Otros tiempos
No destruyas la tierra que te vio nacer,
¡paleto! Expulsados del Jardín, hemos conseguido fabricar flores de
plástico; y de estas a las tarjetas de crédito, solo va un futuro
hipotecado y una deuda imposible de pagar.
Un buen árbol, noble, recio, que ya pasa
de los 70 años. El árbol te da sombra; ¿y tú qué le das: suspiros de la
hamaca o ronquidos de la siesta? ¡Respira hondo, respira hondo!
Traes fruta y verdura de la otra punta
del mundo, solo para enriquecerte, mientras arruinas a los agricultores
locales. Y eso lo vendes como libertad global, ¡paleto!
Cuando eres joven, cumples los años de
golpe, de una vez, con apremio, con ansias de futuro, y luego te
olvidas; en cambio, cuando eres mayor, los años vienen (y van)
lentamente, a diario, y no cumples un año más un día concreto, sino que
cumples con la vida, a lo largo del tiempo vivido y del tiempo que te
queda (una cercana incertidumbre). Claro, que no todo el mundo es igual
de cumplidor.
Andas distraído, ocupado, pendiente de…
clavijas, botones, teclas, emoticonos, números, símbolos, señales
auditivas, pantallas… Estás operativo en cualquier momento del día —ya
no se respetan horarios comerciales o de oficina—, estás alerta para no
perderte ese aviso, esa oportunidad, esa oferta, esa ocasión única, esa
ganga… que seguro que te hará feliz o te cambiará la vida para siempre.
Hombro, codo, muñeca…, el palo del teléfono móvil, convertido en varita
mágica. A propósito, han cambiado la voz femenina que me informaba de si
tenía o no mensajes en el buzón y, además, en vez de hablarme de usted,
ahora me tutea; y esa familiaridad, ¿a santo de qué? Un día de estos,
igual me pide explicaciones de por qué llego tarde a casa.
Y como
estamos en el día a día y nos exigen ser más competitivos, una pregunta
de encrucijada: ¿tú qué apuestas: dinero o salud?, porque son los dos
extremos de la cadena de producción. A todo esto, ¿quién pone límites al
capital?, ¿quién cuida al enfermo?, ¿quién cuida del cuidador?
Apenas dispones de tiempo para atender
tus propios asuntos, tu ajetreada vida cotidiana. Plazos, prórrogas,
cláusulas, comisiones bancarias… Y has de estar al corriente de las
franjas horarias, porque los servicios y las tarifas cambian: no cuesta
lo mismo poner la lavadora a una hora que a otra, llamar por teléfono a
una hora u otra, etcétera.
Cuando eres joven, todo te parece bueno o
malo, blanco o negro; sin embargo, cuando eres mayor prestas más
atención a la gama de grises (un ejemplo: los personajes de David Mamet,
complejos y contradictorios).
En un mundo tan superficial, la
apariencia lo es todo. El envoltorio disimula la pobreza (tanto de aquí
como de allá): hoy en día la ropa resulta bastante asequible de precio,
así que compras prendas de vestir que han sido fabricadas con la miseria
laboral del Tercer Mundo y las luces como si fueran de buena marca.
Consecuencia: ya no te sientes pobre (y, de paso, te han convertido en
forzado cómplice del sistema de explotación). El precio manda y tu
bolsillo obedece.
Cuando realizas compras por Internet,
ocurre exactamente lo mismo: buscas comodidad y mejor precio; pero a
cambio contribuyes a que cierren muchos pequeños comercios y despidan a
los trabajadores.
Al usar la banca digital, nos encontramos con idéntico
problema: cierran docenas de sucursales y echan a los empleados (máximo
beneficio para la patronal). El modelo económico es así de perverso: el
asalariado, en el consumo diario, va en contra de sus propios
intereses.
Si el desarrollo tecnológico es
imparable y el futuro profesional de millones de personas es cada vez
más oscuro, entonces, ¿qué hacer? Una solución factible: renta básica
universal (hay dinero, claro que hay dinero, para eso y para más,
¡paleto!). Eso o un virus coronel.
Cuando eres mayor, el guión ya está
escrito (te sabes el papel); en cambio, cuando eres joven, el guión se
está elaborando; el asunto clave es: lo escribes tú o te lo escriben.
Un traumatológico detalle visual: hoy en
día, la mayoría de automóviles que anuncian por la televisión carece de
parachoques (o son de juguete).
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