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viernes, 22 de enero de 2016

La vida no va de competir, va de empatía

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A veces los padres sólo vemos el valor académico de los niños. Nuestros miedos y preocupaciones nos impiden ir más allá y ver el resto de sus virtudes”.



Érase una vez un colegio, como otros tantos colegios, al que los niños acudían cada mañana con las legañas en los ojos y los pelos de punta. Con no más sueño que ganas de aprender. Muchos estaban allí desde las 9, otros desde las 7, algunos iban incluso sin desayunar, porque sus padres tenían que ir a trabajar y no tenían con quien dejarlos. La salida era a las cinco y cuarto, pero algunos de estos niños se quedaban hasta las 7, en guardería o en actividades extraescolares, porque sus papás no podían recogerles antes. Como otros muchos escolares, ellos también tenían deberes para casa (desde los 6 años) y si no los hacían sus profesores les castigaban sin patio.


Los padres de este colegio estaban muy preocupados por la educación de sus hijos. Era un colegio privado y pagaban una importante suma de dinero para asegurarse de que sus hijos aprendían todo lo necesario. Ellos, mejor que nadie, sabían que hablar idiomas era muy importante en el mundo profesional y muchos de estos niños hacían exámenes de Cambridge desde los 7 años. Otros estaban apuntados a alemán, todos aprendían francés y alguno incluso chino. Además, también había un gran número que iba a clases de música, baloncesto, fútbol o robótica.


Este colegio estaba en un lugar, no muy lejano, donde el desempleo juvenil rondaba el 50%. De ahí la tremenda preocupación por el futuro de estos niños y el elevado nivel de exigencia académica. Los padres trabajaban muy duro para poder pagar las mensualidades. La competencia era fuerte y ninguno de ellos se atrevía a hacer otra cosa que no fuera trabajar y trabajar. En el colegio, los profesores hacían lo mismo. De hecho, los que no cumplían las expectativas terminaban en la calle sin muchas contemplaciones.



La directiva del colegio quiso responder a la preocupación de los padres y demostrar la excelencia educativa del centro otorgando diplomas anuales a los mejores alumnos. Pensaban que así los niños se esforzarían por competir entre ellos, lo que elevaría sus puntuaciones en los exámenes estatales, pondría muy contentos a sus padres y atraería a futuros alumnos.


Las notas eran muy importantes para los padres y profesores, pero no tanto para los niños…
El día antes de la entrega de estos diplomas anuales a la excelencia académica, un niño le preguntó a su madre si él tendría alguno de estos diplomas. Ella le respondió que no lo sabía, aunque pensaba que no, porque ningún profesor se lo había comunicado. Tal y como se esperaba su madre, este niño no obtuvo ninguna distinción. Al llegar a casa ella le preguntó: ¿Te dieron diploma? Él respondió: No mamá, pero no me importa porque le dieron uno a mi mejor amigo y ha sido muy emocionante.


Unos días después, la madre de su amiguito se dirigió a esta mamá para decirle que su hijo estaba feliz, pero no por el diploma. Aquella distinción académica no le había importado nada. De hecho, lo había dejado tirado al llegar a casa. Lo que le había hecho tan feliz no era otra cosa que el sincero abrazo que le dio su mejor amigo al felicitarle. Fue tal la emoción que sintió que hasta se le habían saltado las lágrimas, le dijo.


Empatía
Empatía

La vida no va de competencia, va de empatía y amistad, y nada merece la pena si no puede ser compartido”.


Aquellas madres aprendieron mucho de sus hijos ese día… porque a veces los padres sólo nos fijamos en el valor académico de los niños. Nuestros miedos y preocupaciones nos impiden ver el resto de sus virtudes. Buscando lo mejor para ellos, no nos damos cuenta de que ya lo tienen, es su infancia. Sucede igual en los colegios, confundimos la excelencia con la exigencia. No toda la educación es académica. Los alumnos no son sacos que hay que llenar de conocimientos. En realidad, son personas llenas de emociones y sentimientos, y eso es mucho más importante que todos los datos que puedan memorizar.


Estos niños solo tenían 8 años, pero creo que ese día nos dieron una lección de vida a todos. Porque la vida no va de competencia, va de empatía y amistad, y nada merece la pena si no puede ser compartido. Me niego a pensar que la vida es un valle de lágrimas, una lucha sin cuartel de feroz competencia. Estamos aquí para vivir, disfrutar y hacer felices a los demás, no para sufrir, competir y ganarnos la vida.


Es la empatía, no la competencia, la que nos hace humanos. Por eso me gusta tanto esta frase de Aristóteles: “Educar la mente sin educar el corazón no es educar en absoluto”.



Este artículo ha sido publicado previamente por su autora y editora de este blog, Ana Díaz, en la web Gestionando Hijos.



 http://desdemimapa.com/2015/12/22/la-vida-no-va-de-competir-va-de-empatia/





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