(los medios no son canales neutrales por donde fluye información, sino que configuran el proceso de pensamiento)
«El hombre se parece más a su tiempo que a su padre».
(Proverbio árabe)
Cantidad
de veces las acusaciones sobre las causas de nuestra desgraciada apatía
se dirigen hacia “Internet”, y sin demasiadas definiciones concretas es
culpada del distanciamiento humano, de la exacerbación de la imagen,
etc., etc. Pero debemos volver a remarcar que las novedades tecnológicas
son desarrolladas por necesidades capitalistas y están en estrecha
relación con su “mentalidad”, es decir, con la “mentalidad” dominante.
Internet amplía e intensifica lo ya existente, creando un círculo
vicioso de retroalimentación. El capitalismo desarrolla Internet y, a su
vez, es condicionado por el uso de esta nueva tecnología.
Tomemos de ejemplo cómo el Capital utiliza y a su vez moldea el aislamiento moderno que sufre gran cantidad de personas,
cómo se saca provecho de ello y, a la vez, se refuerza para poder
seguir ofreciéndole su mercancía: si toda la tecnología de la
comunicación –que atraviesa computadoras, teléfonos y demás
dispositivos– rompe el aislamiento, tal como se dice, y nos comunica
cada vez más y mejor ¿no es sospechoso que cada día nos ofrezcan más y
más nuevas mercancías que son para comunicarse más y mejor? ¿A quién se
le podría vender todo aquello sino a unos individuos aislados que
precisan apalear su soledad y su angustia con la imagen de la
comunicación? La alienación capitalista que reemplazaba el “ser” por el
“tener” se ha degradado aún más, cayendo del “tener” al “parecer”, y qué
mejor forma de “parecer”, de aparentar, que a través de una pantalla.
Sabemos
que el capitalismo es una relación social, y en esta relación social
las conversaciones fuera del muro del Facebook no son necesariamente más
interesantes que los intercambios plasmados en la pantalla. Internet no
ha llegado para arruinar las buenas-viejas capacidades sociales que
teníamos. Tampoco existe algo así como “Internet” por un lado y “vida
real” por otro, pese a los clichés de la crítica: Internet es también la
vida real. Existe en un sistema de producción y reproducción material
dado, no es externo a él, de hecho, responde a unas necesidades bien
precisas. Aclarado esto, podemos proseguir con nuestro tema…
«No
es la tecnología en sí la que dicta la necesidad de una aceleración
vacía; se puede muy bien desenchufar las máquinas o hacerlas funcionar
más lentamente. En realidad, es el vacío del tiempo-espacio capitalista,
separado de la vida y sin lazos culturales, el que impone a la
tecnología una estructura determinada y la transforma en un mecanismo
autónomo de la sociedad, imposible de ser desconectado». (Robert Kurz, La expropiación del tiempo)
Esta es una publicación relativamente breve y, sin embargo, en estos tiempos de lectura online puede ser percibida de una larga extensión y por ello puede presentarse difícil predisponerse a leerla.
Más allá de nuestra capacidad para una escritura agradable o no y la
indiferencia masiva hacia la crítica radical, existe también la
percepción de que posee una larga extensión incluso para quienes se
puedan sentir atraídos a leerla. En lo referente a la “crítica social”
nuestra época se muestra más afín a las imágenes y a las consignas
cortas que se difunden como plaga en Facebook y otros espacios de la
web, breves oraciones de pocas palabras que pueden querer decir
vagamente algo así como su contrario, y que no permiten profundizar
sobre el tema que pretenden abordar. La mayoría de mensajes presentados
en los nuevos soportes tecnológicos priorizan la rapidez y la
superficialidad frente a la posibilidad de poder compartir ideas
complejas y precisas. En este sentido, un cartel o una pintada con una
consigna breve podrían ser metido en el mismo saco, sin embargo, una
pintada anticlerical en una iglesia posee más fuerza que en el vacío
espacio de la web.
Así
es como una breve, abstracta y descontextualizada frase estéticamente
“combativa” lanzada a la red puede venir como anillo al dedo y ser
“compartida” tanto por un enamorado que siente que debe “luchar por su
amor”, como por un trepador que siente que debe “luchar por un puesto
más alto en la empresa”, o por alguien que se considera una persona
combativa así sea maoísta, ecologista o peronista.
Mientras tanto, esa reducción de conceptos se alterna con una sobrecarga de estímulos poco y mal digeridos que vuelven impotente a su espectador:
imágenes sin censura de alguna masacre o animales diseccionados,
supuestas búsquedas de respuestas en decenas de libros descargados que
no serán leídos y artículos de Wikipedia que saltan de un enlace a otro
sin finalizar la lectura de ninguno. El impacto del horror sin reflexión
abruma y paraliza, aún en la apariencia del “movimiento”. Y más aún, en
la esperanza de que una toma de conciencia más o menos generalizada sea
suficiente para transformar la realidad, una adhesión “cerebral” a tal o
cual causa.
«La
saturación de la audiencia ante multitud de “verdades incómodas” que a
nadie incomodan ya, quizá responda a una “sobreconciencia” que, a fuerza
de estimulación, ha devenido impotente. La sobreexposición a una
ingente cantidad de datos tiene lugar en el momento en que cualquier
marco de referencia sobre el que discriminar la información queda de
inmediato impugnado y lanzado al estercolero de las ideas superadas; de
donde cualquier imbécil, un día, las rescatará para ponerlas en venta
una vez vaciadas de contenido –en su idioma: una vez actualizadas.
(…) Así, muchas personas que desean una transformación de las
condiciones actuales de vida, han creído que, utilizando para otros
fines los medios tecnológicos, la denominada revolución informacional
podrá ser orientada a fines más altos. Pero el problema de fondo es, en
realidad, que muy pocos creen ya en esos altos fines, porque es
precisamente el sistema tecnológico en su conjunto –y no la utilización
de esta o aquella herramienta separada– el que ha socavado las bases
materiales necesarias para una vida relativamente autónoma y una
conciencia que tienda a la libertad de juicio». (revista Cul de sac
nº.2, Materiales de derribo)
El
consumidor de internet, en la ilusión de la participación, gusta de
considerarse “usuario”, éste es, según la RAE, «quien usa ordinariamente
algo, quien tiene derecho de usar de una cosa ajena con cierta
limitación». Una definición, de todos modos, lo bastante precisa para
describir a quienes son consumidores de ciertas tecnologías, aunque se
consideren “usuarios”, lo que les hace pensar en la neutralidad de las
nuevas y viejas tecnologías, en la posibilidad de manejarlas según su
moral, cosa que un chato consumidor no podría hacer… vemos que un
usuario tampoco.
La
promesa de interactividad es uno de los puntos fuertes en la promoción
de Internet. Análoga a la idea de participación en la promoción de la
política, éstas no son mentiras totales sino verdades a medias. Se puede
participar, incluso hasta “crear”, pero bajo las reglas predeterminadas
por la estructura social que invita a esa participación. Es decir, se
puede hacer y producir en función de los objetivos preestablecidos que
se han decidido sin nosotros. Descaradamente se nos invita a colaborar
en el propio proceso de opresión.
En
estos tiempos, el consumidor promedio de Internet es básicamente un
consumidor de “redes sociales” y, en ese ámbito, así como puede
conseguir tener centenares de amigos puede sumarse a infinidad de
causas. Pero fuera del soporte virtual se dará cuenta que es imposible
mantener una relación de amistad con centenares de personas, así como es
imposible sumarse a una gran cantidad de causas tan dispares, ya que no
le alcanzarían las horas del día ni su psiquis podría aguantar. Tanto
la amistad como la iniciativa en ciertas causas precisan de lazos
fuertes y profundos, en cambio, las plataformas de las redes sociales se
construyen alrededor de lazos débiles.(1)
Para
la lucha que nosotros sentimos necesaria en la actualidad se precisa
–vamos a decirlo sin rodeos– de compromiso, dedicación, constancia,
esfuerzo y renunciar a cierta normalidad. «Es el tipo de compromiso que
puede acarrear rechazo social y dificultades laborales. Muchos
abandonan. Crear un grupo de Facebook a favor o contra algo, por trivial
que sea, es por lo contrario muy fácil. Y todavía es más fácil
desplazar el cursor hasta el botón correspondiente para dar nuestro
apoyo, siempre desde la comodidad y la seguridad de nuestros hogares o
puestos de trabajo. No debería de extrañar que los grupos de iniciativas
políticas en Facebook cuenten con tantos seguidores. ¿Cómo se consigue
que tanta gente dé su apoyo a una campaña? No pidiéndoles demasiado. Esa
es la única manera en que puedes conseguir que alguien a quien
realmente no conoces haga algo a favor tuyo. Pero no implica ningún
riesgo económico ni personal; no significa tener que pasar un verano
siendo perseguido por hombres armados montados en camionetas. No
requiere que te enfrentes a normas y prácticas socialmente bien
establecidas. De hecho, es el tipo de compromiso que lo único que te
proporcionará será reconocimiento social y encomio. […] En otras
palabras, el activismo de Facebook logra el éxito no motivando a la
gente a que haga un sacrificio real sino motivándole a hacer las cosas
que la gente hace cuando no está lo suficientemente motivada para llevar
a cabo un sacrificio real». (Revista Cul de sac nº.2, Fausto al teclado)
Lo
que intentamos subrayar es que, si puede existir algo como la
“cibermilitancia”, ésta no viene a corromper una militancia real, sino
que surge cuando esa militancia está en declive o desaparecida.
La
falta de perspectiva internacionalista hace patente esta realidad. El
proletariado no es más internacionalista gracias a Internet y sus
innumerables foros mundiales, sitios web de contrainformación, etc.
Décadas y décadas atrás, protestas mundiales como las de apoyo a Sacco y
Vanzetti, o por los sucesos de Chicago, la misma 1ª Internacional, el
asumir en innumerables regiones como propios el desarrollo
revolucionario en Rusia o España, demuestran como el proletariado se comunicaba, viajaba, se solidarizaba y coordinaba sin las actuales tecnologías.
No podemos sencillamente culpar a estas tecnologías de la falta de
internacionalismo, pero tampoco poner expectativas en que nuevos medios
de comunicación posibiliten, faciliten o incluso resuelvan esta
necesidad histórica del proletariado. Incluso el exceso de
“información”, su democratización en la web donde parece que todo
debería importar por igual, los miles de comentarios, opiniones,
charlatanerías, colaboran en paralizar, en correr los ejes de discusión,
y además deja el paso libre a la confusión, a la tergiversación de los
hechos, a las falsas informaciones.
Luego
de puntualizar esta realidad, puede leerse entre líneas una arenga a
abandonar el uso de Facebook, Twitter, etc…(2) lo cual puede llegar a
ser saludable, pero la suma de unos individuos “sobreconcientizados” no
da los resultados esperados ni en Facebook ni en la calle. Peor aún, no
se han visto en la historia cambios de conciencia generalizada
originados por la mera repetición de propaganda (virtual o en papel)
lanzada indiferentemente.
El
compromiso va en declive, el aislamiento es igual o peor que antes, las
relaciones humanas siguen en descomposición y el reapropiamiento
teórico es pobre por no hablar de su realización. Lamentablemente, tan
sólo estamos dejando en evidencia con qué tenemos que lidiar, estas
particularidades relacionadas con las “redes sociales” no se modificarán
mientras no vaya cambiando la situación que las contiene. Y mientras continúe el conformismo y la apatía, este optimismo tecnológico se desplazará de un artefacto a otro.
En la compulsión tecnológica cada novedad es deseada por su calidad de
novedad, y lo viejo es desechado al basurero de la historia capitalista,
sea del año pasado o unas cuantas décadas atrás. A su vez, cada novedad
tecnológica suele venir acompañada de un discurso de liberación, de
bienestar. Y el caso de Internet, por su supuesta mayor accesibilidad y
facilidad de uso, es más esperanzador de lo que pudo haber sido, en su
momento, el comienzo de la imprenta o de la radio. Suponiendo que “todo
el mundo” (lo cual es mentira) puede expresarse, comunicarse, crear
sitios web, elegir la información que va a consumir, etc., etc. Debemos
preguntarnos a qué costo se realiza esto y no olvidar que no se trata de
un elemento aislado del resto de la sociedad capitalista. Debemos
destapar aquello que se calla celosamente, y aquello que inevitablemente
pone en duda que a este tipo de tecnologías podríamos mantenerlas fuera
del sistema capitalista:
Sin
división internacional del trabajo no hay computadoras ni Internet tal
como las conocemos. Hacer abstracción de la materialidad de los soportes
físicos de Internet es evitar reconocer la obtención de las materias
primas necesarias, su producción, distribución y sus inevitables
desechos. El ciberespacio para muchos tecnófilos cumple la función de
paraíso religioso, el cual no es más que la proyección de una imagen de
la tierra depurada de sus contradicciones. Nuevamente, un “lugar” sin
espacio físico al que se pueden lanzar las fantasías más descabelladas.
Se
supone que el disfrute y la empatía, así como incluso razones egoístas,
animan a la gente a compartir, a crear una especie de “comunidad” de
usuarios, donde cada individuo toma de la red mucho más de lo que podría
dar. Cuestión que puede ser reflexionada para conocer sus matices. Sin
embargo, en el disparate total se ha llegado a hacer referencia de
aquello como “anarco-comunismo” (!?): «la economía del don y el sector
comercial no pueden desarrollarse más que asociándose en el seno del
ciberespacio. El libre intercambio de información entre los usuarios se
apoya sobre la producción capitalista de ordenadores, de programas y de
telecomunicaciones. En el seno de la economía mixta numérica, el
anarco-comunismo vive también en simbiosis con el Estado. En la economía
mixta de la Net, el anarco-comunismo se hace una realidad cotidiana».
(Richard Barbrook, L’économie du don high tech).
A lo cual Mandosio(3) responde: «Una vez más, la mano invisible está ahí para hacer que coincidan mágicamente los intereses egoístas y la prosperidad pública, y como prima la resolución de todas las contradicciones de nuestro mundo tristemente material: el capitalismo y la economía del don se estimulan mutuamente, el “anarco-comunismo” y el Estado trabajan en concierto… Es formidable, y es tanto más bonito porque no se trata, como en el cristianismo o las utopías clásicas, de una visión del porvenir, sino de un discurso que pretende describir una realidad ya existente; este país de cucaña existe, basta con conectarse para vivir ahí eternamente del amor y del agua fresca. Los “anarco-comunistas” que propagan esta ideología hacen a los promotores estatales e industriales de Internet un gran servicio, pues es precisamente al presentar Internet como ese nuevo “país de las maravillas” donde todo es gratuito(4) que se crea en las personas la necesidad de equiparse del material informático necesario para conectarse, confiando en que una vez se hayan enganchado, ya no se les dejará en paz».
A lo cual Mandosio(3) responde: «Una vez más, la mano invisible está ahí para hacer que coincidan mágicamente los intereses egoístas y la prosperidad pública, y como prima la resolución de todas las contradicciones de nuestro mundo tristemente material: el capitalismo y la economía del don se estimulan mutuamente, el “anarco-comunismo” y el Estado trabajan en concierto… Es formidable, y es tanto más bonito porque no se trata, como en el cristianismo o las utopías clásicas, de una visión del porvenir, sino de un discurso que pretende describir una realidad ya existente; este país de cucaña existe, basta con conectarse para vivir ahí eternamente del amor y del agua fresca. Los “anarco-comunistas” que propagan esta ideología hacen a los promotores estatales e industriales de Internet un gran servicio, pues es precisamente al presentar Internet como ese nuevo “país de las maravillas” donde todo es gratuito(4) que se crea en las personas la necesidad de equiparse del material informático necesario para conectarse, confiando en que una vez se hayan enganchado, ya no se les dejará en paz».
La rapidez y simplicidad de
las nuevas tecnologías de la comunicación es en realidad un largo
entramado lento y complejo de especialistas e intermediarios,
explotación y muerte, que queda oculto tras el teléfono, la computadora o
la nueva sofisticada chuchería. Al fin y al cabo, como toda mercancía,
oculta su modo de producción y el modo en que se pone en circulación,
aunque a diferencia de otras mercancías estas suponen una dependencia
superior de cantidad de intermediarios, especialistas y más sofisticados
especialistas.
Junto
a estos graves problemas sociales, que al ciudadano promedio y cautivo
de estos productos no le interesan demasiado, podemos nombrar brevemente
que esta multitud de soportes prometen la capacidad de realizar una
cantidad de diversas tareas, mientras nuevamente ocultan que, en
general, poseen un único uso posible: la reproducción del sistema que
las hizo posibles. Cuestión que al ciudadano promedio tampoco le quita
el sueño, como quizás tampoco le quita el sueño el impacto “individual”
–el cual es natural e inmediatamente un problema social.
Paradójicamente, o no, hemos encontrado en la web un artículo titulado ¿Google nos está volviendo estúpidos? donde
su autor Nicholas Carr, pese a reconocer que el trabajo de
investigación que antes le tomaba días inmerso en bibliotecas ahora
puede hacerlo en cuestión de minutos mediante un par de búsquedas en
Google, confiesa: «sumirme en un libro o artículo largo solía ser una
cosa fácil, (…) alguna vez fui buzo y me sumergía en océanos de
palabras. Hoy en día sobrevuelo a ras sus aguas como en una moto
acuática».
Es que los medios no son canales neutrales por donde fluye información,
sino que configuran el proceso de pensamiento. No es fácil mantener la
concentración entre anuncios publicitarios, más de una pestaña abierta y
un enlace que lleva a otro sitio y a otro y no permite finalizar el
texto (a diferencia de, por ejemplo, una nota a pie de página que
permite seguir el ritmo propio del texto). Cuando la mirada se mueve
rápidamente de la esquina superior izquierda a la esquina inferior
derecha de un artículo en la web –lo cual es llamado lectura diagonal–
es imposible disponerse a leer tranquilamente. Cuando se puede encontrar
inmediatamente información a través de motores de búsqueda tipo Google,
la tendencia es a olvidar la información obtenida. En “la vida real”
las conversaciones son interrumpidas continuamente por los teléfonos que
suponen comunicarnos obstruyendo la comunicación.
Lo
que el Capital toca lo vuelve una cosa sujeta al valor imponiéndole sus
leyes de producción. Carr señala que para Google «la información es una
especie de materia prima, un recurso utilitarista que puede explotarse y
procesarse con eficacia industrial, que a mayor número de fragmentos de
información a los que podamos acceder y a la mayor rapidez con la que
podamos extraer su esencia, más productivos seremos en tanto
pensadores». La cantidad por sobre la calidad, la competencia y la
necesidad de transformar cada actividad humana en una actividad sujeta
al Capital son los intereses de esta compañía como de las otras. Aunque
se presente como un modelo de trabajo feliz y creativo, “el modelo
Google” en el fondo no es más que una gris y nociva “antigua” fábrica.
El
conocimiento, la inteligencia, la creatividad o el razonamiento no
deberían ser el producto de un proceso mecánico, una serie de tareas
separadas que puedan ser medidas y optimizadas según los criterios de
valorización del Capital.
Estos
mercaderes de datos –que es a lo que han reducido nuestra comunicación,
conocimientos, etc.– han asumido la afirmación que machaca con que la
“actividad cerebral” está aislada de la del resto del cuerpo. Lo cual de
alguna manera va asimilando el concepto “actividad cerebral” a una
actividad mecánica. Así, la noción dominante de inteligencia es en
relación a su cuantificación, además de una forma de individualización
donde el coeficiente indicado por el test es un dato más de aquel humano
con número de identificación, donde no se considera la “inteligencia”
grupal a menos que sirva para algún trabajo en concreto y donde, por
sobre, todo quienes vayan a ser clasificados sigan el criterio del
clasificador.
En
esa misma línea, nuestra época considera que el cerebro humano es
similar a una computadora ¡y cómo no! éste ya está quedando obsoleto,
por lo tanto, precisamos de ortopedias: un disco duro con mayor
capacidad y un procesador más veloz, inteligencia artificial
imprescindible para seguir este ritmo de vida, lo cual quizás sea cierto
pero ¿por qué debemos seguir ese “ritmo de vida”? ¿por qué utilizar
herramientas que atrofian la parte del cuerpo humano que pretenden
amplificar? ¿por qué delegar nuestra memoria a un objeto? La “memoria”
de un disco rígido no memoriza, en ella simplemente almacenamos y
ordenamos datos, pero no tiene voluntad pese a que “calcule”. En la
estación de tren o en el banco nos pueden decir que “se cayó el sistema”
como si nadie tuviese responsabilidad, pero toda delegación –incluso la
tecnológica– es nuestra propia responsabilidad.
«Si
han bastado algunas décadas para que los ordenadores y otros robots
dejen de aparecer como inquietantes autómatas y se conviertan en los
acompañantes ordinarios de la vida cotidiana, es porque previamente las
relaciones sociales han sido al mismo tiempo sistemáticamente
desintegradas. ¿Por qué se prefiere hacer cursos, comprar billetes de
tren o consultar la cuenta bancaria por Internet sin salir de casa?
Porque ir a un supermercado, a una estación o a un banco es una
experiencia que no tiene nada de agradable, y porque la persona que se
tiene en frente en un supermercado, una estación o un banco ya no es más
que un autómata humanoide. Se llega entonces a preferir la frialdad de
la relación con una máquina a la frialdad de las relaciones humanas. Y, a
falta de amigos humanos en una sociedad donde los individuos están cada
vez más separados y donde el otro no es percibido sino como una entidad
amenazante, los ordenadores –habiéndose convertido en más
convivenciales que en el pasado– devienen “amigos” de substitución. (…)
El caso de Internet es análogo al del teléfono portátil o de los
animales de compañía electrónicos. Se trata siempre de satisfacer un
elemental deseo de relaciones efectivas y de comunicación poniendo a
distancia a los otros seres humanos –con los que se está, ciertamente,
en relación permanente, pero siempre indirecta, vía teléfono o Internet–
o suprimiéndoles». (Jean-Marc Mandosio, El condicionamiento neotecnológico)
¿Entonces
qué? ¿Luego de estas críticas nos hacemos tecnófobos o primitivistas?
Si se piensa una salida individual a este problema, donde bastaría la
identificación ideológica con tal o cual corriente, es que se ha
comprendido más bien poco de este entramado atravesado por las
relaciones capitalistas y que posiciona al Estado, necesariamente, como
el gobierno mundial de la burguesía. No basta con renunciar a las
supuestas comodidades de este mundo, no basta con irse de la ciudad, no
basta con emplear un lenguaje extremista y adherir al lado que se
considera correcto. Jamás recomendaríamos “salidas” individuales para
problemas sociales. La percepción individual de un problema no vuelve al problema una cuestión individual.
Y el percibir las consecuencias de la tecnología (contaminación,
degradación de las relaciones humanas, etc.) disociada de sus bases
capitalistas –llamémosle– “mentales” como materiales, constituiría otro
grave error.
Y
al finalizar este artículo alguien puede reclamarnos: «¡Qué
contradicción haber escrito esto en una computadora!», «¡Qué falta de
coherencia multiplicar estas posiciones con una fotocopiadora!» Se
supone que existe un “afuera de la sociedad” al que apela cierto
moralismo que suele hacer, además, una apología a la naturaleza de la
cual está tan escindido que ya ni sabe a qué se refiere al nombrarla.
Que una fotocopiadora esté a nuestro alcance no significa que
utilizaremos todos los medios que existan sólo porque están a nuestro
alcance, utilizamos ciertas máquinas conscientemente y eso incluye
conocer sus aspectos “aprovechables” como nocivos, su costo. Y desde el
otro extremo de los reproches, el de los apologistas descarados de la
tecnología, parecería que estar presos de esta sociedad y usar ciertas
máquinas nos obligaría encima a defenderla.
Es
difícil dejar en evidencia al capitalismo frente a tal internalización
del mismo en tantos seres humanos. Apenas poder describirlo parece un
sinsentido ante cualquier proletario. Es que el capitalismo es capaz
de hacerse pasar por la verdad de la cosa misma que subsume y
presentarse como la Realidad cuando no es más que la realidad
capitalista. A simple vista, no parece ser evidente que las
relaciones sociales son atravesadas y, en la mayoría de los casos,
destrozadas por relaciones sociales capitalistas.
Más
difícil es entonces mostrar la lógica de pensamiento que trae aparejado
este sistema dominante, a esto queremos hacer referencia con “razón
capitalista” o “mentalidad capitalista”. A que, en este momento, la
razón capitalista da forma a la razón humana, se confunden, se alimentan
mutuamente. Pero no hay algo como una “esencia humana” o una “razón
humana” pura que debemos recuperar porque ha sido arruinada por el
capitalismo, sino una razón ligada a cada época, al modo de producción y
reproducción dominante. La dificultad de nuestra intención radica
quizás en que nuestra cosmovisión es nuestro modo de aprehender la
realidad, y que ella no se aprehende a sí misma, que lo haga es como
pedirle al ojo que se vea.
Por
otra parte, es importante advertir que hoy, en pleno nuevo siglo,
presentar al ser humano como un ser completamente racional es una farsa.
Toda su estructura social está repleta de mitos e irracionalidades que
intenta ordenar y jerarquizar racionalmente para el mantenimiento de la
normalidad capitalista. En este sentido, el homo oeconomicus es un ser más racionalizador que racional.
Ciertas
categorías que presentamos como un “problema” lo son en la medida en
que existe el deseo de transformarlas o destruirlas. Es, en este
sentido, que “ciencia”, “progreso” o “razón” serán criticadas en las
siguientes páginas. Y no podemos hacerlo si las consideramos neutrales
en relación a la política, la ideología y el mundo capitalista en
general.
Por estos motivos, la
crítica radical, la lucha revolucionaria es vista como una locura,
porque es inverosímil dentro de los parámetros de razonamiento dominante.
¿Cómo suena sino la crítica del trabajo asalariado o del Estado? ¿No es
acaso una locura? Incluso las categorías empleadas que para nosotros
son nocivas ¡son las aspiraciones de la ideología dominante! Basta con
prestar atención cuando se habla de progreso, democracia, derechos,
sociedad o normalidad. Estamos obligados a movernos en esa delgada línea
entre la comunicación entendible dentro de los parámetros aceptados y
la necesidad de destrucción de esos parámetros, con el riesgo de gritar
tristemente ante oídos sordos o caer en el pozo ciego del sentido común
que no hace más que traducir la crítica de lo existente a la Razón
dominante, desarticulando todo su contenido.(5)
Notas:
1.-
Sobre este tema recomendamos el artículo La revolución no será twiteada
de Malcolm Gladwell. Si bien no acordamos con las posiciones generales
del autor, ofrece interesantes argumentos sobre este tema, como por
ejemplo: «Facebook desplaza nuestras energías de las organizaciones que
promueven la actividad estratégica y disciplinada hacia aquellas que
promueven la flexibilidad y la adaptabilidad. Facilita que los
activistas puedan expresarse, pero dificulta que esa misma expresión
tenga un impacto. Los instrumentos de las “redes sociales” están
notablemente preparados para hacer que el orden social existente sea más
eficiente. No son un enemigo natural del status quo. Claro que si eres
de la opinión de que todo lo que el mundo necesita son reformas y paños
calientes, esto no debería causarte ninguna preocupación»
2.-
Linkedin y ResearchGate ejemplifican cómo la misma dinámica criticada a
Facebook es replicada en ambientes que creen ser más elitistas.
Linkedin es una red de profesionales, ResearchGate es una red social de
investigadores. Esta última es promocionada como una herramienta para
dinamizar las relaciones entre quienes producen conocimiento científico,
pero a la larga es un espacio que exacerba la competitividad. La misma
red ofrece una especie de ranking que mide el impacto de cada usuario‑investigador.
Esto no es nuevo, ya que en la ciencia calidad es equivalente a la
productividad científica (por ejemplo: artículos publicados). Lo
importante es publicar, realizar y divulgar; el conocimiento mismo es
secundario.
3.- El condicionamiento neotecnológico (ver más adelante).
4.-
Pero en el capitalismo todo se paga, los sitios supuestamente gratuitos
son financiados por compañías que imponen su publicidad, o por
consultoras que recaudan los datos de cada usuario para crear perfiles
que luego venden a las empresas que se ahorran de encuestas, estudios de
mercado y testeos. (Nota Cuadernos de Negación)
5.-
Cuando la mentalidad política llama a «ser realistas», a «ser
razonables», cuando habla de «poner los pies sobre la tierra» es que se
está acomodando en el piso firme del oportunismo. Tal como cuando
intenta codificar las reivindicaciones para hacerlas “menos excesivas”,
para hacerlas “más sensatas”, dicen. Para cambiar sin cambiar nada y
sacar por la puerta lo que va a volver a entrar por la ventana. Conocen
muy bien el razonable lenguaje de la especulación, que miente y difama
si es necesario, pero cuando los difamados responden con palabras o
acciones llaman a la ética, esa que nunca han conocido.Extraído de Cuadernos de Negación N°8
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