Nunca imaginé tal reacción en él, ni la unánime vehemencia de quienes le han señalado como el tipo más borde y desagradable del planeta. Y tanta corrección, abruma. Por eso, me he hecho fan total del dedo del arquitecto
"Peine convexo que usan las mujeres por adorno o para asegurar el
peinado. Borrén trasero de la silla vaquera. Peineta que por su forma y
dimensiones recuerda una teja". Esa es la definición que da la RAE a la
palabra peineta. Y no me vale. Pero sí lo que dice el diccionario del
singular Luis Aragonés. Porque en el dedo de Gehry
hay más hartazgo que cabreo. La cosa tuvo lugar el jueves, pero todavía
colea.
De hecho empecé viendo en ello un gesto inadecuado y de mala educación y he acabado defendiendo ese dedo como si fuera propio. Me cansa que todo el mundo vea la paja en el ojo ajeno, aunque ellos se empotren con una viga. Incluso ese empeño por confundir hipocresía con educación. Prefiero una salida irónica, un toque de sarcasmo o, incluso, un corte seco. De hecho nunca he utilizado la fórmula Gehry. Pero a veces el dedo tiene vida propia y es más rápido que la mente. Les supongo al tanto de los pormenores, aunque no está de más recordar los hechos.
El canadiense acudía a la rueda de prensa, un día antes de la gala de
los Premios Príncipes de Asturias, para responder a los periodistas
sobre lo humano y lo divino. Rara vez se sale de tiesto.
Aunque esta vez sí. Y todo por una pregunta. La primera. "¿Qué diría usted a quienes consideran su obra poco más que arquitectura-espectáculo?". Traducido: "¿Qué diría usted a quienes consideran que su trabajo es pobre pero populista?". Vamos, lo que viene a ser una arquitectura menor. Y entonces Gehry recogió cuatro dedos y levantó el corazón. El que llaman "dedo de la cosas feas". Sea para hurgar o para lo que sea menester. Y se armó la gorda.
Tampoco ayudó que tras la exhibición digital haya dicho que "....el 98% de lo que se hace hoy en arquitectura es pura mierda". De hecho, esta respuesta es más inadecuada que el dedo mostrado. Porque ahí sí hay ofensa al que se gana las alubias dibujando planos o levantando edificios. Sus colegas y los que trabajan con ellos, vamos. Pero lo de la peineta, o como quieran llamarlo, me ha llamado la atención. Por una parte porque nunca imaginé tal reacción en él.
Pero, sobre todo, por la unánime vehemencia de quienes le han señalado, con dedo o sin él, como el tipo más borde y desagradable del planeta Tierra. Y tanta corrección, me abruma. Por eso, me he hecho fan total del dedo del arquitecto.
"Entiendo que esté harto y saltara", se me ocurrió decir en el
trabajo. Estaba en Madrid, por cierto. Y entonces llegó el Armageddon.
"Le defiendes porque en Bilbao es un Dios, por lo del Guggenheim", me
decía un compañero. Verán que no he citado el museo hasta ahora. Y es
que me habría dado igual que se tratara del Corral de la Pacheca o de la
Cabaña del Tío Tom.
Tampoco es relevante el nombre del ínclito. Como si el dedo pertenece al frutero de la esquina. Aquí la clave está en la mala baba vestida de educación. Y no lo digo por el periodista. Sino por lo que él transmite. Recuerden que pregunta a Gehry "...qué respondería a quienes dicen que...". Así que el dedo iba dedicado a esa gente, no al periodista. Y por si hubiera habido malentendido, el veterano arquitecto pidió disculpas al periodista, tras finalizar la rueda de prensa. Dicho lo cual, entiendo a Gehry.
Hay mucho tábano pesado que no soporta el éxito ajeno. O, a veces, sin necesidad de que sea un éxito. Basta con que no sea lo correcto, ni lo perfecto, ni lo técnicamente mejor. Y entonces le preguntan a Santiago Segura si no ha pensado hacer una buena película o a un presentador de entretenimiento si no echa de menos presentar algo "serio" o a un arquitecto que ha cambiado una ciudad y su entorno con un edificio si lo suyo no es diseño-espectáculo.
Y el entrevistado tiene que poner cara angelical, reprimir la mala leche y responder con educación algo que lleva escuchando desde hace décadas. En mi pequeño mundo, también lo he vivido.
Y seguro que usted también. Porque los árbitros de lo correcto están por todas partes.
El gesto de Gehry fue una grosería. Cierto. Pero tiene años suficientes como para hartarse de tanto listo. Sobre todo cuando vas a que te aplaudan y te entreguen un premio y lo primero que te sueltan es la pregunta de siempre. La que duele. La que aburre. Conozco a pocos arquitectos que admiren la técnica de Gehry. Pero aún menos que hayan hecho edificios que revolucionen tanto su entorno a nivel socio-económico como él.
Recordemos que el premio se lo dan, entre otras
cosas, por la magia regenerativa que provocó su obra en Bilbao.
Algo insólito, según todo hijo de vecino con dos dedos de frente. Por eso, en ese dedo de Frank Gehry estamos muchos. Grandes, pequeños y diminutos. Y seremos maleducados. Pero estamos hartos de tanto listo y correcto que justifica sus impotencias y miserias criticando siempre a los demás.
Prefiero una peineta que una pregunta sacarina. De esas que parecen dulces, pero llevan engaño.
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