Tiramisu
Te
estoy viendo. Por mucho que intentes esconderte de mí no podrás.
Gracias a mi asombrosa vista, que me aporta un campo de visión de 200º, y
mi curiosidad infinita, no te dejaré escapar aunque te resistas.
He sentido cuando has entrado en mi territorio, sé que estaba en mi siesta pero el leve ruido de tus movimientos me han hecho ponerme alerta incorporando la cabeza como un rayo y poniendo las orejas tiesas. Este es mi hábitat, no eres bienvenido y ten por seguro que te lo haré saber. ¡Uy!
Y además has entrado a la cocina, ¡ahí está mi comida! ¡Ni se te ocurra tocarla! Me aproximo poco a poco para aprovechar el factor sorpresa, todavía no me ha sentido.
Me acerco por su espalda, sigiloso. Despacio. Pongo una pata delante de la otra con extremada delicadeza.
Se oye un ruido fuera, ¿qué ha sido eso? ¡No! Ahora no es momento de distracciones, cualquier paso en falso y puede hacer que se escape. Concentración. No hay que quitar la visión del objetivo, puede ser mi única oportunidad de alcanzarlo. Me agazapo junto al marco de la puerta.
Coloco mi cabeza entre las patas delanteras. Intento estar lo más cercano al suelo con todo mi cuerpo. Comienzo a balancear mis caderas, para que mi cuarto trasero esté activo a la hora de abalanzarme sobre mi futura presa. Abro al máximo mis pupilas. No quiero que se me escape.
Tengo que esperar al momento oportuno. ¡Ahora! Salto con mi portento físico y… ¡lástima! Se escapó. El primer asalto te lo has llevado, pero todavía sigo en pie y dispuesto a continuar. Vaya, ¿ahora quieres jugar al ratón y al gato?
Ese juego se me da muy bien, recuerda que soy uno de los protagonistas del enunciado. A correr se ha dicho. Voy a toda velocidad al salón. Espera. Media vuelta.
Ahora atrás otra vez. Giro derrapando con mis patas traseras. Te sigo.
Nos adentramos en el pasillo. Mi objetivo está indeciso, zigzaguea, y al final se adentra en el baño.
Una vuelta. Dos vueltas. Y salimos otra vez como dos centellas. ¿Dónde vas ahora? Vuelve sobre sus pasos. Llegamos una vez más al salón. Mi objetivo se detiene. Yo también. Recupero aire, no lo quería reconocer pero me empezaba a faltar. Mi futura presa me observa.
Yo a ella. Empieza a restregar sus extremidades entre sí, ¿qué estará tramando? No lo sé, pero como siga ahí sin moverse será lo último que trame. ¡Ahora! Por qué poco… Volvemos a correr por toda la casa. Me siento como Harry Potter detrás de la snitch dorada. Esta vez no cruzo la esquina del pasillo. Me detengo.
Espero para hacerle una emboscada. En cuanto vuelva por aquí… Vaya, hoy no es mi día de suerte, se me ha escapado entre las zarpas. Volvemos al salón. Mi futura presa sabe lo que se hace, aquí tiene más espacio, me ve llegar. Pero no cuenta con que yo estoy en mi territorio. Me camuflo bajo la mesa. Observo sus movimientos.
Da una vuelta al terreno, dos vueltas, tres, cuatro… Me empieza a marear tanta vuelta. Le noto que empieza a flaquear. Puede ser mi momento. Parece que se va a parar.
Se ha detenido en la ventana. Allá que voy. Empezamos un cuerpo a cuerpo contra el cristal. Ambos contendientes mostrando sus armas desde el primer contacto. Izquierda. Derecha. Izquierda otra vez. Arriba. Derecha.
Abajo. Estoy arrinconando a mi rival. No va a poder huir. Y de repente, cuando estaba ya relamiéndome, ¡zas! Salió volando por la ventana…
Frustrado y con la mirada puesta al infinito juro que la próxima vez no escaparás.
Dichosa mosca… ¡¿Quién ha dejado la ventana abierta?! ¡Miau!
Dichosa mosca… ¡¿Quién ha dejado la ventana abierta?! ¡Miau!
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