Conflictos mundiales * Blog La cordura emprende la batalla


domingo, 28 de diciembre de 2014

LOS DELINCUENTES MÁS TORPES DE LA CIUDAD CONDAL




Los archivos de la Jefatura Superior de Policía de Cataluña dan fe del penoso nivel de cacos, mangantes y atracadores con que las fuerzas de seguridad se han encontrado. Veteranos policías recuerdan el increíble rosario de anécdotas con que se llegaron a encontrar en los años 90, antes de que las funciones de seguridad ciudadana fueran asumidas por los Mossos d’Esquadra.

Como el de un atracador sin brazos (sufrió una doble amputación a raíz de un accidente), con una afición tan grande que volvió a ser juzgado por un robo con violencia. Su misión era dar patadas y vigilar.

Hay otros que se alegran de ser detenidos. Es el caso de uno que entró en una frutería con dos fluorescentes envueltos en una bolsa de basura. Decía que era una escopeta recortada, pero se le rompieron. Al descubrir el engaño, uno de los dependientes le dio tal paliza que el cazador cazado se puso a pedir socorro a gritos. Cuando por fin llegó la policía, les recriminó su tardanza.

A veces no es necesaria la fuerza para desanimar a un ladrón. Es el caso de aquel que entró en un banco, al grito del consabido “¡Esto es un atraco!”. Para pasmo de todos, un empleado de la entidad le replicó: “Anda, idiota, vete a tu casa o se lo digo a tu madre”. Eran vecinos.

Hubo un atracador que se especializó en una sucursal del Banc de Sabadell de la calle Hipólito Lázaro, en Badalona. Pero el banco cerró la oficina y el local fue adquirido por una ferretería. Un día, el delincuente volvió y pidió por el director, a quien quería revelar sus intenciones, como ya había hecho tantas veces antes. “Aquí no tenemos director y el dueño no está, pero si le sirvo yo...”, dijo el dependiente.

Eugenio G.P. era un atracador con mucho tesón, pero muy poca vista. Sus gafas, gruesas como el culo de un vaso, le hacían inconfundible. Así que, para despistar a la policía, decidió probar suerte sin las gafas. En su primer intento no se lo tomaron en serio. Entró en un banco, pero se tropezaba con todo. Columnas, ceniceros ... Y así dos veces más en los días siguientes, con idéntico resultado.

A la vista (es un decir) de que lo de quitarse las gafas había sido una mala idea, Eugenio G.P. decidió irse a la carrera de la última oficina bancaria que intentó atracar infructuosamente. En su huida se dio de bruces contra una pareja de la Guardia Urbana. No los vio venir de frente hasta que se tropezó con ellos.

En Barcelona ha habido delincuentes poco expertos en el manejo de armas y que se han disparado en el pie cuando iban a actuar. Otros han perdido su DNI en la huida. O han entrado a robar en casas y se han quedado dormidos. Y algunos se han emborrachado en los bares que estaban desvalijando de madrugada.

En los tiempos en que las oficinas bancarias no eran tan seguras como ahora, un atracador se entretuvo rellenando unos impresos, a la espera que los clientes se fueran para amenazar a los empleados. Cuando huyó con el botín, la policía descubrió que había garabateado su propio nombre y dirección en un impreso para la solicitud de la apertura de una cuenta.

También hubo un ladrón que robó en un videoclub instantes después de hacerse socio con su verdadera identidad.

Pero si los veteranos agentes del Cuerpo Nacional de Policía consultados se han de quedar con una historia es la de los “ahogados”, como el de un ladrón que utilizó una bolsa de plástico a falta de pasamontañas y se desvaneció en pleno atraco. Casi se ahoga.

En otra ocasión, un hombre aguardó pacientemente su turno en una farmacia y, cuando le tocó, sacó una pistola y una capucha. La capucha le iba tan pequeña que pidió ayuda para encasquetársela. Lo detuvieron cuando se le encasquilló. No la pistola, sino la capucha, que no le pasaba de las orejas y le provocó un ataque de ansiedad.


(Fuente: http://www.lavanguardia.com/)



 




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