Cuando nos quejamos de que “cargamos como mulas”, “trabajamos como
animales”, o “tiramos del carro” (como caballos), estamos reconociendo
la existencia de una relación de clase que, nos guste o no, va más allá
de la especie.
Observando la indiscutible naturaleza explotadora del
trabajo, tenemos que admitir que el papel de los demás animales en la
industrialización y el desarrollo del capitalismo ha sido un papel
activo.
No sólo sus cuerpos, vivos o muertos, se han utilizado como
productos, valor de cambio y acumulación.
También su tiempo y su
fuerza han servido para producir mercancías, transportarlas, construir
máquinas o hacerlas funcionar.
Del mismo modo, aunque se suela ocultar,
han participado activamente en la resistencia contra su opresión.
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