Aunque no se sabe mucho acerca del origen y
la historia del alquiler, los primeros antecedentes que se conocen
refieren a un concepto que deriva del árabe hispánico y sitúan su origen
hace miles de años cuando los árabes comenzaron a utilizar este
sistema.
Más allá de las diferentes características que fue tomando este mecanismo a lo largo del tiempo, siempre se trató de un contrato que definía un acuerdo entre partes que señalaban los lugares que cada uno ocupaba en la escala social y los beneficios que la una podía obtener sobre la otra. Aunque también a lo largo del tiempo se fueron estableciendo diferentes mecanismos legales que intentaron reglamentar su funcionamiento, la desigual relación entre las partes respecto al acceso y el derecho a una vivienda digna, siempre ha despertado el rechazo y la resistencia de amplios sectores de la población que, en su momento, protagonizaron históricas huelgas de inquilinos, pero que hoy también se organizan para encontrar nuevas respuestas a viejos (y no tan viejos), problemas.
En España, con el auge de las hipotecas y
el boom del ladrillo, y hasta el comienzo de la crisis, la opción de
compra ocupó un lugar de privilegio llegando a contar con los índices
más bajos de propiedades en alquiler respecto a otros países europeos.
Sin embargo, con el estallido de la burbuja inmobiliaria, ya no pasó a
ser de interés ceder inmuebles a diestro y siniestro, otorgando créditos
a mansalva para acceder a las tan mentadas hipotecas, sino que la
urgencia pasaba ahora por cobrar esos créditos a como dé lugar. Incluso,
y como bien saben quienes habitan el Estado español, a costa de
deshauciar, echar a la calle y, en muchos casos, obligar a seguir
pagando la deuda aun cuando ya no se es propietario del inmueble. En
resumidas cuentas, sin las cómodas facilidades de los créditos que
ofrecían los bancos en otras épocas, la ilusión hoy pasa, como mínimo (y
para los que aún se lo pueden permitir), por el acceso a una vivienda
de alquiler.
Un poco de historia: huelga de inquilinos
En los últimos años de la 1ª guerra
mundial y hasta la República, se produjo en Barcelona (también en
Catalunya y el resto del Estado), un constante aumento en los precios de
los artículos de primera necesidad. Esta situación se vio agravada a
partir de 1929 por la gran crisis capitalista, de manera que a este
proceso inflacionario, se uniría un fuerte incremento del paro y la
caída de la peseta, lo cual perjudicaría aún más la ya de por sí difícil
situación de los trabajadores.
Entre 1910 y 1931 la población de
Barcelona prácticamente se duplicó pasando de 500.000 a poco más de un
millón de habitantes. Durante la dictadura, la fiebre constructora y la
enorme propaganda de la “Exposición Universal” de 1929 propiciaron la
llegada de obreros en busca de trabajo.
La realización de esta gran
obra, al igual que el otro gran monumento a la especulación que fueron
las Olimpiadas de 1992, ofrecieron beneficios rápidos y sin iguales a la
burguesía catalana que se enriqueció al amparo de las facilidades y los
aportes del Estado para esta clase de eventos, y de todos los negocios
que giraban a su alrededor. Con unas consecuencias demoledoras para
quienes se vieron afectados por la reestructuración que trajo consigo
este emprendimiento y que obligó a ceder importantes terrenos al uso y
disfrute de personas con alto poder adquisitivo.
A pesar del incremento de la población, la
construcción de viviendas asequibles a los obreros fue mínima. Aunque
la propaganda de la dictadura se jactaba “de ser el gobierno que más
viviendas para obreros había mandado construir en Barcelona”, tan sólo
se construyeron por el Patronato Municipal de Habitación 2229 viviendas
de las Cases Barates de Can Tunis.
En todo este proceso de encarecimiento de
la subsistencia que abocaba a los obreros a una situación de crisis y
miseria permanente, donde en mayor medida se produjo una desmesurada
carestía, fue en los alquileres de las viviendas que entre 1922 y 1931
alcanzaron un incremento de entre el 100 y el 150%.
En 1922, un alquiler
de una vivienda para obreros oscilaba entre 15 y 20 ptas. al mes,
mientras que en 1931 el alquiler era de 50 a 60 ptas. en el Casc Antic;
de 60 ptas. en la Barceloneta (donde más pisos se dividieron); de unas
70 ptas. en el Poble sec; de entre 45 y 55 ptas. en las Cases Barates y
de 30 o 35 ptas. por una barraca de 9 m2 sin agua ni luz en Santa
Coloma. Paralelamente a este fuerte aumento especulativo de los precios
se producirían toda clase de abusos y presiones por parte de los
propietarios, siendo el estado de las viviendas mayormente deplorable.
Huelgas de alquiler en España y el mundo
En 1905, en Barakaldo y Sestao unas 2.000 familias paralizaron casi por completo la actividad económica del Gran Bilbao durante casi un mes. Le siguieron Sevilla en 1919, Barcelona en 1930 y Tenerife en 1933, entre otras. Lo mismo ocurrió en Budapest en 1907, Viena en 1911 y en muchas ciudades inglesas, entre 1911 y 1913.
En 1915, en Glasgow, se llevó a cabo una de las más importantes huelgas con un seguimiento de hasta 20.000 personas. Esta negativa a pagar el alquiler tuvo como consecuencia que, por primera vez, la vivienda fuera tratada jurídicamente como un derecho social. Es el principio de la vivienda pública.
También se produjeron movilizaciones al otro lado del Atlántico. En 1907, en las principales ciudades argentinas, se extendió una huelga de inquilinos durante tres meses, que tuvo más de 140.000 participantes. Todas ellas son experiencias que, basadas en la organización de los trabajadores en fábricas y barrios, bebían de ideas anarquistas y socialistas en expansión.
En estas circunstancias, los obreros se
amontonaban en pisos excesivamente pequeños y en muchas ocasiones una
familia podía disponer de una sola habitación en un piso en el que se
apiñaban unas junto a otras. Sin embargo, esta precariedad en la
vivienda daba lugar, inevitablemente, a un tipo de vida hecha en la
calle que propiciaba el encuentro y el diálogo entre vecinos, y les
obligaba a saber los unos de los otros.
Es decir, si bien esta
masificación causaba mucha miseria y difíciles situaciones de
subsistencia, también contribuía a la creación de fuertes redes de ayuda
mutua y solidaridad. Es en este contexto donde se produjeron las
primeras acciones tendientes a paliar la crisis. Los barrios obreros se
organizaron para reapropiarse de comida y se negaron a pagar los
alquileres de las viviendas, los gastos de luz y el agua.
En 1918, ya se tienen noticias de vecinos
que se organizan para exigir una rebaja de alquileres y que dejan de
pagar el alquiler como medida de presión, este mismo año la CNT organiza
un sindicato de inquilinos que fija una reivindicación de un 50% en la
rebaja del precio del alquiler. En 1922, este sindicato de inquilinos,
con el apoyo del sindicato de la construcción de la CNT, convoca la
primera huelga de alquileres en varios barrios obreros.
Pero será en el
año 1930, cuando el precio de los alquileres subió abusivamente, cuando
en la Barceloneta se inicie espontáneamente una huelga de alquileres que
pronto se hizo masiva y se extendió por otros barrios de la ciudad. La
huelga de alquileres, en su punto más álgido, se alargó durante todo el
año 31.
Actualmente, tanto en Barcelona como en el
resto de la geografía española, se han creado asociaciones, ligas y
entidades que trabajan en el asesoramiento y la organización de
inquilinos, hipotecados o personas sin techo, por el derecho a una
vivienda digna.
Asimismo, también se multiplican iniciativas que
impulsan procesos colectivos para la construcción de viviendas (masqueunacasa.org), y ofrecen herramientas para fomentar la participación y la autogestión.
Barcelona cuenta, entre otras, con la PAH (Plataforma de Afectados por las Hipotecas), y con la “Asociación 500 x 20”
que, desde 2008, ha ido estableciendo exigencias tales como una rebaja
de alquileres acorde a los salarios o la indexación de los alquileres a
los salarios reales.
Unas exigencias comunes a quienes participan de
esta clase de movimientos y que, en Sevilla, sin ir más lejos, ha
llevado este último mes de agosto, a declarar una huelga parcial de
alquileres depositando el 30% de las rentas familiares para el pago del
alquiler de viviendas de protección oficial.
Hasta ahora participan de
la iniciativa 69 familias y la Empresa Municipal de Vivienda de Sevilla
ya ha solicitado “documentación económica justificativa” al menos a 15
miembros del colectivo de inquilinos.
El alquiler en Barcelona y Poble sec
Según datos estadísticos del Ayuntamiento de Barcelona (año 2011), el Poble sec cuenta con 40.5471 habitantes
de una población total de 1. 615.448 para toda la ciudad y la renta
familiar disponible por habitante es un 33% menor que la media de
Barcelona.
El barrio cuenta además con 19.202 viviendas habitables, de
las cuales hay 16.389 habitadas y 2.813 vacías. Es decir, un 15% de las
viviendas están desocupadas y un alto porcentaje de ellas pertenece a la
banca privada que día a día ve aumentar su patrimonio a costa de
deshaucios y fórmulas varias.
Respecto a las operaciones inmobiliarias
que predominan en la ciudad condal, en 2011 se efectuaron 46.000
transacciones, de las cuales 5 de cada 6 fueron contratos de alquiler,
una cifra que pone en evidencia que la opción hipoteca/compra es ya una
ilusión propia de épocas pasadas.
Las cifras del Poble sec y Cataluña
La estimación del precio del alquiler de segunda mano en Sants Montjuic es de 711 euros2, y aunque desde el estallido de la burbuja inmobiliaria los precios, tanto de alquiler como de compra/venta, han ido a la baja en la mayoría de los barrios de Barcelona, el Poble sec (733 euros), se está viendo afectado por el plan de reforma urbanística que empuja los precios al alza (ver artículo Pla Paral-lel, L’altaveu Nº 1) .
En términos regionales, el precio máximo de alquiler en la Comunidad de Cataluña se registró en mayo de 2007 (12,4 euros m2 mes), y desde entonces la bajada acumulada ha sido de -29,6%. La Comunidad de Cataluña, con un precio medio de 8,53 euros el m2 (2011), se sitúa un 19,8% por encima de la media del país.
Por último, cabe señalar que una de las
consecuencias más acuciantes de esta crisis, es la enorme dependencia
que la economía española y, particularmente, ciudades como Barcelona,
tienen del turismo y de los “beneficios” inmediatos que esta actividad
reporta.
Lo que demuestra una vez más lo instalada que se tiene la
cultura de la especulación (de la burbuja inmobiliaria a la burbuja del
turismo), sin dar lugar a políticas productivas de largo plazo que
permitan pensar más allá del sálvese quien pueda y estimulen otro tipo
de mecanismos más cooperativos y solidarios.
Sin embargo, si bien es
cierto que esta es la tónica común de quienes se dicen representantes
del pueblo (y que fundamentalmente responden a las grandes fortunas y
los mercados financieros), cada vez son más quienes se asocian para
hacer frente a estas políticas y dejan claro que en la participación y
la organización (y no en la especulación), se encuentran las respuestas a
la crisis y, sobre todo, los lugares donde habita el apoyo mutuo y el
bien común.
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