Conflictos mundiales * Blog La cordura emprende la batalla


viernes, 16 de junio de 2017

La sonrisa resumen


 

Si usted estuvo en el Congreso durante los dos días de la reciente moción de censura, o vió la misma por televisión, tuvo mucha suerte: pudo presenciar en directo un resumen perfecto del momento que vive la política española. 


No, no me refiero al brillante discurso de Irene Montero, a las réplicas grises de Mariano Rajoy o al irregular mensaje de Pablo Iglesias. Hablo del sutil detalle que refleja el estado de nuestra política, la realidad de nuestro Gobierno, el nivel de un partido líder.


 Hablo de la sonrisa de Rafael Hernando. No en su alegato de clausura, cara de vinagre, machismo y sucesión de mentiras. No. En su sonrisa de antes y después de esos ladridos finales.


Todo estaba en esa sonrisa repugnante, a veces despectiva, en ocasiones cínica, siempre engreída y soberbia. Una sonrisa que tenía algo de equino y mucho de hiena. Una sonrisa que en realidad era una burla. El gesto del que tiene la sartén por el mango, mira a su alrededor y piensa: “¡Que os jodan”.


 La risa del que se siente superior, del que se sabe intocable, del que disfruta con aquello que al resto nos estremece: los recortes, el paro, la pobreza energética, los contratos basura, las colas en la sanidad, la corrupción…


En la sonrisa de Hernando pudimos ver reflejados, como en un anuncio de dentífrico, los rostros de Bárcenas y Granados, de González y Correa. Entre esos dientes impecables vislumbramos restos podridos del “Luis, sé fuerte”, de discos duros destruidos, sobres con dinero negro e incluso informes de la UCO. Hernando se reía con gusto porque está dopado, como todo su partido. Y porque se sabe protegido por el poder, por la oligarquía, por la prensa, por la justicia, por la ignorancia de un país que cada vez es más desigual, más injusto, peor.
 

Hernando se reía a gusto porque estaba en su hábitat: la cochiquera de la vieja política, el fango moral. Justo en ese lugar apestoso, entre Rajoy y Montoro, entre Cospedal y Catalá, es donde Hernando se sabe ganador y se descojona con ganas. Carece de vergüenza, con lo cual es capaz de burlarse con igual gracejo de un desahuciado que de una anciana que busca a su padre en una cuneta.



Hernando es el tipo capaz de decir, en el Congreso de los Diputados y sin ruborizarse, que “el PP es un partido honrado, decente y honesto”. ¿Le parece el colmo de la desvergüenza? Pues no se pierda su aparición final, en la que habló de “la relación” entre Irene Montero y Pablo Iglesias, confundiendo el órgano constitucional que representa al pueblo español con un plató de Telecinco.



Se le fue la mano. Una cosa es embarrar y otra el machismo. Iglesias no entró al trapo, y despachó con rapidez e higiene a un portavoz popular que se fue con el rabo entre las piernas.


 Si usted se fijó bien en ese último Hernando, si tuvo el estómago suficiente como para mirarle bajo la nariz con detenimiento, quizá encontró en su boca torcida un resquicio de amargura. 


No, no, eso que dice usted es solo odio. Yo me refiero a la hilaridad exagerada del que pierde los nervios, del que sabe que no tiene futuro, del que es plenamente consciente de que sus días están contados. Para el PP la cuenta atrás comenzó hace tiempo.


 Es el fin de una época, de una política. 


Solo falta saber cuándo y cómo se tragará Hernando su sonrisa.








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