Rajoy quiere estirar las semanas para que Pedro Sánchez fracase en la investidura y al PSOE le dé tiempo a enterrarlo, y lograr la investidura o unas nuevas elecciones. Lo que haga falta, con tal de seguir en La Moncloa (Ignacio Escolar)
Mariano Rajoy renuncia pero no dimite. Se escapa del
Congreso pero se queda en La Moncloa.
Quiere conservar sus derechos,
aunque se fume un puro con sus obligaciones. En una decisión sin
precedentes y bastante impresentable, el presidente en funciones acaba
de decirle que no al jefe del Estado. No, pero solo por un rato, que
ahora los tiempos le van mal. No, pero no es un adiós, es un hasta
luego; hasta que las presiones políticas y económicas –esos “mercados”
de los que habla cada vez que le ponen un micrófono delante– le hagan el
juego sucio y le permitan seguir en el poder, a pesar de la mayoría
absoluta parlamentaria que hoy, merecidamente, tiene en su contra.
Rajoy admite que no ha sido capaz de lograr un solo apoyo
en todo el Parlamento en un mes y dos días que han pasado desde las
elecciones: ni uno solo, salvo el presumible voto favorable desde el
grupo mixto del comisionista Gómez de la Serna. Es una soledad
superlativa y digna de estudio: tiene mérito no lograr un solo aliado en
un Congreso con 14 fuerzas políticas distintas.
Aún así el “ganador” de las elecciones saca como
conclusión que la culpa es de los demás y pide “pedagogía política”. Una
pedagogía que, al parecer, consiste en ignorar que España es una
democracia parlamentaria y esperar a que todos los demás se rindan y le
voten porque sí, porque yo lo valgo. El presidente en funciones con “la
agenda muy libre” ni siquiera ha tenido tiempo para hablar con su aliado
más a mano, Ciudadanos. Pide acuerdos de altura pero no propone nada,
más que una vacía repetición de tópicos sobre los españoles de bien y la
unidad de España.
La estrategia de Rajoy es transparente: quiere que pase
primero Pedro Sánchez, que se estrelle, que le maten en el PSOE y pactar
su investidura con el que llegue más tarde. Su táctica para ayudar a
este fin consiste en demonizar a casi un tercio de los españoles –a
todos aquellos millones que votan a Podemos o a los nacionalistas– para
eliminarles de cualquier acuerdo de Gobierno y así torpedear la
investidura de Sánchez.
Como Rajoy no puede pactar con ellos, quiere
aislarles tras un cordón sanitario, como se hace en Francia con Le Pen o
se hizo durante años con Batasuna.
Ayer mismo, Rajoy aseguró que “evidentemente” se
presentaría al debate de investidura que “tenía fuerzas” que era “su
responsabilidad”. Hoy es evidente que de nuevo nos mintió, por mucho que
utilice la oferta de Pablo Iglesias al PSOE como excusa para hacer un
nuevo plasma.
La jugada de Rajoy se entiende mejor cuando se mira al
calendario: los dos meses para elecciones que empiezan a contar desde
que se celebre el primer debate –que ahora se retrasa– y, más
importante, el calendario interno de los socialistas. Rajoy quiere
estirar las semanas para que Pedro Sánchez fracase en la investidura y
al PSOE le dé tiempo a enterrarlo: a celebrar un nuevo congreso que
encumbre a Susana Díaz –o a quien escoja la presidenta andaluza– y
lograr la investidura o unas nuevas elecciones. Lo que haga falta, con
tal de seguir en La Moncloa.
La maniobra de Mariano Rajoy traslada la presión a Pedro
Sánchez, pero no lo saca de la partida. No está en su mano. El PSOE
quedó desconcertado por la osada propuesta de Pablo Iglesias, una jugada
política que admiten como brillante hasta los dirigentes socialistas
que vieron su rueda de prensa como el primer acto de campaña.
Con su oferta, Podemos sale del callejón sin salida en el
que habían quedado atrapados en este último mes –esa línea roja del
referéndum que una parte importante de sus votantes y algunos de sus
socios tampoco entendía– y obliga al PSOE a mover ficha. Es una maniobra
maestra: si sale el pacto, Pablo Iglesias será vicepresidente. Si no
sale, líder de la oposición, porque Podemos podrá culpar a los
socialistas de ser los responsables de que Rajoy siga vivo y que se
repitan unas elecciones donde estará mucho más cerca el sorpasso.
Pese a que Iglesias había dicho en mil ocasiones que no entraría en un
Gobierno que no liderase Podemos, su capacidad para cambiar el discurso
sin sufrir tanto desgaste como sus rivales sigue siendo pasmosa. Es como
ver a una lancha fueraborda maniobrando a toda velocidad entre
trasatlánticos.
Iglesias acertó de lleno en la estrategia y recuperó la
iniciativa, aunque cometió un patinazo en su ejecución: esa frase sobre
“la sonrisa del destino” que podría permitir a Sánchez ser presidente,
que es tan despectiva como inoportuna y probablemente improvisada. No
acaba de ser coherente ofrecer un pacto mientras te ríes en la cara de
aquel con el que dices querer negociar. Aun así, el acuerdo para “un
gobierno de cambio” es posible y deseable, por mucho que una parte del
PSOE antes prefiera ver a su líder en la cuneta que en La Moncloa.
Pedro Sánchez ha conseguido algunos imposibles: juntar en
el mismo bando y en su contra Rubalcaba y a Chacón, a Madina y a
Susana, a Felipe y a Zapatero, a Bono y a Guerra… La heterogénea
coalición antiSánchez de barones socialistas y el viejo senado de
Suresnes es enorme y muy variada; los mismos que antes le encumbraron y
alguno más. Sin duda, es la corriente mayoritaria entre los principales
referentes del partido, que abiertamente admiten que se equivocaron
cuando apostaron por él.
Los numerosos críticos presentan a Sánchez y a su cada
vez más escaso equipo como unos temerarios dispuestos a cualquier cosa
con tal de no tener que abandonar la política. No es muy normal ver a un
candidato con seria posibilidades de llegar a la presidencia del
Gobierno a punto de ser defenestrado en el mismo momento en el que está
negociando. En acertada metáfora –no se de dónde salío, pero es
buenísima– es como ver a un artificiero decidiendo si corta el cable
rojo o el azul para desactivar la bomba mientras el resto de sus
compañeros le da collejas. La duda es si tanta presión no acabe por
hacer más fuerte a Sánchez. No hay muchos votantes socialistas que
logren entender por qué tantos líderes del PSOE, en vez de cumplir con
ese pacto de izquierdas que ya funciona en sus propias autonomías y
ayuntamientos y que es el favorito en todas las encuestas, prefieren que
siga Rajoy, con tal de matar a su secretario general.
A pesar de que la división del PSOE juega en su contra,
la posibilidad de un gobierno de coalición con Podemos e IU está hoy más
cerca que hace una semana. La línea roja del derecho a decidir se ha
desdibujado, aunque siga faltando la abstención y algún voto a favor de
los nacionalistas. La respuesta que dio Sánchez a Pablo Iglesias no fue
un no, sino un más adelante porque ahora aún no tocaba. Lo que no sabía
el líder del PSOE es que ese más adelante sería solo unas horas más
tarde.
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