RUTH TOLEDANO Los del burka a cara descubierta son tres representantes de una institución que, a pesar de que estamos en un Estado aconfesional, reciben dinero público, con el que escupen una carta propia del integrismo religioso que tanto reprochan a los de los otros burka
Los obispos de Getafe y Alcalá de Henares han hecho público un libelo
–que han dado en llamar carta- como respuesta a la aprobación de la Ley
de Transexualidad de la Comunidad de Madrid. Una carta panfleto que
atenta contra los sentimientos de cualquiera que los tenga; incluidos
los católicos a los que dicen dirigirse. Como bien ha recordado Carla
Antonelli, la epístola bomba (que ella llama Pastoral de la Transfobia)
no solo “destila odio, destila desprecio social e instiga a la
discriminación”, sino que se aleja de la propia doctrina de Cristo.
El
amor, la compasión, todo eso tan extraño a estos obispos: Juan Antonio
Reig Pla, Joaquín María López de Andújar y Cánovas del Castillo, y José
Rico Ravés.
Hay que leer ese papel usado por los obispos para difundir su merde.
No tiene desperdicio aunque todo en él es desperdicio, valga la
paradoja. Empiezan diciendo que reciben la Ley de Transexualidad “con
profundo dolor”. Los obispos solo nos producirían risa en su
sobreactuación de drama queens, si no fuera porque
la Ley viene a tratar de proteger, entre otros y otras, a esos niños y a
esas adolescentes que tantas veces caen en la depresión y se quitan la
vida por no poder ser quiénes son. Dice el trío de los horrores que la
Ley es injusta, cuando en realidad viene a reparar, con la Justicia
debida, la injusticia sufrida por la personas transexuales.
En un totum revolutum que sonroja,
los obispos se remiten a Cicerón, a la razón (que no puede ser otra que
la suya), a la dignidad (que ellos mismos violentan) y a la ley natural,
de la que excluyen, porque les sale de las glándulas, a las personas
transexuales, cuya defensa, concluyen, “se funda en una comprensión
equivocada del ser humano”. Desde ahí, se despeñan por un pozo de
sinsentidos en cuyo fondo encontramos “la unión substancial
cuerpo-espíritu”, el “dualismo antropológico” versus “la antropología
adecuada”, el “monismo de carácter materialista”, la “concupiscencia”…
Y, en fin, obscenidades: “la procreación como fruto de la colaboración
con Dios en el acto conyugal propio del matrimonio”. Merece el asco
zambullirse con neopreno en semejante fosa séptica argumental porque da
para mucho más de lo que se puede reseñar aquí.
Hay quienes consideran que los obispos deben estar en
todo su derecho a decir lo que les venga en gana. Llevan parte de razón:
en democracia, cualquier ciudadano debe gozar del derecho a la libertad
de expresión, incluso si el ejercicio de esa libertad puede ofender a
otros. La línea roja de ese derecho comienza cuando esos ciudadanos
utilizan una tribuna subvencionada por el Estado para fomentar el odio y
la discriminación hacia un colectivo, máxime si ese colectivo ha sido
históricamente maltratado. Es el caso de los ciudadanos obispos contra
el colectivo transexual.
Si los tres guardianes de las pestilentes esencias de “la
civilización cristiana u occidental” y de la “ecología humana” (aquí
habría que meter unas risas enlatadas), fueran tres tipos sin
alzacuellos que se hubieran manifestado en la calle con un cartel
pinchado en un palo que dijera las cosas que dice su misiva, no habrían
pasado de parecernos tres chiflados. Estarían en su derecho de evacuar
consignas basura, pero no serían más que tres regaderas. Bastante
amaneradas, por cierto. Pero no: los del burka a cara descubierta son
tres representantes de una institución que, a pesar de que estamos en un
Estado aconfesional, reciben dinero público, con el que, entre otras
cosas, escupen una carta así: propia del integrismo religioso que tanto
reprochan a los de los otros burka.
Si estos personajes no estuvieran legitimados por el, ese sí injusto, statu quo
de un sistema político que ha sido incapaz de revocar el concordato
entre el Estado español y la Santa Sede, solo habría que vigilar que sus
oscuros propósitos no fueran un peligro para las personas transexuales
que cayeran en su sectaria área de influencia, sobre todo las más
jóvenes y vulnerables. Puesto que no es así, y el concordato otorga a la
iglesia católica unos privilegios que proceden de la fiscalidad común,
lo mínimo que debemos exigir es que respeto a la ciudadanía y a la ley
que emana de su consenso.
Una ciudadanía entre la que hay personas
transexuales, que, por cierto, están siendo víctimas de un aumento de
ataques y agresiones, contra los que los tres de la sotana no han
escrito ninguna carta.
Más aún: la carta que han publicado es caldo de
cultivo para esa violencia porque fomenta el odio.
Un odio subencionado.
¿Dónde esta la carta del trío del alzacuellos contra
quienes agreden a esos transexuales y homosexuales que dicen respetar?
¿Dónde está su carta contra los abusos a menores de sus colegas? ¿Dónde
está su carta contra el acuerdo europeo de desproteger a los refugiados
que huyen del otro burka? ¿Dónde está su carta contra los desahucios?
¿Dónde está su carta contra la pobreza energética? ¿Dónde está su carta
contra la situación de los niños españoles en riesgo de exclusión social
(uno de cada tres)?
Fariseos.


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