El coronavirus y la sociedad de la mentira global
Durante el año pasado se registraron en
España 277.000 casos de cáncer. La mitad de los enfermos morirán en un
plazo inferior a cinco años, sufriendo durante el resto de su vida un
calvario indecible de idas y venidas al hospital, de quimio y
radioterapia, de dolor y sufrimiento y de miedo indescriptible.
En una
sociedad avanzada y civilizada, las investigaciones para curar o paliar
el cáncer, las enfermedades cardíacas y las degenerativas deberían
ocupar un lugar preeminente, dedicándoles todos los medios económicos
posibles.
Del mismo modo, en un mundo civilizado y justo, la Organización Mundial de la Salud,
en vez de callar, debería denunciar los precios altísimos de los
tratamientos para esas enfermedades que están arruinando a los sistemas
estatales de salud, declarar la libertad de todos los países copiar
cualquier medicamento que sirva para mejorar la vida de los enfermos y
condenar el reparto mafioso y monopolístico de los nuevos tratamientos
por parte de los grandes laboratorios.
No lo hace, mira para otro lado, y
la curación de esas enfermedades que tanto dolor causan a tantísima
gente se pospone hasta que la mafia quiera.
El año pasado murieron en España por
accidente laboral casi setecientas personas, resultando heridos de
gravedad o enfermos debido al trabajo varios miles de personas. Las
causas están claras, precariedad laboral, jornadas interminables,
destajo, escasas medidas de seguridad y explotación.
Ningún organismo
estatal ni mundial alerta sobre el deterioro de las condiciones de
trabajo ni esas víctimas, que podrían haberse evitado con muy poca
inversión, abren los telediarios ni ocupan más de su tiempo.
No creo que nada de lo que pasa en el mundo sea por casualidad, ni que los informativos ignoren inocentemente el número de muertos por guerras absurdas que cada año asolan al mundo de los pobres
En
2019, seis mil españoles murieron de gripe, una enfermedad tan común
como el sarampión que mata todos los años a miles de personas en África sin
que la OMS exija a los Estados miembros que aporten las vacunas
necesarias -que valen cuatro perras- para evitar ese genocidio
silencioso. Al fin y al cabo, la mayoría son negros.
En 2018, más de cuarenta mil personas murieron en España por
la contaminación ambiental, siendo directamente atribuibles a esa misma
causa el fallecimiento de ochocientas mil personas en la Unión Europea y
casi nueve millones en el mundo, aparte de los millones y millones que
padecen enfermedades crónicas que disminuyen drásticamente su calidad de
vida.
En 2017 más de seis millones
de niños murieron de puta hambre en el mundo mientras en los países
occidentales se tiran a la basura toneladas y toneladas de alimentos.
Ese mismo año, más de dos mil millones de personas trabajaron jornadas
superiores a 15 horas por menos de 10 euros al día. Ningún informativo,
ningún periódico, ninguna radio lleva días y días insistiendo
machaconamente en esa tragedia que martiriza a diario a media humanidad y
amenaza con llevarnos a todos a condiciones de vida insufribles.
La suspensión del Congreso Internacional de Móviles de Barcelona -Congreso que probablemente no se vuelva a celebrar tal como lo hemos conocido en años sucesivos- no se debió al coronavirus, sino a la exhibición que las grandes tecnológicas chinas iban a hacer sobre sus avances en el 5G
Hace unas semanas surgió en una región de China un
virus que causa neumonía y tiene una indicencia mortal menor al uno por
ciento. Los medios de comunicación de todo el mundo, acompañados con
las redes sociales de la mentira global, decidieron que ese era el
problema más terrible que había azotado al mundo desde los tiempos de la
peste bubónica del siglo XIV que diezmó la población de Europa en casi
un tercio.
No hay telediario, portada de periódico por serio que sea o
red social en la que el coronavirus no ocupe un lugar preferente y
reiterativo hasta la saciedad, como si no tuviésemos bastante con las
enfermedades ya conocidas que matan de verdad a muchísima gente después
de largos periodos de sufrimiento y tortura vital.
No sé como surgió ese
nuevo virus, tampoco si es nuevo, carezco de conocimientos científicos
para ello, lo único que sé es lo que cuentan los especialistas, y es que
apenas mata ni deja secuelas importantes.
Pese a ello, a que lo saben,
los informativos siguen creando alarma a nivel mundial. ¿Por qué?
No
creo que nada de lo que pasa en el mundo sea por casualidad, ni que los
informativos ignoren inocentemente el número de muertos por guerras
absurdas que cada año asolan al mundo de los pobres. Vivimos un tiempo
de relevos, la potencia hegemónica –Estados Unidos– tiene por primera vez desde el final de la Guerra Fría un serio competidor que se llama China.
Ese competidor fue alimentado desde los años ochenta por las potencias
occidentales debido a su enorme población, a su pobreza y a los salarios
bajísimos de sus trabajadores.
Han pasado cuarenta años y lo que
entonces pareció una decisión magnífica para acabar con los Estados del
Bienestar, abaratar costes e incrementar riquezas de modo exponencial,
ha tomado otro cariz y ahora esa potencia pobre produce casi el 18% de
todo lo que se fabrica en el mundo y está en disposición de dar el gran
salto que la coloque en como primera potencia mundial, algo que será
inevitable haga lo que haga Trump y sus amigos porque tienen el capital, la tecnología y la mano de obra necesaria.
La suspensión del Congreso Internacional de Móviles de
Barcelona -Congreso que probablemente no se vuelva a celebrar tal como
lo hemos conocido en años sucesivos- no se debió al coronavirus, sino a
la exhibición que las grandes tecnológicas chinas iban a hacer sobre sus
avances en el 5G.
Se trataba de impedir de cualquier manera que los
chinos pudiesen demostrar que hay campos en los que ya están por delante
de Estados Unidos y, por supuesto, de Europa.
No hay otra explicación ni otra razón. Con la cancelación del congreso de Barcelona y
la información apocalíptica sobre las consecuencias de la expansión del
coronavirus se daba un paso más en la nueva guerra fría que se ha
inventado Donald Trump, dejando claro a China que todo vale en la guerra
y que su ascenso al primer puesto les va -nos va- a costar sangre,
sudor y lágrimas.
El coronavirus es
una enfermedad que no arroja datos alarmantes, primero porque no se
expande al ritmo de las grandes epidemias que ha sufrido el mundo,
segundo porque tampoco los porcentajes de mortandad son equiparables a
los de otras plagas como la “gripe española”.
Sin embargo, y dentro de
un lenguaje medieval, se está intentando crear pánico a escala global y
por eso cada día nos cuentan el nuevo caso que se ha descubierto en Italia, Croacia, Malasia o Torrelodones,
uno por uno, haya dado muestras de quebranto o no.
Se trata de
alimentar el bicho del miedo a escala global con fines estrictamente
políticos y económicos, y nunca antes como hoy, en la sociedad de la
desinformación, han existido tantos medios para imponer las mentiras
como verdades absolutas al servicio de intereses bastardos.
El
coronavirus no es el fin del mundo ni nada que se le parezca, es una
enfermedad normal, como tantas y con poca mortandad, pero la
manipulación mediática interesada puede llevarnos a una crisis de
consecuencias devastadoras.
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