Conflictos mundiales * Blog La cordura emprende la batalla


domingo, 2 de febrero de 2020

La España rota





Hoy hablo de esos cínicos que van voceando por tribunas y platós que unos enemigos imaginarios quieren romper España. Y lo dicen, los además muy ignorantes, cuando en realidad España nunca se ha roto. 


Y no se ha roto, sencillamente porque nunca ha es­tado entera. Nunca estuvo unida con el ensamblaje de la fundi­ción. 


Pues ese ensamblaje no se consi­gue salvando los linderos o las fronteras de los territorios y compartiendo un idioma 


Ese ensamblaje es fruto de la combinación de una filosofía vital común y de dos princi­pios incorruptibles o prácticamente invaria­bles a lo largo de casi tres siglos: el tríptico revolucionario, por un lado, y el alma de la República, por otro. Lo que hace grande a “la France”. 


Los territorios que componen esa “España” que, según esos necios se rompe, están adosa­dos sólo geográfica y físicamente, y el idioma y la religión parcial­mente comunes, lo han sido siempre por la fuerza de las armas y por la sevicia católica de siglos. Y ahora, por condenas incluso superiores a las correspondientes al asesinato…


Pero admitiendo provisoriamente que España estuviese unida con pegamento, lo primero que la rompió y evitó el in­tento de una unión natural es una Constitución tramposa fabricada como Ley Fundamental del dictador; tramposa, porque deslizó en ella una monar­quía a refrendar por un electorado virgen y tembloroso ante la amenaza latente de un golpe de Estado por parte de un ejército ya más fran­quista que el propio dictador.


 En aquel crítico trance el abuso miserable­ fue flagrante. Súbditos que venían esperando 40 años convertirse en ciudadanos, al menos las clases populares casi medio siglo después se encontraron que eran casi siervos.


Pero es que quienes continuaron rompiéndola fueron los propios franquis­tas. Disfrazados de conservadores, la desvalijaron desde el poder polí­tico y la empresa. Luego, la propia católica Iglesia la rompió aún más. El procedimiento fue el pillaje.


 Miles y miles de bienes públicos fueron registrados a su nombre conforme a esa filo­sofía in­fame del franquismo, enemiga del colectivismo: “lo que es de todos, es del primero que lo coge”.


 Luego lo que ha terminado de destrozar a España sin, como digo, haber estado nunca entera, es una Justicia de clase; una justicia favorable a las élites e implacable con las clases popula­res; una justicia que no ha hecho si no atenuar la culpa de esos ladrones públicos con di­laciones y argumentos leguleyos, sin dar nunca cuenta al pueblo de la de­volu­ción de lo robado; una justicia que se ha desvelado como el brazo armado del franquismo en el conflicto catalán, una prolongación del TOP, un poder ejecutor benévolo con tantos in­volucrados en gravísimos delitos económicos que han llevado a España casi hasta la ruina; una pieza que habrá de ser fundamental para sus afines ideológicos de la política que ya, en sede parlamentaria, advirtieron que su plan es acudir cons­tante­mente a ella.


 Otros, en fin, que han contribuido a romperla (si bien parece que ahora intentan redimirse con la denuncia del Concor­dato, pendiente desde hace cuatro décadas) son esos que desde el arran­que del régimen nuevo vinieron en­vuel­tos en la bandera del funda­dor español del socialismo, pero se fueron rápidamente aburgue­sando y, asemejándose a los otros, los dominado­res franquistas, se entregaron a las consignas neolibera­les de privatizar hasta el aire que respiramos.


“La España descompuesta” pudiera ser el título de una de esas pelí­culas sin pies ni cabeza que se cuelan en las pa­rrillas televisivas, porque al canal le sobra tanto tiempo que ha de tener siempre preparado un bodrio para el delirio de insom­nes y el enton­teci­miento de noctámbulos.


Es tal el dispa­rate, que el ejecutivo en unos casos hace de sir­viente de los poderes económicos, y el le­gislativo no sabe por dónde empezar pues sabe que tarde o tem­prano toda ley acabará en los tribunales, protectores de los energúmenos. En cuanto al rey, ¿no parece un muñeco mecánico que no sabe qué hacer ni hacia dónde ti­rar?


Todavía recuerdo a aquel hombrecillo con bigote -aún zascandilea por ahí- alertando al personal sobre el peligro de una vuelta a los reinos de taifas. Sin embargo, ya lo veis, no hay tales reinos. Lo que hay, y en en abundancia, en la política, en la justicia, en la clerigalla y en los poderes financieros no son instituciones serias sino variedades de tribus urbanas.


 En cuanto a esos otros de la banderita en la muñeca y del saqueo que claman con neurastenia la España del chundarata, del to­reo, de las vírgenes y pasos santeros del folclore… no os engañ­éis.


 Se han portado con ella como un proxeneta con su ramera y la quieren exclusivamente para ellos. Saben bien que, para su propósito, ya cuentan con un nutrido elenco de prevaricadores… 


Y todo, para seguir viviendo bajo el clima malsano del fran­quismo y el viciado del nacionalcatolicismo


 Pero eso sí, follando en cualquier parque o cualquier váter, como si aquí no pasara nada. 


En esto, hay que reconocerlo, es en lo que ha ga­nado un montón la España rota; rota, incluso antes de haberse hecho o antes de haberse compactado.



 Jaime Richart




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