Conflictos mundiales * Blog La cordura emprende la batalla


martes, 12 de diciembre de 2017

Yo fui uno de esos niños que vivía con miedo


  
Estimado señor Pérez-Reverte,

  
Me permito escribirle porque, verá, yo fui como Rufián, uno de esos niños a los que le pegaban en clase o temían que le pegaran cuando era pequeño.

Cursé EGB en un colegio problemático del sur de Andalucía con un alto porcentaje de fracaso escolar y gran parte del alumnado viviendo, cuando no directamente excluidos de la sociedad, al borde de la marginalidad.

Como bien sabrá, la infancia es el escenario donde se define nuestra  personalidad, fijamos nuestros modelos de conducta y patrones de comportamiento. Yo tuve un ambiente familiar modélico, pero un entorno académico difícil.
 
Vi de todo en el colegio Pio XII de Jerez de la Frontera allá por principio de los noventa. 


Chicos pegándose a latigazos con cadenas de hierro, alumnos que robaban a los profesores, he visto niñas que no podían elegir si le levantaban las faldas o le tocaban sus partes, he tratado con cantidad de drogadictos que se pinchaban jaco al fondo del campo de fútbol, he presenciado como alumnas se tiraban de los pelos, y a otros escupirse, pisarse, liarse a mamporros y darse donde más duele.


 He visto cosas que, desgraciadamente, eran muy habituales en determinados colegios marginales en aquella época.

Un año, un alumno conflictivo, un mamotreto de uno ochenta de altura entonces, procedente de una familia desestructurada, la tomó conmigo. Yo era bajito, miope y enclenque.


Y por si fuera poco, empollón. Por ello, me amenazó con pegarme y con robarme, me decía con señas que me iba a rebañar el cuello en plena clase y trataba de poner a los demás alumnos en mi contra.


Los profesores, que escuchaban día tras día las amenazas que me profería, no le echaban cuenta.


No les culpo, suficiente tenían con un grupo donde sucedían cosas así cada día y donde los profesores llegaron a ser agredidos por el alumnado.


Suficiente tenían con que la mitad del alumnado no cayera en la desgracia.

¡No eran ellos, era el sistema!

 Como dice mi amiga Marta Güelfo, la educación no cambia el mundo, si acaso se esfuerza en ponerle parches.


Pero a lo que íbamos, en la infancia recibí numerosas amenazas, alguna que otra galleta y corrí infinidad de veces hasta mi casa, que como en el juego ese del pilla-pilla, era mi salvación. En casa nadie me pegaba ni me agredía, todo era amor.


 Pero el mundo real estaba ahí afuera, acechante. Y créame, el mundo se me hacía mucho más jodido entonces de lo que es ahora -y mire que ahora es jodido-. Hoy en día, guardo un mal recuerdo del colegio y revivo la infancia como un lugar difícil, agridulce.


Pese a todo, hoy en día, me considero una persona medianamente normal. Tengo trabajo, familia, soy amigos de mis amigos, y me esfuerzo, aunque sea un poquito al día, en intentar hacer que este mundo sea más justo e igualitario.


Cuando usted se refiere a los que le pegaban o temían que pudieran hacerlo de forma peyorativa, o se ríe de niños como el que yo fui, aunque pueda creer que se trata de un coloquialismo más y no haya que sacarlo de contexto, creo que se comporta de forma irresponsable.


Usted sabe mejor que nadie la importancia del lenguaje y podía haber elegido cualquier otra forma de expresarlo.


 Porque con su trascendencia pública, manda un mensaje a la sociedad que perpetua y justifica al matón, señalando como pardillo al que le quitan el bocadillo -la víctima como culpable- y estableciendo como modelo de conducta al que logra evitar esa situación.


Algo así como “solo los más fuertes sobreviven”. Este discurso testosterónico, extrapolable a la política, al mundo laboral o al personal, acentúa valores más que discutibles, y pasa por alto lo más elementales valores de conducta, respeto y buen comportamiento.


Usted clama públicamente contra la corrupción, se indigna con los violentos y se echa las manos a la cabeza cuando un político no se comporta como es debido, pero se ríe de los niños a los que le quitan el bocadillo y le parece un argumento de peso para atacar a quienes no comparten sus ideas políticas.


Pues bien, ahí empieza todo. En la infancia. En ese espacio, a veces idílico y otras veces amargo, donde se hacen y deshacen las personas.


Solo respetando esa infancia, hasta en asuntos tan aparentemente triviales como el uso del lenguaje, podremos respetarnos luego, unas personas a otras.


Con afecto
Escritor y Social Media Manager. Ha publicado artículos culturales para medios como La Marea, Secretolivo, Perarnau Magazine o La Voz del Sur. Ha escrito el libro Yo, precario (Libros del Lince 2013), Hijos del Sur (Tierra de Nadie 2016) y Juan sin miedo (Alkibla 2015). Ha sido traducido al griego y al alemán. En 2014, creó La Réplica, periodismo incómodo.





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