Estamos ante la sombra de una duda mucho mayor y que apunta hacia lo que se conoce como el fraude verde. De lo que estamos hablando es del esfuerzo de industrias muy contaminantes por presumir publicitariamente de una conciencia ecológica de la que carecen (David Trueba)
El escándalo causado por el fraude de la medición contaminante en los coches Volkswagen es un golpe directo a la Marca Alemania. El fabricante de los coches del pueblo, como enuncia su nombre, no ha tenido reparo en falsear los controles ecológicos y su acción salpica al país entero, como sucede con todos los escándalos de corrupción, y de eso saben mucho los españoles, que ven a diario cómo quienes se envuelven en las banderas se dedican con fruición al expolio de la nación que fingen amar.
No es el único motivo que hace desconfiar de cierto aire de excelencia que se presupone a la gestión privada y también a la veneración ciega hacia Alemania, alimentada por la desazón de los países del sur de Europa. Los jóvenes emigrados conocen de primera mano las dificultades, los distintos raseros de ciudadanía y la inconsistencia de ciertos mitos germanos asumidos por el complejo de inferioridad latino.
Pero sí parece que los alemanes contarán con la saludable redención por el castigo, pagarán multas millonarias, expulsarán directivos y cortarán cabezas como manda la salud moral de un país. Eso sí es envidiable.
Pero hay que esforzarse por ir un poco más allá del escándalo puntual. Estamos ante la sombra de una duda mucho mayor y que apunta hacia lo que se conoce como el fraude verde, que es aquel destinado a apaciguar la conciencia ecológica de los ciudadanos con promesas, avances y medidas más cosméticas que reales. De lo que estamos hablando es del esfuerzo de industrias muy contaminantes por presumir publicitariamente de una conciencia ecológica de la que carecen.
Y en esto son muy culpables los gobiernos, incapaces de imponer una prioridad sostenible en lo medioambiental sin por ello dejar de impulsar las economías. La propaganda pseudoecológica tiene que frenarse como se intentó frenar la escalada del producto bio en la alimentación. Los baremos tienen que ser ciertos y los lemas ambientales solo pueden permitirse tras un esfuerzo sincero y un control riguroso.
En esta legislatura, España ha abandonado su avance por las energías renovables y ha desterrado toda posibilidad de situarnos a la cabeza de la sostenibilidad. Los ciudadanos han visto incluso cómo se impedía el desarrollo de los hogares hacia el autoconsumo y se boicoteaba la expansión de nuevos modelos de automóviles menos contaminantes.
No es el escándalo Volkswagen una mala ocasión para de verdad preguntarse cuál es el coche que se merece ese pueblo para el que trabajan, un pueblo que no solo se desplaza y consume, sino que también aspira a vivir y respirar un aire mínimamente aceptable.
David Trueba (El País)
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