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viernes, 20 de septiembre de 2019

Las relaciones tóxicas de Sánchez



Una imagen del debate organizado por El País, en diciembre de 2015


Hace poco me regalaron un libro titulado Gente tóxica, un tocho de esos que dejas encima de una mesa sabiendo que probablemente su cometido será el mismo que el de las figuritas de porcelana de la casa del pueblo: acumular el polvo y que la gente que vaya de visita te mire raro.


 Supongo que, para quien los consume, los libros de autoayuda son una especie de literatura impúdica, que sirven para expiar un poco la culpa de las personas que lo leen.


 El libro en cuestión es una especie de guía para identificar los diferentes tipos de personas tóxicas y alejarlas de nuestras vidas. 


Todo un superventas, con un millón y medio de lectores en 15 lenguas. Wow. Me pregunto si hay tanta gente “no tóxica” en el mundo. 


Para quien no se haya introducido aún en el enigmático mundo de la autoayuda, una persona tóxica es alguien que influye negativamente en nosotros. Sucede que, cuanto más alta es la esfera de influencia en la que te mueves, más gente tóxica encuentras a tu alrededor. Es lo que tiene el poder. Y nada genera más poder que reproducir un Estado. Ayer, Pedro Sánchez ejerció el poder para decirnos  que hemos votado mal y anunciar unas nuevas elecciones. 


Todo esto después de fracasar en sus reuniones; es decir, en sus relaciones. En realidad, lo que ocurre es que el presidente en funciones se enfrenta a varias relaciones tóxicas que debería replantearse. Empezando por la derecha. El líder de Ciudadanos encaja perfectamente en uno de los perfiles del libro. Es ‘el agresivo verbal’. Entre sus rasgos principales están la “agresividad en lo dialéctico, inestable, ambivalente y manipulador”. 


Albert Rivera, ese político que por momentos adquiere las maneras de un cantante de trap, le ha dedicado a Pedro Sánchez en estos meses las mayores lindezas. Desde “trilero” hasta “amigo de Otegi”. Los gestos bruscos del líder naranja acompañan esa dialéctica suya tan chabacana que contrasta con su imagen de niño de granja escuela.


“El violento verbal no solo manifestará su agresividad y su ironía a través de su voz y de sus palabras, sino también a partir de su postura física y sus gesticulaciones”
.
Ya lo decía Aitor Esteban cuando le comparaba con un ventrílocuo por lo exagerado de sus movimientos desde el escaño.

 
Pero, como apunta el libro, el violento verbal “un día te odia y al día siguiente te ama”. Rivera ha protagonizado estos días un acercamiento in extremis –y torpe– a Sánchez. Su meta es “entrar en tu círculo afectivo, porque sabe que, si lo logra, tendrá autoridad para dirigir tu mente y tus emociones” y, por el encabezado de la carta que le dirigía ayer a Rivera (Querido Albert) el líder del PSOE parece tener una rendija abierta.


 En cuanto a cómo tratar con este perfil de persona tóxica, el libro da un consejo del que el presidente en funciones me temo no va a tomar nota: decir siempre que no. 


Después tenemos al ‘orgulloso’: “Soberbio, vanidoso, narcisista, autosuficiente”. Las personas orgullosas tienen un exceso de confianza  en sí mismas, en lo que dicen, en lo que hacen, en las decisiones que toman. Claro que hay diferentes tipos de exceso de confianza: en primer lugar el “exceso de amor propio”. El clásico “si no estoy yo, va a salir mal”. 


Una frase que resuena en nuestras cabezas como un eco cada cierto tiempo desde Vistalegre II, aunque pareció romperse cuando Iglesias se hizo a un lado para facilitar un supuesto pacto. Claro que si algo rompe el orgullo es la desesperación, y aquí hay que decir que el líder de Podemos le ha hecho más ofertas a Sánchez en las últimas semanas que a mí el Atrápalo en toda mi vida.


 Por proponer, incluso le ha pedido al rey (¡al rey!) que convenza a Sánchez para que incluya a Podemos en su Gobierno. Esa sí que es buena. Pedirle al rey que trabaje. Ya veis cuál ha sido el resultado.


Hay dos tipos más de orgullo: “el exceso de confianza en la propia manera de pensar” y “el exceso de confianza en la propia capacidad” (aquellas personas que no aceptan ideas nuevas). Esto sería, por ejemplo, no aceptar volver atrás en las negociaciones. Vaya, hemos vuelto a Sánchez.


“El falso”. Este tipo de persona tóxica utiliza máscaras, diferentes identidades según con quien esté y la situación en la que se encuentre. Hay máscaras de poder, máscaras de superioridad y máscaras de víctima. Ayer, Pedro Sánchez las usó todas.


 “De poder”, para imponerse ante la voluntad de los ciudadanos y anunciar elecciones; “de superioridad”, para quitarse de encima cualquier responsabilidad; y “de víctima”, para echar la culpa a otros partidos políticos de su errática negociación y a l@s ciudadan@s por no ser lo suficientemente “claros” en su voto.


El problema viene, y esto también lo destaca el libro, cuando usas cada día otra identidad.  

 A Pedro Sánchez se le ha pegado la máscara.

 Ya nada queda del Sánchez que se enfrentó al establishment del PSOE, de la épica de las primarias, del candidato que dibujó el 28A como un día para elegir entre izquierda y derecha.


Sucede que, a veces, nos empeñamos en identificar a las personas tóxicas de nuestro alrededor con el objetivo de apartarlas de nuestro lado sin plantearnos si los tóxicos somos nosotros.

 









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