La decadencia de la televisión
corporativo-financiera se agudiza imparable en dirección inversamente
proporcional al nivel de formación política de la sociedad. Los
magacines matinales que antes comparaban medias de espectadores, hace
algún tiempo que han dejado de cuantificarlas públicamente para centrar
su propaganda en los porcentajes de cuota de pantalla.
Y saben muy bien
por qué lo hacen.
Un 20% de El Programa de Ana Rosa puede seguir siendo
un 20% sobre cualquier cantidad, pero una media de 570.000 espectadores
en 2015 no se parece mucho a una media de 1.100.000 en 2005.
Estos
programas de telepredicadores se están hundiendo y sus productoras lo
entienden mejor que nadie. Como también saben que su influencia es cada
día más limitada incluso entre sus fieles. Pero en cualquier caso siguen
teniéndola muy por encima de lo que merecen, que es nada. Y todavía
juegan un importante papel sobre ese sector de la población que mantiene
el cortijo de unos pocos y al que la mayoría conoce como España.
La reina de las mañanas en el
Estado español, empero, sigue siendo la presidenta del Consejo del grupo
internacional Banijay en este país, la multinacional que en 2009 se
hizo con el 51% de las acciones de Cuarzo, la productora de contenidos
que fundara la propia Ana Rosa en el año 2000. Y su influencia no se
limita por tanto únicamente al programa que presenta, sino al resto de
contenidos que produce, y que llevan su sello.
Para saber qué tipo de sello es ese,
solo hay que hacer el esfuerzo de tragarse alguno de sus matinales. Esos
en los que se combina con insólita maestría el más repugnante gallinero
político con el más despreciable mundo del cotilleo. Para ello Ana
Rosa, que es una persona de una incultura notable pero muy espabilada,
se rodea del peor elenco de periodistas, ‘profesionales’ y tertulianos
posible, dando al concepto de pluralidad un nuevo significado. Así, en
el espacio de tertulia política y para defender ideas reaccionarias y
ultraliberales que se quieren hacer pasar por moderadamente
conservadoras ha contado, entre otros, con la presencia de su propio
exmarido Alfonso Rojo, con Eduardo Inda, Arcadi Espada, el sociólogo
Javier Gallego, el economista Juan Ramón Rallo, y un largo etcétera de
colaboradores que representan de manera innata el rol asignado.
Y en el
papel de progresistas, situados a la izquierda de la pantalla, personas
que en su mayoría saldrían de plano por la derecha como Ana
Terradillos, Dani Montero, Pilar García de la Granja, Esther Palomera,
los economistas José Carlos Díez y José María Gay de Liébana, y otro
largo etcétera para olvidar o compadecer según el caso.
Este conjunto de personalidades da
forma, junto a su programa gemelo en la otra gran plataforma
mediática (Atresmedia), a la creación de opinión existente en toda la
parrilla televisiva. Del servicio público que deben prestar por
ley todos los beneficiarios de licencias de emisión tanto públicos como
privados, mejor ni hablamos.
Son estas las personas que en base a los contenidos de su elección,
nos dan lecciones de ética, y son las que nos intentan orientar sobre
lo que está bien y está mal en una sociedad. Su tribuna es la evolución
de aquellos púlpitos que perdieron poder de adoctrinamiento a la hora de
contener anhelos de justicia e igualdad. Aunque siguen pecando de los
mismos vicios: no predican con el ejemplo.
De esta forma, la principal heroína de
este cuento chino, la que nos lleva por el buen camino y es amiga de la
plebe; la que machaca sin piedad a cualquiera que se desvíe de la moral
que ella configura a diario, es la misma que encargó a un negro (que
resultó ser el hermano de Alfonso Rojo) la creación del que presentaba
como su primer libro (retirado tras denunciarse el plagio que su
excuñado, el autor en la sombra, había hecho de párrafos completos de
una novela ajena. Un plagio en una estafa, todo mezclado). Y también es
la misma que ejerce de azote de según que presuntos defraudadores, como
en el no-caso Monedero, al tiempo que es la feliz propietaria, amén de
otros muchos bienes, de una SICAV (Argomaniz Inversiones) con un
patrimonio que supera los 10 millones de euros y que gestiona el banco
suizo Lombard Odier, uno de esos bancos con caché incluso entre las
entidades helvéticas, y no precisamente por ser la más antigua.
Pero una persona que utiliza el vehículo
inversor que ha convertido España en un paraíso fiscal para
millonarios, y poder librarse así de pagar impuestos en este país al que
tanto quiere, no ceja en su empeño aleccionador, poniéndose incluso de
ejemplo si se tercia.
Visto desde esta perspectiva, resulta
mucho más interesante recordar y comprender la estúpida pregunta que la
diva de las mañanas hizo hace unos meses a un despistado Pablo Iglesias:
¿Quiénes son los ricos, tú y yo somos los ricos?
Hoy sería reconfortante poder dirigirse a
ella y decirle: No, Ana Rosa, la rica eres tú. La codiciosa también. Y
no mientas: tú no estás de acuerdo con nada de lo que dice Pablo
Iglesias. Con nada. De hecho todo lo que dice y representa te da
verdadero asco. Tú lo que pasa es que no tienes vergüenza, y manipulas
burdamente hasta donde puedas y más con tal de protegerte y proteger los
privilegios de los que son como tú; esos que precisamente se sienten
amenazados por Iglesias cuando dice que los ricos deben pagar más
impuestos. Y sí, siendo plenamente consciente de que tu comportamiento
clasista perjudica a la mayoría para que tú te beneficies. También a tu
público (o principalmente a él). Deja ya de dar lecciones de ética.
Sé
valiente y di lo que piensas. Di, como Rajoy hizo en su día, porque
incluso él es mejor que tú, que tú mereces vivir mejor que el resto, y
que no todos merecemos siquiera las mismas oportunidades, y que por eso
intentas influir en la conformación de una realidad que favorezca a los
de tu clase desde las herramientas que el poder pone en tus manos. O
mejor, haznos un favor impagable y vete ya a tu casa a envejecer
cómodamente y a reírte de tu familia si ellos te lo consienten. O
quédate, y comprueba como cada vez llegáis a menos gente, y cómo puede
que en un futuro cercano hasta los que hoy te gritan eso de ¡Ana Rosa,
guapa! al verte, acompañen tu nombre de adjetivos que sí hagan justicia a
lo que en realidad eres.
Tiempo al tiempo.
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