La batalla dialéctica ha dado lugar a las relaciones laborales basadas
en eufemismos, desdibujando derechos entre marketing de consultoría
La explosión actual de los movimientos feministas nos está enseñando
mucho. Por ejemplo, recuerda el poder del lenguaje y la simbología. El
lenguaje, como el mecanismo inseparable del pensamiento, en la teoría
vigotskiana queda recíprocamente condicionado al propio acto de
reflexión.
Bajo esta lógica, no existe pensamiento sin lenguaje, y no existe acción ni reflexión humana que no sea un acto comunicativo. De tal manera que el lenguaje no solo resulta importante, sino que es absoluto. Y también, por tanto, fuente de poder.
Una de las grandes batallas de los feminismos gira en torno a la de la lengua; la de moldear el lenguaje a la conquista de la diversidad de géneros. Sabedoras de que subyugar el pensamiento al neutro masculino impone hablar de, por y para hombres, se hace de la batalla por la lengua una conquista irrenunciable. No solo eso, sino que los movimientos feministas también son dedicados creadores de términos, haciendo de la palabra también arma.
En esta batalla que mantienen al asalto de la lengua es en la que la conquista de derechos laborales está encontrando debilidad. Con el soterramiento de la terminología de procedencia o sonoridad marxista y socialista, los derechos laborales han emprendido una deconstrucción de difícil retorno, entre eufemismos devastadores de obligado análisis.
Frente a ello, términos como “precariado”, que busca la identificación de masas; o el de “vida precaria”, que pretende subrayar la precariedad laboral como condicionante de nuestra vida al completo, tratan de asentar una nueva terminología de reivindicación para un escenario laboral en transformación, sin lograr, por el momento, afianzarse en el discurso cotidiano.
Para comprender la derrota del lenguaje, habría que acudir a las transformaciones sociales en las que, durante el siglo XX, las personas comenzamos a definir lo que somos en base a lo que consumimos y a las conductas de ocio. El ocio, ligado al consumo, es un lujo de la clase media en adelante y una práctica ajena a las clases menos favorecidas.
En ese marco, se requiere de la génesis de una clase media mayoritaria, consumidora y endeudada. Ambiciosa, eternamente deslumbrada por los de arriba, y cínica con los de al lado y los de abajo.
En la cognición de clase media pesa más la subjetividad que lo que dicta la cuenta corriente
La clase social plantea un concepto subjetivo, imposible de observar únicamente en torno a variables materiales, y que depende de la elaboración cognitiva de clases contingentes. Representa un concepto psicológico y vicario, fundado en la identificación, y por tanto en el rechazo, salpicado de elementos ideológicos muy diversos.
En la cognición de clase media pesa más la subjetividad que lo que dicta la cuenta corriente, originando así una fantasía de clase media, desvinculada de los ingresos y los derechos, y contenida en una noción ciudadanista, diría Manuel Delgado, basada en elementos prioritariamente estéticos y en absoluto solidarios.
El nuevo ideal es la
competitividad, desde que se nace hasta que se muere.
Legitimar la competitividad como el valor moral del nuevo milenio da lugar a un escenario de renovación. La moderna gestión de organizaciones se abre camino en el mundo laboral, amparada en una terminología positiva, individual e insolidaria.
El mensaje al trabajador es “no pienses en tu organización, ni tampoco en tus compañeros, piensa en ti. En tu empleabilidad”. Así, la moderna gestión de personas en las organizaciones es, en primer lugar, una renovación de léxico, posibilitando modelar la realidad y la forma de relacionarse con ella.
Domingo Caballero, profesor e intelectual de la Universidad de Oviedo, dedicó buena parte de su dilatada carrera al análisis, en base al lenguaje y la psicología social, de la evolución en la gestión de organizaciones. Sabedor de que una palabra en el momento exacto hace realidad lo inconcebible, ha propuesto un análisis en profundidad en torno a la terminología con la que el mercado laboral ha renovado su vocabulario.
Así, el oxímoron “flexiseguridad”, que hoy se impone como cimiento en el pensamiento y lógica neoliberal respecto a la carrera laboral, ha conseguido contener con aparente coherencia y absoluto consenso la flexibilidad y la seguridad, siendo dos conceptos completamente incompatibles.
Ahí se establece sólo el principio ya que, en lugar de hablar de trabajos precarios e inestables, hablamos de empleos de “acumulación de experiencias” y “fomento de la empleabilidad”.
De igual modo, la pompa del “emprendedurismo” como acto de heroicidad esconde detrás la mundana realidad del autoempleo, tipificado como grupo vulnerable de riesgo de exclusión social por la OIT.
Los nuevos trabajadores, los más jóvenes, se consolidan como el grupo de edad que registra mayor tasa de pobreza de la población
Entre la ensalada de eufemismos, el mercado laboral, autoproclamado “creador de oportunidades”, contrasta con el 28,5% de jóvenes entre 18 y 29 años que en España están en situación de riesgo de pobreza. Los nuevos trabajadores, los más jóvenes, se consolidan como el grupo de edad que registra mayor tasa de pobreza de la población.
Un hecho que
los sitúa en el centro de una espiral psicofarmacológica creciente, con
un incremento también en el consumo de sustancias adictivas.
La piedra de base del lenguaje de la nueva gestión de organizaciones radica en su carácter eternamente positivo, centrado en la oportunidad, el éxito y el discurso de trayectoria idílica, mientras acordona el fracaso al plano de atribución personal.
Como resultado, la conocida como la generación más formada está aquejada de una serie de problemas que responden a una sensación genuina y auténtica de fracaso y frustración del que se sienten personalmente responsables, ante la promesa de un éxito que no se cumple.
Resulta importante resaltar, por último, el trabajo de Francesca Fiori y sus colegas en Italia, donde demostraron que las condiciones de precariedad en la juventud derivan en problemas de salud mental serios en años posteriores.
Así, la generación más formada, hoy también es la más pobre, y mañana será la más enferma.
Jose A. Llosa forma parte del equipo de investigación Workforall, Universidad de Oviedo.
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