No obstante, los agresores suelen ser personas conocidas y
cercanas a las víctimas: parejas sentimentales, amigos, familiares.
De acuerdo con los “Reportes de Indicadores sobre los feminicidios. Análisis y tendencias actuales en México 2012” que realizó el Centro de Estudios para el adelanto de las Mujeres y la Equidad de Género junto con la Cámara de Diputados, el 68. 2 por ciento de los agresores tienen una relación de parentesco con las víctimas.
Nos matan, nos matan a diario, con impunidad y violencia. Nos matan nuestros padres, hermanos, novios, primos, colaboradores.
Luego nos abandonan en algún terreno baldío, un canal o esparcen
nuestros restos por Tlatelolco, como fue el caso de Sandra Camacho,
asesinada por Javier Méndez, feminicida convicto. Nos matan y no hay
movilizaciones de cientos de miles de personas que reclamen justicia, es
más, se nos pide que no hagamos escándalo cuando algún periodista
escribe apologías que apoyan la visión del feminicida como un pobre
hombre que no supo lo que hacía.
Pero es que las agresiones contra las
mujeres se ven también como algo cotidiano. ¿Qué tiene de malo un piropo
o por qué tanta bulla porque alguien te tocó en el metro? No, no, si te
debes sentir halagada de que te vean como un objeto sexual y no se diga
de las autoridades, que gustan de defender a los agresores y hacer que
las mujeres sean victimizadas de nuevo, o las meten a la cárcel por
defenderse, como en el caso de Yakiri Rubio.
Yo lo vi entre mis amistades después de
mi ataque. El rostro impávido y la sonrisa nerviosa, ni enojo ni nada.
“Eso pasa a veces”, “Ten más cuidado”. ¿Yo? ¿Yo tengo que tener más
cuidado? ¿De qué? ¿Debo entonces desconfiar de todos los hombres que
conozco? No, nosotras no somos las del problema. No, nada justifica violentar a una mujer,
pero es parte de una cultura que está diseñada para hacer de menos todo
lo que no encaja con las expectativas de los hombres, de esos que no le
temen a nada porque todo está hecho para que salgan siempre
victoriosos.
Es una cuestión de poder también. Te
mato porque puedo. Te violo porque puedo. Te pego porque puedo. Y sí, sí
pueden. Por eso me duele el estómago cuando veo que las mujeres
defienden a los agresores de otras mujeres, que no se indignan cuando
aparece “un cuerpo más”. En general, me preocupa bastante que esto se
vea como un “asunto de mujeres”. ¿No les asustan los números? Piense
usted en que de 1985 a 2012 se
tiene una cuenta de alrededor de 35 mil feminicidios en México. Treinta
y cinco mil. 35 000. Más de la mitad de la capacidad del Estado
Olímpico Universitario (68 mil 954 personas), para darse una idea.
Todas y cada una de estas mujeres fue asesinada por ser mujer,
porque dijo que no, porque salió a la calle, porque a alguien se le
hizo fácil. Las teorías de asesinos seriales aislados suenan
disparatadas cuando se piensa en estos números. Estamos ante un problema
estructural y de Estado. Estamos ante un problema de indiferencia,
porque Ciudad Juárez nos parece que está muy lejos, porque siempre nos
parece que todo está muy lejos.
Pero no. El feminicidio está tan cerca como esté interiorizada la violencia misógina entre quienes nos rodean.
Para mí fue un instante, el peor instante de mi vida y que me ayudó a
luchar como pude para soltarme, pero ese instante se convirtió en final
de la historia para muchas mujeres, todas con vidas y deseos y pasos por
dar antes de que alguien decidiera pensar lo opuesto: “¿Y si la mato?”.
[1] Cabe destacar que esta cifra ha sido
debatida por las autoridades del Estado de México, que además dicen que
han solucionado la mayor parte de los casos.
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