El líder de Vox, Santiago Abascal, durante el pleno celebrado el pasado 9 de abril en el Congreso de los Diputados en Madrid
No al nihilismo
Nadie puede acompañar a Vox en la estrategia de destruir por destruir
Vox ha acusado al Gobierno de practicar una “eutanasia feroz”, así como
de realizar una “gestión criminal” en la contención de la pandemia del
coronavirus.
Estas declaraciones de la formación de ultraderecha que
preside Santiago Abascal y otras de semejante tenor han ido acompañadas
por la propagación de bulos en las redes sociales, referidos, entre
otras cosas, a la supuesta censura de los servicios de mensajería
telefónica por parte del Gobierno, el trato sanitario de favor recibido
por los inmigrantes o el número de fallecidos en España a causa de lo
que, en su manual de agitación permanente, a veces pueril y a veces
escalofriante, Vox denomina “la peste china”.
Por descontado, su grupo
en el Congreso ha rechazado la última prórroga del estado de alarma y
anunciado que no participará en ningún pacto para paliar los efectos
económicos de la pandemia.
Esta vuelta de tuerca de Vox ha tenido una consecuencia inesperada, de
la que los restantes partidos políticos están obligados a tomar nota: ha
trazado la frontera entre las fuerzas democráticas y el nihilismo
fanático donde coinciden los extremismos de cualquier signo.
El cuadro
tenebroso que Vox trata de agitar ante los ciudadanos sin reparar en la
inmoralidad de los medios no describe la realidad de la situación, sino
que revela la falta de escrúpulos que inspira su acción en estos
momentos.
Los gestos de supuesto amor a España, que, en su ideario, se
reduce a los españoles que son y piensan como ellos, no pueden ocultar
que su única estrategia se limita a destruir por destruir.
La nación a
la que dicen amar no es diferente de otras naciones hacia las que
algunos nihilistas como ellos dan muestras de arrobo semejantes,
proyectando sobre los demás unas intenciones aviesas que son solo las
suyas.
No existen excusas para, por simple cálculo político, no tomar
incontestable distancia en unos temas y unas formas de oposición que son
propias de quienes consideran las instituciones democráticas un simple
contratiempo para lograr sus objetivos, por más que se declaren sus más
enérgicos protectores para mejor destruirlas.
Es mucho el poder que
estas y otras fuerzas de similar naturaleza han adquirido en el contexto
de una crispación que siempre fue temeraria, pero que, en las actuales
circunstancias, puede resultar suicida.
Tiene razón el Partido Popular
cuando sostiene que el Gobierno no puede reclamar unidad si, por su
parte, no ofrece ni información ni corresponsabilidad. Pero si el
Gobierno incurriera en este error, la peor respuesta es precipitarse en
un error mayor, poniendo la suerte del país en manos de quienes se valen
de la mentira para sembrar la división y el rencor.
La circunstancia es crítica, porque en estas próximas semanas se
cruzarán las dos líneas de fuerza que están desgarrando al país.
La
situación sanitaria ha experimentado una leve mejoría en medio de la
tragedia de fallecidos y de enfermos, al menos en lo que respecta al
objetivo de evitar el colapso del sistema.
La situación económica, por
su parte, dependerá de los pasos que se puedan dar entre todos ocupando
los espacios que el control de la enfermedad vaya dejando libres.
Vox no
estará entre quienes desean contribuir a la racionalidad, sino
perfilando el territorio oscurantista en el que ninguna fuerza
democrática puede acompañarlos.
Nadie puede acompañar a Vox en la estrategia de destruir por destruir
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