Lo de la política
española en estos últimos tiempos se parece mucho a una novela de John
le Carré.
Abrir las páginas de un periódico o entrar en la web de
cualquier diario digital te sumerge en un mundo de espías, contubernios,
conspiraciones, traiciones, más propio de los tiempos de la Guerra Fría
que de esta democracia que por desgracia y, visto lo visto, cada vez
está más tocada del ala. El 15M ya nos lo advirtió: “lo llaman
democracia y no lo es”.
Anson amenaza a Pablo
Iglesias con sacarle informes del CNI si se sigue portando como ese
“enfant terrible” para el sistema y no entra por el aro y convierte a
Podemos en esa izquierda “de bien” y no en esa izquierda de chicos
díscolos, que quieren la ruptura con el Régimen del 78. Por otro lado,
Pedro Sánchez denuncia que su caída fue urdida mucho antes del comité
federal del uno de octubre y que fueron los poderes fácticos los que
propiciaron su caída.
Y éramos pocos… y parió la abuela… Ahora la Cadena
Ser enfanga las primarias de Podemos en Madrid… Lo dicho, la cosa daría
para dos o tres novelas de espías.
Aquí en España el
problema del género de espías es que nunca se nos dio bien eso de hacer
las cosas en plan KGB soviética o CIA americana, sino que más bien hemos
imitado los comportamientos de la TIA y de Mortadelo y Filemón. De esta
forma todas estas tramas de espías, traiciones y perfidias, parecen
convertirse ante nuestros ojos en una especie de tebeo, eso sí, sin la
calidad artística que ponía Ibáñez en sus viñetas.
Bromas aparte. El circo
mediático está últimamente que se sale. Desgraciadamente ya estamos
acostumbrándonos a desayunar, no ya con casos de corrupción de extrema
complejidad, de miles de millones robados, como pasaba antes, sino que
ahora también interesa mucho a los medios de información el cuándo y el
cómo se compró un piso en su época de estudiantes uno que es ahora
senador. En fin. Pero, al parecer, como interesa tanto el caso de Ramón
Espinar, trataremos de analizarlo o al menos esgrimir una opinión sobre
el asunto.
Muchos me dirán que los
casos de corrupción no se miden por la cuantía de lo robado y que igual
de corrupta es la persona que roba una gallina, que el que se gastó en
coca el dinero de los cursos de formación de los parados andaluces o el
que vendió su alma a cambio de dinero a los especuladores del ladrillo
que tan buenos negocios hicieron en los tiempos de la burbuja
inmobiliaria. Que no nos convenzan de eso porque ese discurso es el que
genera un tipo de prensa que trata de justificar al gran mangante, esa
prensa que trata de defender a personajes como Esperanza Aguirre,
aquella que tuvo la desfachatez de soltar lo de: “Yo destapé la trama
Gürtel”. Y se quedó tan pancha.
Para mí darle la misma
importancia al caso del piso de Ramón Espinar que a las gürteles y las
púnicas, me parece cuanto menos grotesco y más propio de este sainete
absurdo en que algunos políticos y medios de comunicación están
convirtiendo la política en este país. Lo cierto es que últimamente
estamos asistiendo a casos que me parecen totalmente rocambolescos y que
ponen de manifiesto que algo está cambiando y que hay mucho poderoso
con mucho miedo.
Creo que por primera vez
en mucho tiempo los poderes fácticos se encuentran con una fuerza
política, Unidos Podemos, que no se pliega a sus intereses y que además
cuenta con un apoyo electoral que no es para nada residual y que en un
futuro no muy lejano puede llegar a decidir los designios de nuestro
país. Esto les aterroriza y es entonces cuando sacan a sus voceros y
empieza la persecución mediática y la caza de brujas.
Alguno podrá decirme que
trato de justificar la corrupción, pero es que no es así. Si algún
cargo en Podemos comete alguna ilegalidad pues que lo pague en los
tribunales y por ende que deje su acta política, pero tratar de comparar
a una panda de mafiosos que han saqueado España y han convertido
nuestro país en un nido de buitres, con la venta de un piso que, por
otra parte, es algo totalmente legal, me parece una canallada, además de
una estrategia perpetrada para influir en unas primarias de Podemos en
Madrid, que están a la vuelta de la esquina.
Lo que realmente me
preocuparía es que esos ataques nazcan desde dentro del propio partido.
Porque si alguien en Podemos cree que en el debate interno de un partido
democrático debe meterse a Cebrián y a PRISA es que algo no funciona en
el seno de esa fuerza política.
John le Carré escribía en Un espía perfecto:
“el servicio de información no es otra cosa que un mercado negro
institucionalizado de mercancías perecederas”. El problema es que esas
“mercancías”, mientras que perecen, pueden hacer mucho daño.
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