Una imagen del debate organizado por El País, en diciembre de 2015
Hace poco me regalaron un libro titulado Gente tóxica,
un tocho de esos que dejas encima de una mesa sabiendo que
probablemente su cometido será el mismo que el de las figuritas de
porcelana de la casa del pueblo: acumular el polvo y que la gente que
vaya de visita te mire raro.
Supongo que, para quien los consume, los
libros de autoayuda son una especie de literatura impúdica, que sirven
para expiar un poco la culpa de las personas que lo leen.
El libro en
cuestión es una especie de guía para identificar los diferentes tipos de
personas tóxicas y alejarlas de nuestras vidas.
Todo un superventas,
con un millón y medio de lectores en 15 lenguas. Wow. Me pregunto si hay tanta gente “no tóxica” en el mundo.
Para quien no se haya introducido aún en el
enigmático mundo de la autoayuda, una persona tóxica es alguien que
influye negativamente en nosotros. Sucede que, cuanto más alta es la
esfera de influencia en la que te mueves, más gente tóxica encuentras a
tu alrededor. Es lo que tiene el poder. Y nada genera más poder que
reproducir un Estado. Ayer, Pedro Sánchez ejerció el poder para
decirnos que hemos votado mal y anunciar unas nuevas elecciones.
Todo
esto después de fracasar en sus reuniones; es decir, en sus relaciones.
En realidad, lo que ocurre es que el presidente en funciones se enfrenta
a varias relaciones tóxicas que debería replantearse. Empezando por la
derecha. El líder de Ciudadanos encaja perfectamente en uno de los
perfiles del libro. Es ‘el agresivo verbal’. Entre sus rasgos
principales están la “agresividad en lo dialéctico, inestable,
ambivalente y manipulador”.
“El
violento verbal no solo manifestará su agresividad y su ironía a través
de su voz y de sus palabras, sino también a partir de su postura física y
sus gesticulaciones”
.
Ya lo decía Aitor Esteban cuando le comparaba con
un ventrílocuo por lo exagerado de sus movimientos desde el escaño.
Pero, como apunta el libro, el violento verbal “un día te
odia y al día siguiente te ama”. Rivera ha protagonizado estos días un
acercamiento in extremis –y torpe– a Sánchez. Su meta es
“entrar en tu círculo afectivo, porque sabe que, si lo logra, tendrá
autoridad para dirigir tu mente y tus emociones” y, por el encabezado de
la carta que le dirigía ayer a Rivera (Querido Albert) el
líder del PSOE parece tener una rendija abierta.
En cuanto a cómo tratar
con este perfil de persona tóxica, el libro da un consejo del que el
presidente en funciones me temo no va a tomar nota: decir siempre que
no.
Después tenemos al ‘orgulloso’: “Soberbio, vanidoso,
narcisista, autosuficiente”. Las personas orgullosas tienen un exceso de
confianza en sí mismas, en lo que dicen, en lo que hacen, en las
decisiones que toman. Claro que hay diferentes tipos de exceso de
confianza: en primer lugar el “exceso de amor propio”. El clásico “si no
estoy yo, va a salir mal”.
Una frase que resuena en nuestras cabezas
como un eco cada cierto tiempo desde Vistalegre II, aunque pareció
romperse cuando Iglesias se hizo a un lado para facilitar un supuesto
pacto. Claro que si algo rompe el orgullo es la desesperación, y
aquí hay que decir que el líder de Podemos le ha hecho más ofertas a
Sánchez en las últimas semanas que a mí el Atrápalo en toda mi vida.
Por
proponer, incluso le ha pedido al rey (¡al rey!) que convenza a Sánchez
para que incluya a Podemos en su Gobierno. Esa sí que es buena. Pedirle
al rey que trabaje. Ya veis cuál ha sido el resultado.
Hay dos tipos más de orgullo: “el exceso de confianza en
la propia manera de pensar” y “el exceso de confianza en la propia
capacidad” (aquellas personas que no aceptan ideas nuevas). Esto sería,
por ejemplo, no aceptar volver atrás en las negociaciones. Vaya, hemos
vuelto a Sánchez.
“El falso”. Este tipo de persona tóxica utiliza máscaras,
diferentes identidades según con quien esté y la situación en la que se
encuentre. Hay máscaras de poder, máscaras de superioridad y máscaras
de víctima. Ayer, Pedro Sánchez las usó todas.
“De poder”, para imponerse ante la voluntad de los ciudadanos y anunciar elecciones; “de superioridad”, para quitarse de encima cualquier responsabilidad; y “de víctima”, para echar la culpa a otros partidos políticos de su errática negociación y a l@s ciudadan@s por no ser lo suficientemente “claros” en su voto.
“De poder”, para imponerse ante la voluntad de los ciudadanos y anunciar elecciones; “de superioridad”, para quitarse de encima cualquier responsabilidad; y “de víctima”, para echar la culpa a otros partidos políticos de su errática negociación y a l@s ciudadan@s por no ser lo suficientemente “claros” en su voto.
El problema viene, y esto también lo destaca el libro,
cuando usas cada día otra identidad.
A Pedro Sánchez se le ha pegado la máscara.
Ya nada queda del Sánchez que se enfrentó al establishment del PSOE, de la épica de las primarias, del candidato que dibujó el 28A como un día para elegir entre izquierda y derecha.
A Pedro Sánchez se le ha pegado la máscara.
Ya nada queda del Sánchez que se enfrentó al establishment del PSOE, de la épica de las primarias, del candidato que dibujó el 28A como un día para elegir entre izquierda y derecha.
Sucede que, a veces,
nos empeñamos en identificar a las personas tóxicas de nuestro alrededor
con el objetivo de apartarlas de nuestro lado sin plantearnos si los
tóxicos somos nosotros.
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