Por Lucas León Simón.
Excalibur ha sido la tercera víctima.
Todos somos Excalibur. Todos somos perros. Si, las “autoridades
sanitarias”, que no habían desinfectado nada, ni la casa, ni las
escaleras, ni la ambulancia, ni la habitación donde se atendió a una
enferma de Ébola, han “desinfectado” al perro.
En primer lugar.
Tendrían que desinfectarnos, con gases
exterminadores, de los políticos, de las administraciones y de los
sistemas económico-financieros-laboratorios-multinacionales que han
hecho posible el Ébola.
Que hacen posible esa terrible realidad que se
llama “África”. Pero no, nos han desinfectado de Excalibur.
Su lamido era un beso al sentimiento, su
familia era la fidelidad, sus ojos dos preguntas húmedas sobre la
humanidad. Las “autoridades sanitarias”, las que recetan paracetamol
para una enfermedad sin antídoto han declarado que era un “peligro para
la salud pública”. ¿Han examinado acaso a Blesa?
¿Han hecho algún test a
la ministra?
La salud pública lleva años en grave
peligro. De extinción. De privatización. De cuervos y amiguetes prestos
al chollo estatal. El ministerio de la ministra nos lleva inoculando el
virus del recorte, del copago, de la ineptitud extrema. Una emergencia
infecciosa de nivel 4. Pero no, es más fácil, matar, asesinar a
Excalibur.
La “autoridad sanitaria” vela por un bien
público: la salud; pero su país, su sistema, sus actores de escarnio y
vergüenza, nos infectan con su incapacidad, con su ignorancia, con su
insensibilidad con los ancianos, con los niños en el fondo del umbral de
la pobreza, con los dependiente abandonados a su muerte y a su suerte.
¿Porque no se puede poner a un perro en
cuarentena? ¿Por qué es muy costoso? Pero, ese conjunto de huesos, rabo y
eterno amor, ¿no es más noble que otros perros –y perras- que andan
erguidos y creyéndose que dan ruedas de prensa?
Quizás, en el fondo, para estos
exterminadores de lo público, todos, no seamos nada más que un número,
un perro sarnoso e infectado, que duerme acurrucado en el sofá de la
vida y que en un momento determinado puede ser arrebato de su hogar con
sus húmedos ojos de inocente, limpios de opinión.
¡Dulce Excalibur de mirada buena, muerto
en el ara de la incompetencia, perdónalos, porque no saben lo que hacen!
¡Ni nunca lo sabran!
Todos somos Excalibur. Todos somos perros. Y algunos, lobos.
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