Ninguna tradición merece respeto si contiene violencia
Abusos
sexuales, comas etílicos y tortura de animales hasta la muerte. Si
fuese ficción cinematográfica contemplarlo sería una cuestión de gustos
por más que se antojasen perversos, siendo realidad no tratar de
impedirlo es una cuestión de perversión auténtica y de complicidad con
el crimen, unos cuantos más de lo que tienen el carácter de legal.
Revolvamos
entre sí todos esos ingredientes repugnantes durante siete días y el
resultado en España no se llamará vergüenza y delito sino Fiesta
declarada de Interés Turístico Internacional, vendiéndose al mundo como
orgullo, tradición y seňas de identidad, lo que da una idea de la
catadura del vendedor.
Si ya producía arcadas que fuesen legales verlos
elevados a la categoría de intocables es ser testigos de a qué límite
puede llegar bajeza humana.
Para
cierto tipo de gentuza, que otro nombre no merece, esto es motivo de
satisfacción, del mismo modo que el pederasta considera natural su deseo
de carne infantil o el skinhead cree sagrado su ideario criminal.
¿Qué abusador no lleva bajo la bragueta su mayor motivo de orgullo?
¿Qué torero no siente placer al hundir sus armas en el cuerpo del toro?
Y
siempre ha habido cerebros que en poco se diferencian de un vómito
sobre una acera en Pamplona, incluidos los de un buen puñado de
políticos, responsables últimos al fin de cada gota de emesis, sangre y
semen causantes de dolor durante estas jornadas dantescas.
Lo
más desolador por la carga de tolerancia y hasta de apoyo que conlleva
es que los sanfermines sean vistos por gran parte de la sociedad como
cultura y diversión exentas de conductas delictivas y de maltrato.
Muchos
dicen que las mujeres que allí son víctimas de abusos se los han
buscado ellas y que hasta fueron consentidos, cual sórdidos remedos de
aquel juez que encontró culpable de la violación de una muchacha a su
minifalda y no a sus violadores.
Y
una inmensidad considera que esos toros no sufren al correr, negando que
el encierro les provoca estrés, caídas, golpes, fracturas e infartos, y
olvidando (o tal vez no, que sólo callando) que los que no mueran o se
rompan durante la carrera serán torturados horas más tarde en la plaza.
Ya
no cabe alegar desconocimiento en este asunto. No hay una sola persona
de las que están a favor de tales atrocidades que pueda ampararse tras
la ignorancia de su comisión.
Llegados a ese punto y curándose en salud
su estrategia es llamarnos mal patriotas, amargados y “antitodo” a los
que estamos en contra.
Hay que joderse con sus conceptos del
entretenimiento y de la libertad, comparten criterio con aquel sicario
colombiano, “Tinta”, al que le preguntaron qué se sentía al matar y
respondió: “Poder, se siente poder”.
Poder… Poder sobre otro hombre, poder sobre una mujer, poder sobre un toro. Aquí como allí. Ellos como él.
Al
final, el saldo anual de lo que se percibe como digno de ser preservado
para toda esa caterva son docenas de toros martirizados y asesinados,
en ocasiones humanos fallecidos, un buen número de heridos siempre,
mujeres agredidas sexualmente, peleas y las calles y el mobiliario
urbano como tras el paso de Atila y sus hordas.
Al
país que abomina del burka para las mujeres (yo el primero) en otras
culturas no le inquieta que les arranquen las bragas a la fuerza en sus
celebraciones.
El país que llama
salvajes a los que cocinan gatos y perros por su gastronomía defiende un
final aún más espantoso para los toros en sus tradiciones.
¿Viva
San Fermín? No. Este San Fermín tal y como acontece cada año merece la
muerte y ser enterrado al lado de otras canalladas que también tuvieron
sus días de infausta gloria
Julio Ortega Fraile
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