El escoraje del, en otro tiempo, político socialista hacia posiciones
más conservadoras le han llevado a que la ultraderecha le incluya en su
terna de candidatos a presidir el gobierno de emergencia nacional que
proclaman
Que Vox es ultraderecha ya no es ninguna novedad. Sus
propios actos y palabras lo demuestran.
Hasta en el modo en que han
seleccionado a sus posibles candidatos a presidir un gobierno de emergencia
nacional actúan como se hacía en el franquismo. Refresquemos la memoria.
En los
últimos años del Régimen, cuando Franco renunció a la Presidencia del Gobierno,
el sistema de selección era a través de una terna de candidatos que,
teóricamente, eran presentados ante el Consejo del Reino y era este órgano el
que decidía a quién se elegía.
En la práctica, Franco elegía a su candidato y
el Consejo lo hacía acompañar de otros dos de la misma talla política. Así se
hizo tras el asesinato de Carrero Blanco y la elección de Carlos Arias Navarro.
Tres candidatos, un presidente.
No ocurrió de igual modo cuando hubo que elegir
a Adolfo Suárez en el que, por primera vez en su historia, el Consejo sí que
deliberó en una larga reunión.
Vox presentó en sociedad, a través de su portavoz
adjunta Macarena Alona, rodeada de condicionales, su terna para presidir el
gobierno de emergencia nacional que pretenden formar si consiguen derribar al
legítimo, al elegido por el pueblo español.
Los tres candidatos son: Rosa Díez,
José María Aznar y…, Felipe González.
A cualquier observador externo le sorprendería que en
esa terna la ultraderecha haya incorporado a dos ex socialistas como Díez y,
sobre todo, González.
Sin embargo, sus hechos y su evolución ideológica hace
que la elección por parte de Vox de esos nombres sea totalmente coherente con
lo que esos personajes representan en la actualidad.
De Rosa Díez se podría escribir un tratado sobre su
evolución desde el socialismo hacia las posiciones más ultraconservadoras que
defiende en la actualidad.
Sin embargo, la política sodupetarra ha tenido esa
involución dentro de una transformación ideológica muy parecida a la que tiene
el doctor Bruce Banner cuando se le aceleran las pulsaciones.
Felipe González es un caso aparte y es el mejor
ejemplo de la depravación ideológica de muchos antiguos socialistas que, por
sus comportamientos, han llevado a la socialdemocracia a ser un modelo de
interpretación política absolutamente intranscendente en Europa.
En la actualidad, González se ha convertido en el defensor
del capital inhumano, tal vez por sus amistades entre las élites, como Carlos
Slim, por ejemplo.
El ex presidente español se ha convertido en un defensor a
ultranza del nacionalismo patrio utilizando unos términos más propios de la
ultraderecha que de una persona con carnet del PSOE.
Durante esta crisis del coronavirus, por ejemplo, González
escribió un artículo en el diario El País
en el que lanzó varios ataques contra Pedro Sánchez, el presidente de un
gobierno de su propio partido, y advirtió al Ejecutivo de que las medidas que
se adoptaran tenían que proteger a los mercados.
¿Alguien que se hace llamar
socialista puede anteponer la salud del pueblo a los intereses de las élites
del capital? Eso es más propio de un político conservador. Ni siquiera Aznar ha
llegado tan lejos en esta crisis sanitaria.
La transformación de Felipe González hacia el ultra
conservadurismo o el ultra neoliberalismo ya viene de lejos, incluso cuando aún
no había llegado a la Presidencia del Gobierno.
Sólo ha que recordar lo
sucedido en el Congreso Extraordinario de 1979 en el que González presionó para
que los socialistas españoles abandonaran la ideología marxista para adecuarse
a los postulados socialdemócratas de Alemania o Suecia, es decir, que antes de
ser presidente del Gobierno, González hizo que su partido, el que en sus siglas
lleva la palabra «Socialista», renunciara a la lucha de clases como fundamento
económico y acatara la aceptación del capitalismo como elemento clave de
desarrollo social.
Retrocediendo aún más en el tiempo, Felipe González ya
mostró un perfil más conservador en la reunión que mantuvo en casa de Miguel
Boyer en el año 1975, Franco aún vivo, con Nicolás Franco Pascual de Pobil. En
ese encuentro, promovido por Juan Carlos de Borbón, el secretario general del
PSOE ya reconoció que él no renunciaba a ocupar el espacio político de la
socialdemocracia.
Esta confesión, que puede parecer inofensiva, hay que
enmarcarla en un momento en el que los socialistas tenían un discurso de respeto
absoluto a su programa máximo. Sin embargo, González ya estaba pensando en
«modo socialdemócrata».
Por otro lado, en el libro El sueño de la Transición, de Manuel Fernández-Monzón, un alto
oficial de inteligencia, se cuenta cómo el propio Carrero Blanco apoyó a Felipe González frente a Llopis: «Felipe
González sabía muy bien que cuando se planteó la dicotomía entre el PSOE
histórico, de Llopis, en el exilio, y el PSOE renovado, Carrero fue definitivo
al decirle a Heinemann que por favor rogara a Willy Brandt que aceptara como
partido socialista (español en la Internacional) al renovado.
Esto es tan
cierto que, cuando yo se lo recordé a Felipe González el primer día que hablé
con él, en un restaurante de la calle Santa Engracia, me dijo: “No se preocupen
ustedes, que no olvidaremos nunca a Carrero Blanco. Soy perfectamente
consciente de ello, de nuestra boca no
saldrá jamás una crítica contra el almirante Carrero Blanco”».
El historial de Felipe González hacia las posiciones más
conservadores tiene que ver, evidentemente, con sus relaciones personales. En
los últimos años se le ve muy cercano a José María Aznar, sobre todo desde que
Pedro Sánchez alcanzara el Gobierno tras la moción de censura.
Ya no sorprenden
que sus declaraciones lleguen a alcanzar un nivel de ultra conservadurismo
superior a las del ex presidente del PP o que su posición respecto al conflicto
político en Cataluña no difiera en nada con la defendida por Pablo Casado o
Santiago Abascal.
Por otro lado, sus relaciones con grandes representantes
del capital inhumano, como Carlos Slim, le llevaron a intentar mediar en el
negocio de la telefonía en Venezuela, hecho por el que Hugo Chávez le declaró persona non grata en la República
Bolivariana.
Respecto a Venezuela, por cierto, no se pueden olvidar jamás su
amistad con Carlos Andrés Pérez, sospechoso de ser agente de la CIA y que
facilitó fondos a los socialistas españoles que ayudaron a que Felipe fuera
elegido secretario general en Suresnes, o con los hermanos Cisneros, a quienes
entregó una fortuna procedente de Rumasa.
Y, ¿qué podemos decir de las relaciones con Colombia y
otros países latinoamericanos como, por ejemplo, República Dominicana? No se
puede olvidar jamás cómo se evitó la extradición a Estados Unidos de Jorge Luis
Ochoa Vázquez y Gilberto Rodríguez Orejuela, líderes junto a Pablo Escobar de
los cárteles colombianos.
Según declaró John Jairo Velásquez, alias Popeye, se dedicaron 30 millones de
dólares a sobornos en España, de los que, siempre según el sicario de Escobar,
5 millones pudieron ir a parar a Felipe González para financiar al PSOE en la
campaña electoral de las elecciones generales de 1986, y 10 millones pudieron
tener como destino la Audiencia Nacional.
Estos datos también aparecen
publicados en el libro El hijo del
«Ajedrecista», escrito por el hijo de Gilberto Rodríguez Orejuela, el gran
capo del cártel de Cali.
Que Vox es ultraderecha ya no es ninguna novedad. Sus propios actos y palabras lo demuestran.
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