Los taurinos echan de menos fracturas y sangre.
A
finales del Siglo XIX el fisiólogo Charles-Édouard Brown-Séquard afirmó
haber dado con un elixir que, entre otros efectos, aumentaba su
hombría.
El inyectable que se administraba provenía de un extracto de
testículos de perros y de conejillos de indias, y la prueba que
«demostraba» que gracias a él «aumentaba su masculinidad» era que «la
longitud promedio de su chorro de orina había crecido».
Durante un
tiempo numerosos científicos, creyéndole, experimentaron sobre esto para
desgracia de muchos animales y es probable que también de humanos.
Los
taurinos cuentan que este año se aburren en Pamplona. Se quejan de que
«ya no hay riesgo» y que «se acabó la emoción».
Dicen que «los toros ya
no se caen», que muy mala idea lo del antideslizante y eso de que los
mansos se interpongan entre los corredores y los cuernos de los bravos.
Participantes y espectadores echan de menos los huesos fracturados y los
cuerpos empitonados en los #sanfermines2019.
A la basura y a los
vómitos esparcidos por las calles, a los pedazos del mobiliario urbano
destrozado y a los restos de babas de cualquier abuso y de semen de
cualquier violación, sea intentada o consumada, necesitan añadirles
hemorragias. Hoy han llevado a cabo una sentada para exigirlas.
Tal
vez se les antoja demasiado lejana la imagen de Daniel Jiménez, aquel
chaval de 27 años que con la mirada perdida se desangraba un 10 de julio
de 2009 tras una cornada mortal en el cuello y ansían renovar su
hemeroteca enfermiza.
Y ya sin ningún tipo de eufemismo o circunloquio
como a los que se ven obligados al referirse a humanos, los que por la
tarde disfrutan con la tortura hasta la muerte del animal precisan
empezar el día con algunas patas de toro rotas en caídas para sentirse
satisfechos y sin motivos para organizar protestas.
Escriben muy
indignados en las redes que «para ver esto no van a madrugar», y es que
al igual que otros se ponen el despertador para recorrer las calles con
una ambulancia o atender animales heridos en una veterinaria, a estos la
alarma les suena para pasárselo bien con el momento exacto en el que
una persona necesitara de la primera y en el que al toro le haría falta
la segunda, pero a este último nunca lo llevarán, la solución es otra: a
toro bravo fracturado por la mañana en el encierro, muerte un rato
después y sobrero para sustituirlo en la corrida de la tarde.
Y
por la noche, el madrugador incondicional del atraso, la barbarie y las
inyecciones con sangre de venas testiculares, esperma y testículos de
perro machacados nada más ser extirpados, enseñará a su hijo las fotos
que tomó con su móvil:
—¿Ves qué
basura, hijo?, ya no se puede correr delante de los toros. Recuerdo
cuando te podías llevar pitón hasta en el carnet de identidad.
—En
esta curva de Mercaderes he visto yo a toros romperse las patas como si
fueran de cristal, y mira ahora, es que ni resbalan. ¡Qué puta mierda!
Y
es muy probable que ese niño piense: «esta es la parte que me
entristece y avergüenza de ti, papá».
Que lo piense pero que no se
atreva a decirlo en alto por no escuchar: «No me jodas, no me habrá
salido un hijo mariquita animalista».
Porque
este hombre, como unos cuantos bien entrado el Siglo XXI a los que la
tecnología les viene estupendamente para proclamar en twitter su ética
medieval, quiere mear más largo demostrando así que va sobrado de
testiculina, y el que las consecuencias para las víctimas animales y
humanas de sus fanfarronadas no tengan cabida en su cerebro no le
preocupa, pues su anhelo y concepto de grandeza (no para crear o salvar
sino para destruir) es ir sobrado de espacio en los huevos.
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