A uno de los fiscales
anticorrupción de Murcia le han entrado en casa dos veces. Los ladrones
no buscaban dinero; buscaban información sobre la lucha contra la
corrupción. Lo extraordinario del caso es que los delincuentes no
disimularon su objetivo: no se llevaron la tele de plasma ni dinero en
metálico, no tocaron nada salvo el ordenador y la caja en la que
guardaba el teléfono móvil.
Querían mandarle un mensaje. A su manera
estaban dejándole una cabeza de caballo en la cama.
Como en El Padrino.
La historia la contaba esta semana en la Cadena Ser Manuel López Bernal,
el fiscal superior de Murcia que impulsó la investigación contra el
presidente de la comunidad y que ha sido relevado.
“Yo creo que la
mayoría de los fiscales anticorrupción siente una cierta desprotección.
Al menos, los compañeros con los que he hablado dicen sentirse así. Y lo
que no puede ser es que al final los perseguidos seamos los fiscales
que luchamos contra la corrupción por delante de los corruptos”,
explicaba López Bernal.
Que te dejen la cabeza de tu
caballo en la cama es complicado: no todo el mundo tiene un caballo en
casa. Por eso se han inventado otras formas de hacer llegar
recomendaciones a quienes osan cruzar la línea: los aventurados que
denuncian la corrupción dentro de su partido no son escuchados y, si
continúan con sus impertinencias, son crucificados; en las empresas, el
ostracismo o el despido son la respuesta; los poderes económicos se
filtran en los medios, etc.
Los fiscales que luchan
contra la corrupción sufren presiones, los políticos que han denunciado a
sus compañeros toman antidepresivos y los corruptores brindan con
champán. La desprotección de los denunciantes contrasta con el
desparpajo de los denunciados. Y siguen apareciendo cabezas de caballo
en la cama. Represalias. Y amenazas de represalias. Un temor de baja
intensidad, casi invisible, un código no escrito, normalizado en la
sociedad, que nos recuerda que es mejor no meterse en problemas y además
todo el mundo hace lo mismo, ¿no?
Sí, hay condenas, es verdad,
porque hay gente que está dispuesta a asumir los costes personales de
no mirar hacia otro lado. Y porque en las refriegas políticas la
corrupción del contrario es un arma muy valiosa y el sistema, en todo
caso, necesita redimirse para no colapsar. Pero la estructura política y
económica que favorece la corrupción –la ilegal y la legal– permanece
intacta: es un cultura muy profunda que se remonta muy lejos en el
tiempo, a Cánovas y Sagasta, y más allá.
Fracasó el intento de que la
Transición supusiera un punto y aparte en este sentido –el pacto
consistía en darnos democracia y bienestar a cambio, entre otras cosas,
de no tocar los intereses económicos que se habían forjado en el
franquismo– y, más tarde, se confió en que la entrada de España en la
Comunidad Europea provocase algunos cambios importantes, aunque solo
fuera por ósmosis, pero no fue así. De Europa llegaron miles de millones
de euros en ayudas, y con ellos, la modernización y la transformación
del país pero también la corrupción a espuertas. Fue como dar de comer a
los Gremlins después de medianoche.
De todo aquello nos ha
quedado una resaca enorme, una crisis que ha puesto en evidencia la
impunidad con la que se fraguó el famoso milagro español sostenido por
un entramado político, hipotecario y financiero delictivo. Un sistema
que ha convertido a España en una potencia europea en cabezas de caballo
en la cama.
Iker Armentia | El Diario | 24/02/2017
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