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martes, 13 de enero de 2015

La muerte del tío Adolfo El tío Adolfo era un personaje de leyenda

 

 

 

 

El tío Adolfo era un personaje de leyenda, no, no de esas leyendas tontas de película, lo era de la vida real, de la que vivimos todos cada día.

Tuve la suerte de conocerlo y tratarlo en las últimas décadas de su vida que fueron las primeras de la mía, pero las historias quedaron y se contaban hasta mucho después.

Llegó a Cuba de España con lo que tenía puesto y al final de su vida no era un muerto de hambre más, pues había logrado por lo menos tener donde caerse muerto, y por su propio esfuerzo, llegó a ser propietario de una finca donde era con orgullo el amo.

Pero era diferente a todos. Recuerdo que en su mesa comían los trabajadores y comían lo mismo que la familia en una mesa enorme, de unos seis metros de largo donde todos eran casi iguales.

Calificado como lo mejor de lo mejor, serio, honrado, trabajador, buen padre, buen esposo, buen amigo y así…lo mejor de lo mejor.

Pero tenía un problema y muy serio, no era creyente, vulgo, hereje o ateo.

Cuando estaba por llegarle la hora de morir, todos estaban preocupados, ya no por su salud que su enfermedad no tenia cura, el caso es que el hombre que en vida había sido todo un santo, al morir su alma ardería en los fuegos del infierno.

Y sin apelación posible y aquellos que lo conocieron en vida se mortificaban con la necesidad de rebelarse, no debía ser así, decían en voz baja lamentándose.

Pero el más bueno de los hombres terminaría en el infierno.

Este recuerdo vino a mi mente una vez más con motivo del festival de fanatismo que vive el mundo ahora y pensando si todo eso vale la pena.

Antonio González










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