“Estuve el otro día en Málaga, en la calle Larios. Hacía una temperatura magnífica y la gente estuvo encantadora”. Así se lo confesó ayer Mariano Rajoy a uno de los ciudadanos de “La calle pregunta”, en La Sexta Noche, aprovechando que el hombre era de Málaga. No me extrañaría que al llegar luego a casa, Rajoy le dijese a su mujer: “Estuve hace un rato en la tele. Hacía una temperatura magnífica y la gente estuvo encantadora”.
En campaña electoral toca
pasear por la calle. Rajoy, que es muy de andar, en dos días se ha
paseado ya por Málaga, por Ávila y por La Sexta Noche. En los tres
casos, hizo lo propio de un candidato: saludar a la gente, poner cara de
interés cuando le contaban sus problemas, asegurar que le preocupan
mucho, y prometer que lo arreglará si le votan. En Málaga y Ávila además
se hizo unos cuantos selfies. En La Sexta no, al menos en directo.
El formato de “ciudadanos
preguntando” pretende ser una representación de la calle, y así fue: con
pocas excepciones, la mayoría preguntó lo mismo que si se hubieran
encontrado a Rajoy en la calle Larios o en el mercado de Ávila.
Preguntas muy generales, sin repreguntas, sin cuestionar las respuestas.
En ningún momento lo pusieron en aprietos, las preguntas caían mansas a
los pies del presidente, que las aprovechó para chutar sin esfuerzo un
mitin en píldoras.
Preguntado sobre paro,
corrupción, ayudas a la dependencia, violencia machista, energías
renovables o recortes, Rajoy siguió el manual de candidato callejero.
“Es muy importante eso que dice”, “Tiene usted razón”, “Ese tema me
preocupa”, “Voy a hacer todo lo posible para arreglarlo…” Solo le faltó
tener al lado a un secretario al que decirle eso de “García, tome nota
del problema de esta señora, que lo vamos a resolver.” El presentador
del programa se veía obligado una y otra vez a afilar un poco las
inofensivas preguntas, para que el presidente no se quitase los zapatos y
los espectadores no cambiásemos de canal.
Es verdad que cuando
un candidato pisa calle se expone a que algún ciudadano le haga un
reproche y le pregunte algo incómodo. Ayer le pasó pocas veces, y a
todos los despachó con sonrisa y evasivas. ¿Ley mordaza? “Le voy a
explicar yo lo que es la ley esa…” ¿Participará en la guerra en Siria?
“Yo no puedo posicionarme si no sé sobre qué me tengo que posicionar”
¿Se arrepiente de haber recurrido la ley del matrimonio homosexual?
“Usted misma”. ¿El voto rogado en el exterior? “En Venezuela hubo un
problema con los votos…”
Ya que nadie lo hacía, el
presentador le preguntó por Rato. “No sé qué decir”. Y en un vídeo,
Mónica Oltra le recordó los corruptos valencianos, y Rajoy repitió lo
mismo que cuando le preguntaron por la corrupción: que es un tema que le
hace sufrir mucho, y que en el PP apartan a todo el que esté manchado.
Es mentira,
pero nadie en el plató le corrigió, como nadie le preguntó por pobreza,
desahucios o desigualdad. Ni se nombró a Bárcenas. Le ofrecieron una
pizarra, pero ni la miró. Podía haber dibujado una carita sonriente para
despedirse de la buena gente de aquella calle.
Es lo que pasa con este tipo
de formatos, tan telegénicos como inocuos: cuando los periodistas son
sustituidos por ciudadanos, bienintencionados pero desdentados, la calle
pregunta pero no muerde. Y el resultado es que el candidato se da un
paseíto, que se ha quedado muy buena noche.
Isaac Rosa | El Diario | 06/12/2015
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